Nadie te explica en prisión qué es la tuberculosis (aunque te condenen a ella)
Científicos de Paraguay revelan que el hacinamiento en cárceles extiende la tuberculosis al resto del país. Piden reformar los sistemas de salud y judicial para detenerla
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A Martín le agarraron entre cinco, le ataron los tobillos y le colgaron boca abajo. Enseguida, su propia sangre enrojeció más la cuerda roja que rasgaba su piel. Solo fue el comienzo. Durante una hora fue el saco de boxeo de los matones que controlaban la cárcel de Tacumbú, la más grande de Paraguay.
— Me rompieron costillas, dientes… Me dejaron ahí como una hora...
Así lo cuenta Martín, flaco y tranquilo, apoyado en la pared del patio de visitas de esta prisión, un conjunto de edificios viejos y pabellones de techos metálicos, tan hacinados que parecen de todo menos una aburrida cárcel. Tras sus gruesos muros, el vaivén de gente parece un mercado central en hora punta, un casino de noche o varias iglesias en plena misa. También un vertedero con centenares de recicladores que duermen entre la basura o un fumadero de crack. Todo al mismo tiempo.
Martín lleva gorra, camisa a rayas y pantalones vaqueros que cuando camina revelan un poco la cicatriz que rodea sus tobillos, una quemadura que le llega hasta los huesos. Tiene 28 años y entró hace dos en esta cárcel prevista para 1.000 personas, pero que encerraba en ese momento a casi 4.000. Cómo él, el 70% sin ver a un juez, según datos oficiales, y probablemente, cumpliendo ya más condena de la que le corresponde.
Como todos adentro, Martín sueña con el afuera. Dice que se imagina sentado viendo la tele en casa con su familia:
—Libre y trabajando, así no más quiero estar.
Lo que no imagina, como casi nadie en este laberinto de paredes grises y rejas rojas despintadas, es que dentro tiene cien veces más posibilidades de contagiarse de tuberculosis que fuera.
Y ni siquiera sabe que se contagia por las vías respiratorias, cuando una persona infectada tose, estornuda o escupe, ni los síntomas de esta enfermedad -tos crónica y sanguinolenta, fiebre, sudores nocturnos y pérdida de peso-; que destruye los pulmones y puede extenderse a otros órganos. Tampoco que antes, en Europa, era conocida como tisis o peste blanca. Tampoco sabe que el cigarrillo la empeora rápidamente.
Un problema que sería minúsculo fuera, donde la salud pública paraguaya brinda un tratamiento gratuito con antibióticos que elimina la enfermedad en seis meses, si se atiende a tiempo. Pero mortal dentro, donde si un interno osa salir de las profundidades de un pabellón a la enfermería, situada cerca de la puerta principal, deberá pagar varios peajes en efectivo. A veces a guardias, otras a internos. Cada puerta enrejada que logre cruzar le costará más y más caro.
— Ahora hay un pabellón para ellos, pero hay enfermos en todos los pabellones, cuenta Martín.
Aunque infectarse con la bacteria que provoca la tuberculosis no implica necesariamente desarrollar la enfermedad, en Tacumbú, la tasa de personas que la desarrollan alcanza una proporción estratosférica. Es cien veces más alta dentro que fuera, según un reciente estudio publicado en la revista científica The Lancet por médicos de Paraguay y uno de España.
“Todas las cárceles están explotando de tuberculosis. No solo pierden la libertad, les condenan a enfermarse”, explica a América Futura uno de los investigadores del estudio, el epidemiólogo paraguayo Guillermo Sequera. Él y su equipo analizan el impacto de la tuberculosis en las prisiones paraguayas y cómo el mismo bacilo se está extendiendo fuera, según este otro estudio del año pasado publicado en Nature.
Tras ocho años de seguimiento, los investigadores demuestran el “alarmante riesgo de tuberculosis asociado con los ambientes penitenciarios en Paraguay, y cómo este riesgo persiste durante años después del encarcelamiento”. También destacan que son necesarias medidas más eficaces de control de la tuberculosis “para proteger la salud de las personas durante y después del encarcelamiento”. Mientras que 45 de cada 100.000 personas tienen tuberculosis en Paraguay, la proporción dentro es de 4.500 por 100.000.
