Los ‘cybercirujas’, el movimiento que desafía el ‘usar y tirar’ de la tecnología en Argentina
La iniciativa tiene como objetivo recuperar computadoras en desuso para achicar la brecha digital y resistir a la obsolescencia programada
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La escena es curiosa. En un predio al aire libre de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), en Argentina, decenas de personas se aglutinan alrededor de un muchacho que organiza una improvisada subasta sin más jueces que los propios presentes. Levanta un teclado inalámbrico y pregunta quién lo quiere. Se alzan cuatro manos y se les pide que resuelvan entre ellos. Y hacen “piedra, papel o tijera”. Lo mismo ocurre con un disco duro y con otros elementos tecnológicos rescatados de la basura que participan de este particular remate.
La movida está organizada por los “cybercirujas”, un movimiento que nació en el país en el año 2020 durante la pandemia con un objetivo social: recuperar tecnología en desuso para achicar la brecha digital y resistir a la obsolescencia programada. Un sábado al mes se suman con una “olla popular de hardware”, a una feria agroecológica. La “olla” está repleta de partes de computadoras viejas que podrían servir para dejar otras como nuevas.
Paula Nieto y Carla Rosetti se declaran “cybercirujas”. No son informáticas sino miembros de la asamblea barrial de Campo La Ribera, un vecindario popular de Córdoba donde el acceso digital todavía es una deuda. Durante el confinamiento por el coronavirus se contactaron con los “cybercirujas” y gracias a las partes de máquinas obsoletas y a la información que recibieron pudieron desarrollar redes comunitarias de internet y armar un laboratorio de computación abierto a los vecinos. “Si no fuera de esta forma sería prácticamente imposible”, piensa Rosetti.
Los impulsores iniciales de esta acción “cyberciruja” fueron el maestro de educación primaria de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y editor en la revista Replay, Sergio Rondán, y Nicolás Wolovick, profesor de Computación de la UNC.
Rondán ya organizaba eventos con arcades y videojuegos independientes en máquinas con hardware rescatadas de la basura, pero durante la pandemia coincidió con Wolovick en la necesidad de acercar dispositivos tecnológicos a las personas sin acceso digital. Ambos son hacktivistas y militantes del software libre, que proponen la descolonización de internet y la libertad total de los usuarios cibernéticos.
De esta manera comenzaron a gestar una militancia territorial que compatibilizaba la reparación y circulación de equipos y saberes bajo una idea común de resistencia política al status quo y a favor del empoderamiento tecnológico de la sociedad civil. “El impacto social tiene que ver más con el mensaje que con la cantidad de computadoras o dispositivos que circulamos”, explica Wolovick.
El valor, opina, es que se entienda la necesidad del trabajo en red, en lo local y en la concientización de que mientras unos carecen de computadoras, otros las tienen “juntando polvo” en un armario.
El primer paso fue el armado de redes de contactos entre quienes tenían PC en desuso, aquellos que las necesitaban y quienes tenían habilidades para reparar. En definitiva, se conformaron como comunidad cyberciruja.
El nombre es una conjunción de dos términos: el “cirujeo”, que ocurre en las grandes urbes argentinas y consiste en recolectar entre los desperdicios cosas a las cuales se les puede dar algún uso, más el concepto cyber con “y”, en referencia a los espacios de socialización de la internet y los videojuegos.
Rondán explica que cybercirujas nace en torno a una necesidad, pero que ésta no explica el objetivo. La propuesta también apunta a cuestionar el mercado de computación y el consumo masivo de bienes informáticos.
El software libre, por ejemplo, permite revivir estas computadoras. También se difunde la idea del selfhosting y de las redes sociales federales que no se encuentran bajo la dictadura del algoritmo, del extractivismo de datos y de las mecánicas de monetización extrema. “El objetivo es poner en discusión cómo es la fabricación, el uso y el descarte de dispositivos informáticos”, asegura.
El cybeciruja Cristian Rojo, magíster en Comunicación Social e impulsor de la formación escolar en Ciencias de la Computación, remarca que desde su lugar impulsan la resistencia a la estrategia de las corporaciones de reducir la vida de los dispositivos tecnológicos para sostener el modelo del “úselo y tírelo”, conocida como obsolescencia programada. En contraposición, propician lo que llaman la “obsolescencia postergada”.
Martín Vukovik, de 43 años, programador y cyberciruja de Rosario, aclara: “No es solamente reparar computadoras. También tiene que ver con un espíritu hacker en el sentido original de la palabra, que es buscarle usos diferentes a la tecnología para los que no están pensados”. Por ejemplo, hay gente que desarrolla sus propios videojuegos o los adapta a aparatos que no son consolas ni computadoras.
