Kevin Casas-Zamora, experto en democracia: “La presencia del crimen organizado es el mayor riesgo para la democracia en América Latina”

El secretario general del Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA) advierte de la necesidad de fortalecer los estados de bienestar y de derecho para aumentar el apoyo a las democracias

Kevin Casas-Zamora, en Bogotá, el 27 de agosto de 2024.ANDRÉS GALEANO

Kevin Casas-Zamora (San José de Costa Rica, 56 años) es el secretario general del Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral, una organización intergubernamental que apoya la democracia en todo el mundo. Liderar una institución creada hace tres décadas por 14 estados, con sede en Estocolmo, le da al abogado y politólogo, que fue vicepresidente de su país entre 2006 y 2007, una perspectiva particular sobre el estado de la democracia en América Latina. En una visita a Bogotá conversa con EL PAÍS sobre la crisis postelectoral en Venezuela, el deterioro del apoyo a la democracia en la región y la situación colombiana.

Pregunta. ¿Cuál es el estado de la democracia en la región?

Respuesta. Al igual que el resto del mundo, la democracia en América Latina está enfrentando tiempos complicados. Hay una regresión en algunos aspectos de la construcción democrática que estaban avanzando. La consolidación del Estado de derecho está haciendo agua por la presencia del crimen organizado y la proliferación de la violencia que produce. Ese es quizá el riesgo más importante que enfrenta la democracia. No es solo que esa presencia distorsiona el funcionamiento del sistema político, en la medida en que trata de cooptar las instituciones, sino que la violencia se convierte en un caldo de cultivo de actitudes autoritarias, que plantean la prescindencia de los derechos humanos con tal de resolver las ansiedades reales de la población en torno a la seguridad personal. Eso es muy peligroso para la democracia, como muestra el ejemplo de El Salvador. La interacción entre seguridad ciudadana y democracia es prioritaria.

P. ¿Ve más retrocesos?

R. Sí, en los dos mayores avances de la construcción democrática en América Latina en una generación. En primer lugar, la capacidad de los países de celebrar elecciones libres, justas, transparentes y seguras. Al igual que en otras partes del mundo, las elecciones hoy están sometidas a un cóctel tóxico de amenazas. Unas son digitales, como las campañas de desinformación, los ataques de ciberseguridad o la dificultad que tienen las autoridades electorales para controlar el gasto en campañas digitales. Otras son políticas, por los niveles altísimos de polarización que estamos viviendo y que producen elecciones con grandes niveles de fricción; los ataques a la autonomía de autoridades electorales robustas, como hemos visto en México, Brasil, Perú o Guatemala; y la proliferación del negacionismo electoral, el método Trump de lanzar sospechas infundadas contra procesos y resultados electorales creíbles. Y todo eso sin hablar de lo que acabamos de ver en Venezuela, que es el caso más grave.

P. Ese es un avance que se deteriora...

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R. El otro son las relaciones cívico-militares. Una de las cosas que América Latina había hecho bien era devolver a los militares a los cuarteles. Recientemente vemos que en muchos países están siendo instrumentalizados para tareas de seguridad interna o los están poniendo a construir infraestructura como en México. A la luz de la historia política de la región, esos alcances son contraindicados. Entonces, tristemente, no sólo no estamos resolviendo las grandes asignaturas pendientes, sino que además estamos involucionando en otros frentes.

P. Con esos retrocesos ¿qué tanto apoyo mantiene la democracia en la región?

R. En los últimos años ha habido una erosión importante según en todas las encuestas. La encuesta más reciente Latinobarómetro, de 2023, muestra una caída de 15 puntos en la última década y media, de 63% en 2010 a 48% en 2023. De manera interesante, no aumenta la gente que está a favor de un régimen autoritario, sino que crece la proporción de quienes ven con indiferencia la suerte de la democracia, los que dicen que les da igual tener un régimen democrático o uno autoritario con tal de que resuelvan los problemas. Ese es el riesgo más grande: que terminemos aceptando que está bien un régimen que mantiene cierta parafernalia democrática pero va vaciando el contenido de la democracia. Es lo que ya ha ido ocurriendo en muchas partes del mundo, como en El Salvador.

