Petro anuncia en el Consejo de Seguridad un plan de choque en el Congreso para implementar el acuerdo de paz
El presidente de Colombia reitera la necesidad de un consenso nacional exprés con la oposición para no fallarle a “la humanidad”
Llevaba un discurso escrito el día anterior en el avión presidencial. Lo había redactado a mano, como es costumbre, y después se lo transcribieron en un ordenador y lo imprimieron. Al final, solo le sirvió para saludar a las otras autoridades del Consejo de Seguridad de la ONU, en Nueva York. A partir de ahí, Gustavo Petro tiró este jueves de retórica. Su intervención debía durar 10 minutos, pero se alargó 40. Para explicar los problemas de su país se retrotrajo a la colonia española y desgranó uno a uno los problemas estructurales y de distribución de la riqueza que han convertido a Colombia en uno de los países más desiguales del planeta. De ahí la violencia, dijo. De ahí que el 1% de la población posea el 99% de la tierra, la mayoría de ella sin trabajar. Precedido de doscientos años de guerras internas y decenas de procesos de paz que han acabado en nada. Desde el asesinato en 1948 de Jorge Eliécer Gaitán, un político rupturista en el que le gusta mirarse a Petro, hay más de 700.000 muertos sobre la mesa. Cadáveres que, uno a uno, no cabrían en ningún cementerio cavado por ninguna civilización. Añadió que todo esto parece un mal permanente, un vicio cultural de la nación. El último intento de frenar este caos fue el acuerdo de La Habana, que consiguió el desarme de las FARC. Ocho años después, sentado en la emblemática mesa en forma de C del Consejo, Petro se ha quejado de que no se ha implementado y que de esa guerrilla desarmada se han disgregado en otras dedicadas al negocio de la cocaína. La codicia, piensa el presidente, es lo que mueve al mundo en este instante.
Sin embargo, quiere ponerle remedio. Petro ha anunciado un plan de choque con el que cumplir al pie de la letra lo que firmaron entonces el presidente Juan Manuel Santos y el entonces comandante en jefe de esa guerrilla, Timochenko. Días atrás, según fuentes presidenciales, Petro había hablado sobre este asunto con Santos, a pesar de que los dos mandatarios han estado distanciados por los desplantes de Petro—le ha dejado plantado en dos reuniones sin avisar— y la idea de este Gobierno de convocar “al poder constituyente” de una forma no muy clara. Ahora, a punto de llegar a la mitad de su mandato, Petro quiere impulsar en el Congreso un fast track: un mecanismo excepcional que permitirá reducir a la mitad los tiempos para tramitar las reformas legales y constitucionales. El procedimiento casa con la inquietud de Petro, que siente que su mandato se le escurre entre las manos sin poder haber cambiado lo suficiente el país.
“Un procedimiento de fast track nos llevaría a reducir los plazos del tiempo para cumplir con efectividad el acuerdo de paz firmado. Lo vamos a presentar a la sociedad colombiana y al Congreso, pero quisiéramos dejarlo aquí refrendado ante ustedes”, dijo el jefe de Estado. Para eso, necesita contar con la oposición, es decir, llevar a cabo ese acuerdo nacional para el que acaba de incluir en su Gobierno a Juan Fernando Cristo, un político veterano cercano a Santos. No ha explicado si este procedimiento que, en teoría, le llevaría a aplicar las políticas que tiene en la cabeza frenaría un proceso constituyente, o si no son ideas excluyentes. O incluso si una cosa y otra resultan ser lo mismo. Según fuentes de Casa de Nariño, esto “no es una vía a la constituyente”. Entramos en el terreno de las interpretaciones. Los petrólogos tendrán que hilar fino esta vez.
Antes de Petro, intervino Carlos Ruiz Massieu, representante especial del secretario general de la ONU en Colombia. Dijo, nada más empezar, que la paz total del presidente -la idea de negociar con todos los grupos armados a la vez- era “una respuesta realista” a los problemas de violencia. Quiso felicitar a Petro por intentar la reforma agraria, pero le dejó claro también que la credibilidad del proceso pactado residente “en la aplicación con éxito de las 33.000 propuestas de las comunidades”. Contó que después de la firma hubo una reducción de la violencia, pero que la falta de Estado comenzó “la expansión paulatina de otros grupos armados, una expansión que existe hasta hoy”.
Petro lo escucho a la espera de su turno. Cuando le tocó recalcó que no cuenta con dinero para embarcarse en una transformación semejante. El presupuesto colombiano, ha dicho, está comprometido en los próximos 30 años. Se ha gastado en autopistas de dos carriles —una crítica velada— que rodean las grandes ciudades. La otra parte del país luce abandonada. Petro ha propuesto que le rebajen los tipos de interés de la deuda, que se elevan al 8 y al 9%, y se los pongan al nivel de los de Estados Unidos. En cuanto a posibilidad de manejo del dinero, dijo: “Ahí soy una figura casi decorativa”. Por eso, considera necesario modificar las normas de las vigencias futuras y el plan fiscal de mediano plazo, que permita financiar la inclusión territorial al desarrollo, priorizando la inversión en los territorios. Una forma más de recibir dinero sería poner en valor que la Amazonía colombiana es una “esponja” que absorbe la cantidad de CO2 que emite Estados Unidos; en ese punto dijo que no era ciego, que su antiimperialismo (esas no son sus palabras textuales, pero era lo que venía a decir) no le hacía ocultar que China contamina de igual manera el mundo.
Hubo más, 40 minutos dan para mucho. Dijo que le gustaría excarcelar a los 35.000 campesinos en prisión por plantar hojas de coca, “un vegetal”. Encerrados, encima, en “condiciones brutales de hacinamiento y violación de los derechos humanos”. Por supuesto, una reforma agraria que reparta de manera exprés la tierra. En el acuerdo de paz se prometió el reparto de tres millones de hectáreas. Duque, un enemigo de ese acuerdo—-y, por tanto, de la paz— apenas ejecutó algo más de treinta mil y Petro se ha ido a ciento ochenta mil. “Mucho más, pero insuficiente”, reconoció el presidente. Detrás le escuchaban, atentos, su número 2, Laura Sarabia; el canciller Luis Gilberto Murillo; y el comisionado de Paz, Otty Patiño. Buena parte de su núcleo duro, el martillo del presidente y a la vez escudo, los que lo protegen. Después de esta larga disertación histórica, política y técnica, levantó la cabeza, que hasta entonces había estado ligeramente ladeada, y miró al presidente del Consejo, un ruso rubicundo: “Muchas gracias por escucharme”.
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