Un castigo histórico
El “suplicio” era una parte fundamental del derecho penal de Occidente hasta el siglo XIX. El culpable debía ser “el pregonero de su propia condena”, según escribió el filósofo e historiador francés Michele Foucault en su libro Vigilar y Castigar. Al condenado se le paseaba y torturaba por las calles, engrillado, con carteles en su espalda, en la cabeza o en el pecho, para recordar su sentencia.
Foucault, estudioso de los sistemas de prisiones, detalló cómo las ideas humanistas de la Ilustración europea fueron dejando atrás más de veinte siglos de “suplicios” y cambiaron el objeto de castigo: de punir el cuerpo, se pasa a castigar el alma. Nacen las prisiones, y los Estados como hoy los conocemos, donde, supuestamente por el bien de todos, unos pocos, desde altas torres, vigilan a muchos y las penas carcelarias se ajustan, supuestamente, en proporción al crimen.
Su fin: cercenar la libertad, no las manos ni otras partes del cuerpo, y “reformar” al individuo con trabajo y educación para volverlo “útil”, es decir, productivo para la clase dominante del sistema capitalista, la burguesía, explica Foucault.
Algo que parece no haber ocurrido en Paraguay, donde las personas bajo custodia no tienen acceso a salud integral ni a educación y aún cargan con castigos físicos directos, como los golpes o no tener lugar seguro para dormir, bañarse o defecar. Y también indirectos, como enfermarse gravemente o morir por la precarizada y mínima atención sanitaria, según denuncian año tras año los informes de la institución estatal Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura, independiente del Gobierno.
“Además, lo que pasa con la tuberculosis es aplicable a otros problemas de salud infecciosos como VIH, hepatitis, influenza… La mortalidad tras salir de prisión es altísima”, destaca Sequera.
Justo una hora antes del amanecer del pasado 18 de diciembre, un pelotón de 2.000 policías y militares rodeó Tacumbú. Unos minutos después derriban la puerta principal. Las luces del penal se apagan. Reciben y envían miles de tiros que cortan las llamaradas de fuego. Dentro, algunos internos armados, la mayoría meros testigos, ven caer su motín que duraba meses y ven caer la organización criminal que gobernaba la prisión, el Clan Rotela. Explotan granadas, llueven tiros.
Martín recuerda estar ahí, agachado, pegado a una pared en el patio central, apoyado en el hombro de un amigo cuando, en un parpadeo, entre el humo y las explosiones, una de las balas que salen del helicóptero que sobrevuela el penal aterriza en la cara de su amigo.
Martín queda en shock, cubierto de sangre otra vez, pero ileso. Termina, como otros 700 internos, desnudo en el mismo patio donde se hizo el muerto durante horas antes de ser esposado para no formar parte de la lista de 12 cuerpos inertes que dejó el operativo. A Javier Rotela, líder del grupo mafioso dedicado al narcotráfico que gobernaba la prisión, lo detienen vivo cuando amenazaba con un cuchillo a una mujer embarazada.
Así termina el reinado del Clan Rotela en Tacumbú y el de su grupo de matones que torturó a Martín. Y así retoma el Estado paraguayo el control de la prisión, perdida hace décadas en manos de una rosca de organizaciones criminales locales e internacionales que se pelean por el control como el PCC de Brasil, que maneja aún algunos pabellones de los otros penales de Paraguay.
Un operativo exitoso para el Gobierno, pero que no ha cambiado un ápice la ausencia del Estado que permite el desarrollo de las mafias e impide la asistencia sanitaria. La tuberculosis aún campa a sus anchas en Tacumbú. ¿Cómo se arregla esta situación?
Un peligro que se extiende a toda la población
El pastor misionero evangélico español Pedro Pastora lleva 16 años trabajando en Tacumbú. Suele entrar a la cárcel con otros voluntarios a llevar comida a los internos sin dinero, ni cama, conocidos como “pasilleros”. Viven en condiciones inhumanas que, de tan cotidianas, se exhiben incluso a la luz del día y de las cámaras de los periodistas que lo visitan.
