La certificación de semillas por la que apuestan los campesinos
El Sistema Participativo de Garantías se presenta como un modelo alternativo que evalúa la agroecología, la heredad y la equidad social
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En 2002, Javier Carrera quiso crear una organización que promoviera la práctica de la permacultura en Ecuador, citó en un café a tres amigos con intereses afines y así surgió la Red de Guardianes de Semillas. “Inicialmente queríamos juntar a gente que quisiera producir semillas, porque, por intuición, creíamos que ese era el aglutinante”, dice. Concebida en los años setenta por los ecologistas australianos Bill Mollison y David Holmgren, la permacultura es una estructura conceptual y un sistema de diseño de espacios productivos y sostenibles en armonía con el ambiente. Su óptica holística no abarca solamente el ámbito agrícola y alimentario, sino que atiende a todos los aspectos de la vida.
En la filosofía de los Guardianes, la semilla es información. El 50% de su contenido es genético y es el resultado de un proceso de desarrollo a lo largo de generaciones. La otra mitad es cultural, es decir, conocimiento que permite saber su historia, cómo cultivarla y cómo convertirla en comida. Para indagar en el contenido cultural, los Guardianes acuden a la ancestralidad, al cúmulo de saberes heredados de los pueblos originarios y, desde esa perspectiva, la simiente es asumida como todo lo que genera vida. Después de todo, la intuición de que las semillas serían las aglutinadoras de una forma holística de comprender la existencia, no estaba errada; son la esencia de la vida.
A mediados de 2003 se sumaron a la naciente red Rogelio Simbaña y Fernanda Meneses. Junto a Carrera, empezaron a viajar por el Ecuador rural para conversar con los campesinos sobre lo que se sembraba y se comía antes, y saber qué pasó con las semillas de esos alimentos: por qué se perdieron o dónde se las puede encontrar para ponerlas de nuevo en uso. Los primeros años de la red fueron dedicados a ese trabajo de rastreo y recuperación, algo que, dos décadas después, encuentra un estado de desarrollo superior en el Sistema Participativo de Garantía (SPG). “Se trata de un sistema de autogobernanza para garantizar a los consumidores que los alimentos que consumen son producidos de manera agroecológica”, explica Claudia García, permacultora y actual coordinadora del SPG en la Red, “y también es un proceso de construcción de conciencia sobre la alimentación, un movimiento social para fortalecer la producción, la comercialización y el análisis de las políticas públicas en relación a estos temas”.
Abrigado por ese marco conceptual, el SPG constituye una certificación autónoma construida de manera horizontal y colaborativa. Sus inicios se remontan a la década de los setenta en Europa, y tomó un impulso importante desde Brasil a mediados de la década del 2000, apoyado por el Movimiento Agroecológico de América Latina y el Caribe (MAELA) y la Federación Internacional de Movimientos de la Agricultura Ecológica (IFOAM).
“No hay una agencia o una empresa que viene a otorgarnos una certificación, sino que nosotros mismos definimos nuestros estándares, basados en principios de la agroecología”, dice Claudia García. “Implica una serie de requisitos que los productores tenemos que cumplir, y las herramientas para evaluar esos lineamientos las revisamos constantemente con la intención de mejorarlos, de ajustarlos a los nuevos conocimientos y a las necesidades de los productores y los consumidores”.
La Red de Guardianes de Semillas es una organización extensa en la que caben diversas prácticas: bioconstrucción, producción de semillas, de lácteos, de embutidos, de chocolate, de finas prendas hechas con lana de alpaca y hasta de un pódcast, Radio Semilla, con sustanciosos contenidos sobre regeneración ecológica y social. Por lo tanto, existen también diferentes SPG dependiendo de la actividad a la que atienden. La certificación resultante de los SPG toma la forma de un sello que simboliza una flor con ocho pétalos, donde cada pétalo representa un principio que se debe cumplir. Estos también se ajustan a la realidad de cada práctica productiva, pero, por lo general, se refieren a aspectos como una producción regenerativa, insumos ecológicos, protección a la salud y el ambiente, reciclaje, producción artesanal a escala familiar, equidad social, comercialización en mercados locales.
El número de pétalos que los productores obtienen para sus sellos varía en relación al cumplimiento de los diversos estándares. Un comité de veeduría conformado por diversos miembros de la Red visita a los productores (se visitan entre ellos) para verificar que los procesos se manejen en acuerdo con los principios de la certificación. Tales visitas a los terrenos de producción representan también oportunidades de aprendizaje y permiten el cruce de conocimientos entre los participantes, lo cual constituye otra gran diferencia con los certificados llamados de tercera parte, es decir, los que otorgan organismos externos.
El SPG diseñado para la producción de semillas tiene unas complejas especificidades que procuran abarcar todos los aspectos relacionados con ella. Su sello también es una flor de ocho pétalos, una cosmos. Los pétalos se refieren a: heredad, agroecología, germinación, protocolos, selección, almacenamiento, variedad definida y equidad social. “Este SPG mide absolutamente todo, toma en cuenta todas las fases del ciclo de la siembra y del ciclo de vida de las plantas, el trabajo en la finca y los aspectos sociales”, dice Fernanda Meneses, coordinadora de semillas en la Red. “Nadie, ningún Estado, ninguna certificadora orgánica te va a hacer un SPG de este calibre y así de hermoso. Nosotros lo hacemos porque amamos lo que hacemos y nos hemos sentado a soñar cómo tienen que ser las semillas que circulan en nuestra red”.