P. En redes una frase sobre relaciones de pareja se volvió un meme que recuerda esto: “Quiero un hombre que resuelva”,

R. Es eso. Es una discusión muy compleja en todo el mundo, donde han aumentado brutalmente los niveles de incertidumbre social por efecto, por ejemplo, de las tecnologías digitales o por los cambios que se ven venir en el mercado laboral por la inteligencia artificial. Es una sensación que un amigo llama “telúrica”. Cuando los niveles de incertidumbre social se disparan, hay una tendencia natural de los seres humanos de buscar el abrazo protector de una figura paternal. Digo paternal de manera deliberada. Hay muchos precedentes de esto en la historia: el nazismo surgió sobre la base de las inmensas dislocaciones generadas por la Gran Depresión, Putin llegó al poder tras el caos generado en múltiples frentes por el Gobierno de Yeltsin en Rusia. Eso está ocurriendo hoy en todo el mundo. Los sistemas democráticos tienen que preocuparse por reducir los niveles de incertidumbre.

P. ¿Cómo hacerlo?

R. Con los estados de bienestar y el estado social de derecho. Al ayudar, al proveer una red de protección, reducen los niveles de incertidumbre en la medida en que otorgan previsibilidad a la vida social.

P. En suma usted lanza un llamado de alerta por la situación actual de la democracia en América Latina.

R. Absolutamente. Hay razones para estar preocupados.

P. ¿Y ve aspectos positivos?

R. Afortunadamente sí. Veo que se ha revertido la erosión democrática en algunos países. Es importante decir que ha ocurrido a través del proceso electoral en Brasil y Guatemala. Ahí hay una lección que tiene que ver con Venezuela: una de las razones por las cuales hay que ser tremendamente celoso en proteger la integridad electoral es que las elecciones no solo son un componente fundacional del sistema democrático, sino que ofrecen la mejor oportunidad para revertir procesos de debilitamiento. Ocurre en otros lados, en la India, Polonia o Zambia. Al final, la línea que demarca cuándo un sistema deja de ser democrático, es si existe la posibilidad de generar cambio político a través de la vía electoral. Eso claramente no ha sido posible en Venezuela.

El contexto de esta reflexión es que los procesos de quiebre democrático han cambiado mucho en todo el mundo, ya no son cuartelazo. Antes era muy fácil saber cuándo se quebraba un sistema democrático, ahora hay un proceso gradual, una amplia zona gris en la que no se sabe con precisión cuándo un país cruza el Rubicón. Yo sugiero una regla muy básica: se cruza cuando ya no es posible el cambio político a través de la vía electoral. En ese sentido, digamos, Bolsonaro puede ser calificado de muchas cosas, pero en Brasil era posible revertir el proceso de deterioro de la democracia a través de la vía electoral de una forma que no es posible en Venezuela.

P. ¿Ve algún camino para rescatar la democracia venezolana?

R. Quien diga que tiene una solución fácil está mintiendo. Hay que partir de una premisa: la capacidad de la comunidad internacional de hacer una diferencia es muy limitada, si estamos afuera es poco lo que podemos hacer. No es cero, pero es poco. Regímenes como el de Nicolás Maduro tienen una estructura de apoyo que les permite sostenerse aún en condiciones de gran vulnerabilidad, entonces no tengo grandes esperanzas de que de que la situación cambie pronto. Todas las señales me inducen a pensar que la decisión de Maduro y la gente alrededor de él es atornillarse en el poder, de una manera similar a la que ha ocurrido en Nicaragua. Si están dispuestos a convertir a Venezuela en Corea del Norte, no es demasiado lo que se puede hacer.

