Enilda Jiménez: la mujer que construye paz en el Urabá antioqueño, mientras protege la biodiversidad

Enilda Jiménez (Turbo, Antioquia, 46 años) tenía siete años cuando fue desplazada de la finca donde vivía con su familia en Urabá, y 15 cuando los paramilitares mataron a su padre, en 1995, porque se negó a “colaborar” con ellos en su dominio de esa región. Su corazón inquieto y el peso incómodo de la rabia la condujeron hacia el perdón y la reconciliación.

Después de un largo y doloroso proceso de justicia transicional y restitución de tierras, 23 años después del asesinato de su padre, ella y sus hermanos volvieron a la finca donde habían crecido. Entre las ruinas de su casa y la belleza del bosque tropical, entre los ríos y la fauna, se enfrentaron a una difícil decisión: deforestar la selva que tapaba los potreros, criar vacas y poner a producir la tierra, como lo había hecho su padre, o restaurar ese territorio y convertirlo en una reserva natural.

Eligieron la segunda opción cuando cayeron en la cuenta de que si abrían el potrero desplazaban a los animales. “Fuimos capaces de vernos en ellos. Eso fue mágico, no queríamos hacerles lo mismo que nos habían hecho a nosotros”, dice ella.

Empezaron a trabajar para proteger 487 hectáreas y hacer un plan de manejo que les permitiría practicar el agrosilvopastoreo y el turismo regenerativo. Así, han logrado preservar 131 especies de vertebrados, más de 20 en peligro de extinción y varias endémicas, que se encuentran en ese privilegiado lugar del corredor Darién–Urabá, una de las zonas más biodiversas del planeta: de las cinco ecorregiones que tiene la Colombia continental, allí convergen tres.

En 2021, cuando un estudio biológico les mostró el tesoro ecológico que poseían, los Jiménez constituyeron la Reserva Natural Surikí. Desde entonces, se han propuesto ser un referente de turismo regenerativo y desarrollo territorial en América Latina. Además, quieren demostrar que es posible construir paz, riqueza y bienestar de forma compatible con la naturaleza, la memoria y la acción colectiva.

Como psicóloga social, Enilda enfocó su trayectoria laboral en programas dirigidos a incrementar el acceso a la justicia de las poblaciones afectadas por el conflicto armado. Trabajó con el Estado, Naciones Unidas, Acnur, el PNUD, la OIM, organizaciones no gubernamentales dentro y fuera del país, y durante 12 años en el Consejo Noruego para Refugiados. “Por mucho tiempo estuve dedicada a acompañar a otras víctimas y desplazados como yo”, dice.

Conocer de cerca el sufrimiento, el propio y el ajeno, le mostró lo que le había enseñado su madre: “El amor es más útil y más sanador que el orgullo”. Lo entendió muchos años después, cuando conoció al asesino de su padre y se empeñó en soltar su carga, eligiendo, de la mano de sus hermanos, el perdón. “Perdonar no tiene que ver con el otro, sino con cómo eliges vivir tu vida”, reflexiona. “Porque la rabia y el dolor que te carcomen no le cambia nada a quien te hizo daño, no lo castiga. Vivir así es muy pesado. No puedes disfrutar, estar contento, ni amar. Perdonar es ponerte por encima de lo malo”.

Surikí refleja lo que ella quiere lograr en Colombia: reunir a gente de todas las ideologías, como ella y sus 21 hermanos. Aunque allí solo trabajan ocho de forma directa, todos son socios y aportan su patrimonio para que ese lugar exista. “Somos muy distintos. Hay de todas las religiones, de todos los partidos e ideologías. Y podemos hacer cosas increíbles juntos; ser solidarios y apoyarnos sin que pensemos de la misma manera. Esa es una de las principales tareas a las que estamos abocados en un país como Colombia y en el mundo de hoy”.

El turismo regenerativo propone que la experiencia del viajero incluya mejorar lo que encontró, proteger especies amenazadas, restablecer ecosistemas y promover economías sostenibles. “Me encanta haber encontrado ese nicho, porque no somos una empresa de turismo. Somos una reserva natural que usa el turismo como medio, no como un fin”, explica. Para ella es posible construir riqueza y, al mismo tiempo, cuidar la vida.

Cuando el turismo es un medio para conseguir un fin mayor, se convierte en una herramienta positiva, ha dicho Jiménez, porque no solo genera ingresos que sirven para implementar planes de manejo y proyectos de conservación, sino que permite educar. Uno de sus proyectos con jóvenes de la región y sus familias, por ejemplo, se enfoca en transformar prácticas como la caza, el tráfico de fauna silvestre y la tala de bosques en la cuenca río Surikí.

Al inicio, los visitantes no conocían la historia detrás de la reserva. Pero con el tiempo se dieron cuenta de que ese relato de perdón y reconciliación era la razón por la que estaban allí. Así que los anfitriones la empezaron a contar a los viajeros. La reserva se ha convertido en un modelo de regeneración ambiental, reconciliación y desarrollo sostenible con enfoque comunitario. Por ello, recibió el sello Destino de Paz, que otorga el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, por contribuir en la construcción de una cultura de paz en Colombia.

Quienes visiten este corredor privilegiado verán de cerca algunos de los monos araña que habitan allí. Verán al jaguar, al ocelote y a los manatíes. Surikí y la historia que cuenta será, entonces, la forma de reunir y conectar sectores que parecen irreconciliables. Ese es el gran logro de la reserva y el de Enilda Jiménez: una metáfora de otro país posible.