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Así enfrenta el cambio climático una viña en Chile

El aumento de temperaturas está cambiando la industria vitivinícola del productor de vinos más grande de Latinoamérica. La viña Kingston, ubicada en el valle de Casablanca, es uno de los frentes de esta transición

Vista aérea de la viña Kingston, ubicada en el valle de Casablanca en Chile.FRANCISCA VERA

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Cuando Courtney Kingston viaja al valle Casablanca, rumbo al viñedo que dirige de la mano de su cuñada en Valparaíso, le gusta caminar hasta llegar al tramo superior de su terreno. Allí, dos reservorios capturan el agua de lluvia que luego riega parte de las 140 hectáreas de parras de la Viña Kingston. “Ahora mismo, el tranque superior está desbordándose,” dice Kingston, que es de la cuarta generación de viticultores en su familia. Cuando está lleno, el reservorio se llena de pájaros y refleja al cielo. “Es increíble. Pero cuando voy allí y está completamente vacío, es un recordatorio claro”, continúa Kingston, de que cada vez las lluvias de invierno comienzan más tarde.

El problema no son solo las lluvias. Los últimos años han traído consigo una serie de cambios en el ecosistema de Casablanca: los veranos son más intensos, las noches más frías, las heladas más impredecibles y el clima cada vez más errático. Casablanca, un valle sin río dentro de la región vitícola de Aconcagua, enfrenta una versión de los problemas que aquejan a la industria de vinos alrededor del mundo, desde la Provenza francesa hasta el Valle de Napa en California.

Las uvas son unos de los cultivos más sensibles del mundo: es por ello que el terroir, que determina el carácter de un vino, no depende solamente del clima de una zona agrícola, sino también del suelo, las precipitaciones, el ángulo de la colina y las horas de luz solar que recibe la parra. Con el paso de las décadas, las viñas desarrollan sistemas cuidadosamente calibrados para interactuar con estas características y darle una identidad propia a sus vinos. Pero el cambio climático está alterando casi todos estos factores a un ritmo vertiginoso, y la industria de vinos de Chile, la más grande de Latinoamérica y la duodécima a nivel mundial, está luchando por adaptarse a ellos con la misma velocidad.

“El sol de la tarde me va a cocinar la fruta”

Alrededor del año 2000, el valle recibía de 400 a 450 milímetros anuales de lluvia. A lo largo de los últimos años, el promedio ha oscilado alrededor de los 300, con algunos años rozando los 100 milímetros. Luego de un par de temporadas de lluvias bajas, explica Andrés Campana, enólogo de la viña, los agricultores deben elegir qué áreas regar y cuáles no. “Es por ello que, si hace 10 años el valle Casablanca tenía alrededor de 5.500 hectáreas, hoy tiene alrededor de 3.000″, comenta.

La situación es consecuencia también de la sequía que Chile ha atravesado en los últimos 16 años. Si bien las Naciones Unidas han determinado que el cambio climático no es responsable de ella, la organización ha demostrado que este proceso ha aumentado las temperaturas en la región, “lo que probablemente ha reducido la disponibilidad de agua y empeorado los impactos de la sequía”.

La cercanía al mar determina la humedad y las bajas temperaturas en el valle de Casablanca, conocido por sus vinos blancos. Estas características, explica Campana, crean vinos livianos, con una menor concentración de alcohol. Pero a medida que las temperaturas en el valle aumentan, es más difícil alcanzar este perfil. “Si deshojo [las viñas] en la mañana, el sol de la tarde me va a cocinar la fruta”.

Las altas temperaturas de la tarde disminuyen la acidez, concentran más azúcar, y crean vinos más alcohólicos y pesados. Como señala José Alcalde, profesor de enología en la Universidad Católica de Chile, este aumento en temperaturas también disminuirá el frescor nocturno, lo que hará difícil producir vinos con el mismo nivel de acidez. El cambio, comenta Alcalde, afectará particularmente a la variante Chardonnay, el vino que hace famoso al valle. Los aromas particulares de esta variedad, que son “florales y tropicales”, tienden a degradarse con las altas temperaturas.

El enólogo Campana añade que ahora los inviernos en el valle son más secos y más cortos, lo que significa que las plantas brotan más temprano, cuando aún están propensas a sufrir heladas. Una helada fuerte puede destruir más de la mitad de ciertas variedades, como el Pinot Noir —conocida como la uva del corazón roto por su sensibilidad al suelo y al clima— y el Chardonnay. Otras variedades, como el Sauvignon Blanc o el Merlot, tienden a brotar más tarde, lo que las vuelve menos vulnerables a estos cambios.

Hace 25 años era imposible cultivar “un muy buen Cabernet Franc o Malbec”, comenta el enólogo. Pero reconoce que, con el cambio en las condiciones climáticas, ahora es posible considerarlo. Para él, la resiliencia a los cambios del clima determinará qué variedades se pueden cultivar y vender: “Tenemos que sentarnos y pensar en el futuro”.