En el nodo de Buenos Aires, este colectivo trabaja además por “la conquista del ocio”, la experimentación y la diversión con la tecnología para demostrar que no son sólo dispositivos de control social, de aislamiento ni de generación de prácticas ludópatas.
Desigualdad digital
En Argentina, la desigualdad digital entre quienes acceden o no a recursos tecnológicos es muy grande. Los datos del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec) indican que seis de cada diez hogares urbanos (61%) tiene acceso a computadora y el 93%, a internet (último trimestre de 2023). Estos valores representan un incremento en el acceso a la conectividad y una disminución en la utilización de dispositivos en relación con el año anterior.
La disparidad es muy grande entre provincias. Mientras en Buenos Aires el 84% de los hogares cuenta con una PC, en el noreste del país sólo ocurre en el 52%. Durante el confinamiento por el covid 19, la desigualdad tecnológica se hizo más visible.
Por eso Wolovick considera que los informáticos tienen hoy un deber social. “Cuando los médicos ven a alguien que se desmaya, ayudan; no se hacen los desentendidos. ¿Por qué la gente de computación no hacemos lo mismo, si no nos cuesta nada?”, se pregunta.
Hay ocho nodos en distintos puntos del país. Cada uno trabaja con sus propias reglas y actividades pero están unidos por la misma motivación y la activación de eventos federales. Wolovick los describe como una “organización desorganizada” que funciona.
“Es un movimiento que se autopiratea a sí mismo, y así se distribuye en forma de ‘reparatones’, encuentros de artes e intercambio con otras organizaciones que comparten muchas de nuestras ideas”, remarca Rojo. No son una ONG ni una franquicia sino un colectivo de usuarios y hacktivistas que se conectan y que va mutando según la gente que lo integra y sus acciones.
“No somos fetichistas de lo retro. Nos gusta la tecnología, pero no nos gusta quedarnos con el uso que se impone y nos gusta cacharrear y mostrar que se pueden hacer muchas cosas más allá de los designios del mercado”, dice Rondán.
Rojo rescata que también es un espacio lúdico, creativo y político. Lo interesante, piensa, es que se dan discusiones relevantes para pensar en que la computación funcione para el bien de todos y no sólo al servicio de pocas corporaciones. “Ante esta hegemonía que podemos ver por ejemplo en empresas como Meta o Amazon, surge una resistencia a ese poder desde lo que (la académica australiana) McKenzie Wark denomina la ‘clase hacker’”, subraya.
Pocas mujeres
Daniela Bosch programadora y analista en computación es una de las primeras mujeres que se acercó a reparar computadoras en Córdoba. “Estamos tratando que más mujeres se involucren porque lo que nos pasa es que desde chiquitas nos incentivan a que no toquemos el hardware o que tengamos un poquito de miedo”, cree Daniela.
En un universo todavía bastante machista, Daniela junto a otras chicas organizan “reparatones” sólo de mujeres. En la primera, para su sorpresa, convocaron a 40. “La primera vez que fui a los eventos de ‘cybercirujas’ los sábados había una o dos chicas y no más. Entonces empecé a pensar en organizar algo que fuera más específico de mujeres porque había mucho interés”, cuenta.
Esteban Palladino, de 42 años, diseñador audiovisual, músico, explorador del vínculo entre la informática y las artes y cyberciruja en la célula de Buenos Aires, relata que existe una lista de espera de personas e instituciones que solicitan máquinas reparadas.
“Hemos entregado equipos a centros culturales y también a particulares”, indica. Por lo general, agrega, quienes requieren computadoras viven en zonas desfavorables, son madres o padres de familia numerosa, universitarios o estudiantes de la secundaria con bajos ingresos.
El trabajo es voluntario. “No tenemos un objetivo comercial, no buscamos conseguir plata para nosotros, no tenemos sueldos, subsidios ni financiación”, asegura Martín Vukovic. Desde estos espacios se impulsan grandes debates que van desde las desigualdades hasta el impacto ecológico de los desperdicios electrónicos.
La “basura electrónica” configura casi el 3% de los contaminantes del mundo. En todo el planeta, cada año se descartan alrededor de 50 millones de toneladas de desechos electrónicos. Y sólo son reciclados el 5% del total. La media en Latinoamérica alcanza alrededor de siete kilos por persona por año.
“Tratamos de recircular los dispositivos, darles una sobrevida, ayudar a las personas que necesitan esos elementos y, a su vez, reducir la huella de carbono, relacionada con la construcción de nuevos dispositivos basándose en el descarte de otros que aún son útiles”, opina el cyberciruja Alejandro Pérez, informático de 40 años de La Plata.