Respirar bajo los tiroteos: la revolución del yoga en las favelas de Río de Janeiro
Las clases del Instituto Yoga na Maré convocan a cientos de vecinos que encuentran en esta práctica una salida a la ansiedad de las continuas operaciones policiales y las disputas del narcotráfico
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La mañana amanece tranquila en el Complexo da Maré, un conjunto de favelas en la periferia norte de Río de Janeiro. El día anterior hubo una operación policial que provocó el caos y una lluvia de tiros en la barriada, pero hoy el clima volvió a la calma tensa habitual. Poco a poco, una antigua nave industrial que desde hace años funciona como centro cultural se va llenando de colchonetas de colores. En pocos minutos el ajetreo de la calle dará paso a poco más de una hora de profunda relajación: empieza la clase de yoga del Instituto Yoga na Maré, un proyecto social que desde hace ocho años está revolucionando la vida cotidiana de estas favelas, una de las zonas más violentas de la ciudad. Esta práctica, antes vista como algo exótico, elitista y fuera de su alcance, es ahora abrazada por decenas de vecinos (predominan las mujeres) que se esfuerzan entusiasmados en perfeccionar sus asanas.
Todo empezó de la mano de Ana Olivia Cardoso, una joven portuguesa afincada en Río que siempre acarició el sueño de usar el yoga como elemento transformador. La acogida fue instantánea y el boca a boca fue clave. Ahora tiene casi 200 alumnos, entre clases presenciales y virtuales. Los que acuden a la clase en la propia Maré comparten un grupo de WhatsApp donde a primera hora se avisan si hay algún tiroteo que obligue a cancelar el aula o a extremar precauciones. Una vez en el local, entre todos fabrican una realidad paralela. No importa el calor ni que de vez en cuando se cuele el ruido de una moto escacharrada. Reina la paz. Lo explica Cardoso rodeada de sus parlanchinas alumnas al terminar: “El día después de una operación, las alumnas están estresadísimas. Muchas veces hay que improvisar, trabajar más la respiración… No es milagroso, pero ayuda bastante. La violencia es horrible, dramática, pero, ya que hay cosas que no conseguimos cambiar, al menos intentemos cambiar la forma en que lidiamos con esos problemas”. En una ocasión, la policía irrumpió fusil en mano en la clase, justo al final, cuando las alumnas estaban acostadas, con los ojos cerrados, en un momento de máxima relajación. “Pensé en sacarlas de ahí, en vez de cantar el mantra final les pedí que fueran poco a poco hacia la pared con los ojos cerrados… Cuando ya estaban seguras, al final les dije que había una operación. Por lo menos no fue tan traumático”, recuerda.
La violencia cotidiana de estas favelas en guerra permanente genera una epidemia de salud mental que se esconde, invisible, tras los titulares más escabrosos sobre muertos y baleados. Cardoso comenta que el 80% de sus alumnas tienen diagnosticado estrés postraumático, ansiedad y síndrome del pánico. Muchas de ellas llevan años medicándose y gracias a la actividad están, por fin, recuperando las fuerzas para abandonar las pastillas. La risueña Creuza dos Santos, es una de las yoguis pioneras: “Es una belleza el movimiento del cuerpo, esa relajación, viajamos sin salir del lugar. Y pensar que a mi edad, con 66 años, me siento joven. Me siento cada día más renovada. Hemos ganado mucha calidad de vida”, dice orgullosa, deshaciéndose en elogios hacia la maestra, a la que bautizó cariñosamente como beija flor (colibrí).
Cardoso añade que las clases tienen un efecto positivo multiplicador en las familias. Muchas de las alumnas son amas de casa o cabezas de familia en entornos complicados, que gracias al yoga por fin pueden poner freno al insomnio o la irritabilidad. “Al final todo va equilibrando el propio núcleo familiar. No sólo a ella como individuo. Aunque el hijo o el marido no vengan, están siendo tocados por eso”, dice la profesora. Aunque las clases son rigurosas con la enseñanza del yoga y todo lo que implica (conciencia corporal, filosofía, mantras, etc) lo crucial aquí es la inclusión y el sentimiento de comunidad. Tanto es así que la mayoría de las alumnas llegan antes y se quedan un rato después porque el momento de los abrazos, de preguntarle a la amiga cómo le va la vida, es parte indispensable de ese momento de autocuidado. Aquí nadie coge la mochila y sale corriendo. Un viernes al mes se celebra el desayuno compartido, y también hay talleres de comida vegana, retiros a la montaña o excursiones a las zonas más turísticas de Río, donde forman multitudinarias clases al aire libre.
El yoga echó raíces muy rápido en la Maré. Entre sus primeras alumnas, de hecho, también estuvo una de sus vecinas más ilustres, la activista y concejala Marielle Franco, asesinada brutalmente en 2018. Con el crecimiento del número de alumnos, el proyecto social dio un paso más y hace cuatro años inauguró el Núcleo de Bienestar y Salud (Nubes), una pequeña casita en un callejón donde se busca dar un tratamiento más individualizado: desde masajes y acupuntura hasta arteterapia. Otro salto de escala se produjo hace pocas semanas, cuando 16 alumnas se graduaron oficialmente como profesoras de yoga. Se cumplía así uno de los objetivos iniciales, que la práctica fuera una onda expansiva y una alternativa de futuro para los vecinos del barrio.
Una de las nuevas profesoras es Josierica Mendes, que confiesa que aunque el yoga la conquistó desde el minuto uno, igual que a otras alumnas, tuvo que hacer frente a muchos prejuicios por parte de las iglesias evangélicas, que se cuentan por docenas en estas favelas. “El pastor me dijo que iba a adorar a otros dioses: ‘el de cabeza de elefante’, ‘el que tiene varios brazos’… Empecé un proceso de crisis conmigo misma, pero fue una época de aprendizaje… Al final salí de la iglesia y me centré en el yoga”, resume. Mendes se empeñó duro en las clases y tras 15 meses se convirtió en una de las nuevas profesoras. El camino no fue fácil: la pandemia se puso de por medio y lo atrasó todo. Para no perder más tiempo, Cardoso impartió parte de las clases online, con las alumnas haciendo malabarismos en casas minúsculas, con conexiones de internet inestables y ruido por todas partes. Ahora, Mendes da clases en un gimnasio y en un centro de salud, y ya se está formando para dar yoga para niños, para ayudar también a paliar la ansiedad de los más pequeños de la Maré. “Ya soy una semilla”, dice con una sonrisa de oreja a oreja.
Después de esta primera horneada de profesoras, el Instituto Yoga na Maré sigue soñando a lo grande, aunque los desafíos están a la altura de esas ambiciones. Tanto los cursos de formación como las clases del día a día son gratuitas. Hasta aquí, todo se financia con donaciones individuales, y la falta de recursos es el principal hándicap para contar con una sede propia y definitiva. La idea es incluso abrir un laboratorio de ayurveda y un grupo de psicólogas. Aunque la pandemia supuso un empujón de seguidores en el canal de YouTube y más donadores, las yoguis de la Maré sueñan con algún mecenas que permita dar un salto de escala, pero siempre respetando la manera de hacer local. Profesora y alumnas trabajan juntas, se ayudan mutuamente, es una relación horizontal que Cardoso quiere preservar en todo momento. “Cada vez más quiero eso, resaltar la potencia que hay en la Maré. No soy yo la que viene de fuera a salvar a nadie. La Maré tiene mucha potencia, todo esto ya estaba aquí, yo sólo lo desperté a través del yoga”, dice convencida.