Ahora, la reacción frente al fraude en Venezuela es tan importante como el evento en si. Si no somos capaces de decir que la única vía legítima para acceder al poder es la vía legal, que el fraude no es aceptable, revela dónde estamos en materia de compromiso con la democracia.

P. La gran mayoría de gobiernos de la región han cuestionado lo ocurrido, con excepciones como Honduras, Nicaragua y Cuba...

R. Decir que el fraude no es aceptable es algo muy básico, elemental. En ese punto estamos todos. Algunos países, como Colombia, han asumido una actitud cautelosa. Entiendo perfectamente que la situación colombiana es particular, que tiene una relación con Venezuela muy compleja, con una cantidad de aspectos que deben ser manejados con enorme delicadeza. Además, celebro que, al igual que Brasil, hayan expresado su interés en jugar un papel de mediación que podría ser importante, y que el presidente Petro, de manera muy consistente, haya mantenido la exigencia de que se exhiban las actas electorales, otra cosa muy básica. Mi preocupación es que llega el punto en que tenés que llegar a la conclusión de que lo que pasó fue un fraude descarado. Admito que ese punto puede llegar en momentos diferentes para distintas personas, pero cuando llega tienes que decirlo. Si no, queda en duda el compromiso con la democracia. ¿O vamos a tratar a los venezolanos diferente que a los guatemaltecos? Durante la crisis postelectoral en Guatemala, cuando hubo un intento por subvertir la voluntad mayoritaria expresada en las urnas, vimos una reacción muy poderosa de los presidentes Petro, Lula, López Obrador, una respuesta que los honra. Esperaría que se repita con Venezuela.

P. ¿El momento será cuando Edmundo González diga que va a asumir la presidencia?

R. Nadie quiere volver a la experiencia de Juan Guaidó, que terminó siendo reconocido por más de 50 países y no logró ningún cambio. Quedamos, como decimos en mi país, escamados. Ahora, eso no significa que haya que aceptar una gran mentira. En algún momento hay que decir ‘no señores’. Podemos propiciar las condiciones para una transición política ordenada, pero sobre la base de conocer lo que pasó y tratar al Gobierno de Nicolás Maduro como un Gobierno de facto.

P. Para concluir, ¿cómo ve la democracia en Colombia?

R. Sin entrar en los detalles de la situación de seguridad, este país está en una travesía muy difícil, más que la de otros, de construcción de la democracia. Estos procesos nunca son lineales, de dos pasos para adelante y uno para atrás. En Colombia la democracia tiene raíces profundas y ha dado varios pasos adelante. Uno, inmenso, fue el acuerdo con las FARC. Y no es algo abstracto. Fui jefe de la misión de veeduría electoral de la OEA en la elección de 2018, y comprobé cómo fue la primera en medio siglo sin ni un solo traslado de urnas por motivos de violencia. Otro paso muy importante hacia adelante, independientemente de si uno está de acuerdo con el presidente Petro o no, se dio en 2022, cuando la izquierda llegó al poder por la vía institucional. No hay duda de que ahora todo el mundo está en el sistema político, como debe ser.

En todo caso queda mucho por andar. Las dos asignaturas pendientes más importantes están en la raíz del conflicto. Falta asegurar la presencia efectiva del Estado en todo el territorio nacional y el acceso de toda la población a los derechos económicos y sociales, sin lo cual cualquier democracia vive peligrosamente. Un frente, compartido con el resto de América Latina, es el robustecimiento del Estado de derecho. El caso de Colombia me parece fascinante porque tiene una cultura jurídica y legal extraordinariamente sofisticada y frondosa, y al tiempo es un país con una larguísima tradición de economías ilegales y de fenómenos de violencia al margen del del Estado. Cerrar la brecha entre la legalidad y realidad, que es particularmente amplia en Colombia, es muy importante.

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