Visitantes de la viña Kingston.FRANCISCA VERA

Todos los viñedos en Kingston son de irrigación, explica Campana, así que por ahora su meta es aumentar la eficiencia del uso del agua. Desde comienzos de los 2000, la viña se ha visto obligada a reducir el uso de agua en un 30% o 40%. Una de las claves fue emplear un subsolador, es decir, un arado que rompe las capas endurecidas del suelo y genera fracturas en las que se alberga el agua de lluvia.

Campana comenta también que existen alternativas con las que no cuenta su viña, como cables de radiación ultravioleta que se atan a los alambres de las parras y se encienden cuando llega la helada para evitar que las bajas temperaturas dañen a las uvas.

Pero más allá de la tecnología, sus actividades han cambiado al nivel de lo cotidiano. El enólogo ahora desoja menos, ya no con el deseo de exponer el racimo, sino de aumentar la ventilación. Su viña ha transicionado a la agricultura orgánica y ha incorporado biodiversidad a los cultivos de cobertura con la meta de volver más eficiente su uso del agua. También han explorado la idea de plantar otras variedades. “Este año replantamos un bloque que estaba produciendo algunos de nuestros mejores vinos”, dice. “Fue muy difícil decidir arrancar esas vides, pero no eran eficientes en el uso del agua”.

Como nota Narciso Novogratz, quien en los últimos meses ha trabajado como aprendiz en la Viña Kingston, “las estaciones ahora son menos predecibles, así que las habilidades de los enólogos y agricultores están menos sintonizadas con las condiciones del viñedo.” Esta imprevisibilidad hace que el conocimiento detallado de las condiciones de la viña sea más valioso. A fin de cuentas, comenta, “los enólogos saben jugar con esos cambios. Más que nada, es una cuestión de adaptarse”.

“Es necesario que el sector agrícola participe activamente”

Pero adaptarse no será tan fácil para los otros valles de Chile. En Colchagua, por ejemplo, el valle de Apalta es particularmente vulnerable a los cambios en los regímenes climáticos. Se espera que la zona, caracterizada por cultivar cepas como Carménère, experimente un aumento en sus temperaturas mínimas y máximas en los próximos años. El profesor de enología Alcalde comenta que, en aquel caso, es posible que las viñas deban moverse hacia la costa o el sur en busca de condiciones más favorables.

En un país donde la industria vitivinícola representa un 0,5% del Producto Interior Bruto nacional, el sentimiento de urgencia anima la búsqueda de apoyos a estos agricultores. Dado que la industria nacional está orientada a la exportación, añade Alcalde, “el interés de los privados es lo más importante”.

Acota que se han tomado ciertas medidas para estudiar los retos que enfrenta la industria nacional, como la creación de un consorcio de viñas de Chile en asociación con una serie de universidades y con apoyo financiero del Estado. El Consorcio I+D estudia los principales problemas y limitaciones de la vitivinicultura nacional y aspira a conectar las exportaciones con los fondos para la investigación.

“Sin embargo, la confianza público-privada es algo que aún se necesita construir”, comenta el profesor. “La iniciativa sigue siendo muy privada y depende de contratos directos entre las viñas y las entidades de investigación, como las universidades”.

140 hectáreas de parras forman parte de la Viña Kingston.FRANCISCA VERA

Olga Barbosa Prieto, investigadora y profesora de la Universidad Austral de Chile y fundadora del programa Vino, Cambio Climático y Biodiversidad, aboga por una conservación de la biodiversidad de la mano de la industria de vinos del país. Barbosa comenta que dos legislaciones, la Ley Marco de Cambio Climático y la Ley del Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas, están por ser implementadas. Como los reglamentos de ambas leyes aún se están desarrollando, explica la experta, hay cierta incertidumbre en el sector agricultural. Y dado que la industria de Chile es relativamente joven, las tendencias mundiales marcan el paso de los cultivos. En consecuencia, “es un poco difícil arriesgarse o tomar nuevos rumbos sin saber si habrá compradores que quieran apostar por esas variedades”.

Pero la científica también sostiene que no hay contradicciones entre la conservación de la biodiversidad y el desarrollo de la industria vinícola en Chile, ya que son beneficios que se verán a largo plazo. “Es necesario que el sector agrícola participe activamente en la elaboración de los reglamentos y en la implementación de estas leyes,” concluye. A sus ojos, esto implica entender y adoptar prácticas sostenibles que se alineen con los objetivos de conservación y mitigación del cambio climático.

Alcalde está de acuerdo. “La fama del vino se construye lentamente”, anota. Si un valle cambia con el tiempo, o si es necesario desarrollar nuevos valles, hacerlos connotados es un proceso lento. “Hay futuro, pero hay que trabajarlo. Aún queda mucho por hacer.”

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