Pastora compara vivir en los pasillos de la cárcel con el mismo infierno y llama paraíso al pabellón gestionado por su iglesia, donde las normas son estrictas y, si no las cumples, te echan: cero drogas, música y cigarrillos. Horarios fijos para comer y dormir. Horarios fijos para rezar y rezar. Un sitio tranquilo, rodeado del caos, pero que, en cualquier caso, y en términos cristianos, parece más el purgatorio que un paraíso.
Para colmo, la operación policial destruyó todo lo bueno que había: los baños recién construidos, la instalación eléctrica, el supermercado, la ferretería, los talleres de trabajo, unos 300 colchones y hasta una capilla:
— Y así estamos. A dormir al suelo y tapando agujeros de bala y sí, fue una guerra. Cayeron unos cuantos de Rotela, pero el resto eran internos. Pillaron a todo el mundo. No importaba nada.
Pastora confirma que el Gobierno ofrece la medicación contra la tuberculosis dentro de la prisión, pero recuerda que la gente apenas tiene agua o luz eléctrica y que la precariedad es tal que cocinan con plásticos a falta de leña.
— Son tantos los que no saben ni leer ni escribir y tantos los que no toman en serio la enfermedad. La asistencia médica puntual no basta.
Paraguay lleva gobernado por el mismo partido derechista y neoliberal casi 75 años. El Partido Colorado ha controlado el país en forma de dictadura entre 1954 y 1989, y en forma de presunta democracia desde 1992. Sin embargo, hasta hoy domina los tres poderes del Estado.
Sus gobernantes y parlamentarios llevan décadas reduciendo y corrompiendo las instituciones públicas. Y sus jueces y fiscales llevan tres décadas enviando a tanta gente a prisión sin juzgar que la población penitenciaria se ha doblado en los últimos diez años. Hurtar una gallina puede conllevar cárcel en Paraguay y un asesinato no, dependiendo del dinero que puedan ”invertir” en los jueces y fiscales el acusado y el acusador.
En estos momentos, el sistema penitenciario paraguayo custodia a 17.000 personas privadas de libertad, de las que más de 11.000 se encuentran con prisión preventiva, apunta a América Futura Sonia Von Lepel, abogada que trabaja en el Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura.
“Como no hay un buen acompañamiento por parte del programa en los penales, las personas se vuelven a contagiar, y son más propensas a tener complicaciones o desarrollar problemas graves y permanentes en los pulmones”, añade Von Lepel.
El abuso de la prisión preventiva y la casi nula presencia del Estado en forma de salud y educación son las causas del hacinamiento que obliga a los internos a pagar por una celda o por una cama o a construir sus propios cuartuchos de madera dentro de espacios que no eran habitaciones, destaca la abogada.
“El mayor contagio se produce por el hacinamiento en que viven. La gente no duerme por temer a ser asaltada, violada y por la mala alimentación. Es un estrés permanente”, detalla Sequera.
Ambos profesionales están de acuerdo en que, aunque se duplicó la población penal, no ocurrió lo mismo con los recursos para salud. “No es un problema de los presos ni del Ministerio de Justicia. Es un problema de Salud Pública y hay que tratarlo como tal”, abunda el epidemiólogo, que recomienda que sea el Ministerio de Salud quién se encarga de las prisiones y no el Ministerio de Justicia.
“Las prisiones son una responsabilidad de todos y lo que ahí ocurre nos afecta a todos. La mayoría de la gente se contagia dentro, pero se enferma al salir, agrega. La tuberculosis puede manifestarse hasta tres años después, dependiendo de las defensas de cada persona. “Es un asunto de salud pública y, como tal, debe estar a cargo de especialistas en salud. Hace 30 años que se solucionó en otros países cambiando la gobernanza de salud de las prisiones”, resume el médico paraguayo.
La media para ver a un juez en Paraguay, y saber si uno es declarado culpable o no, es de entre tres y seis años. A Martín le queda al menos uno. Salga rápido o no, lo más probable es que ya no se libre de despertarse un día tosiendo sangre.