China y América Latina

El gigante asiático puede quedarse, como varios países de América Latina, enredado en la llamada trampa de ingreso medio

Barco chino en el puerto de Buenaventura, Colombia.Jair F. Coll (Bloomberg)

¿Lo que tenemos hoy es lo mejor que podemos esperar de la economía? Esa es una pregunta apremiante para América Latina y China. De la respuesta depende la suerte, en los próximos 20 años, de 2.000 millones de personas que viven en el gigante asiático y en el continente latinoamericano.

Por espacio de treinta años, hasta mediados de la década pasad...

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¿Lo que tenemos hoy es lo mejor que podemos esperar de la economía? Esa es una pregunta apremiante para América Latina y China. De la respuesta depende la suerte, en los próximos 20 años, de 2.000 millones de personas que viven en el gigante asiático y en el continente latinoamericano.

Por espacio de treinta años, hasta mediados de la década pasada, hubo un acoplamiento fuerte entre las economías avanzadas y China; y en este siglo, entre China y América Latina. Las claves del primer acoplamiento fue la inversión masiva del mundo desarrollado en China y la transferencia de tecnología, que elevaron su capacidad productiva a la par con los mejores del mundo.

Para el segundo acoplamiento, el nuestro con China, la clave fue la demanda masiva de materias primas para surtir la industria de transformación china, alimentar a su inmensa población y garantizar sus fuentes de energía, lo que dinamizó los ingresos de América Latina.

Esos dos acoplamientos virtuosos tuvieron su pico alrededor de 2015. Desde entonces se ha iniciado un desacoplamiento de China y Estados Unidos. América Latina sigue atada a una China que crece lento, con lo cual es poco lo que podemos esperar de la economía en los próximos años.

Parte del pesimismo frente a China sale del enfriamiento de las relaciones comerciales, tecnológicas y de inversión de EE UU, liderado por Trump y mantenido por Biden; y su apoyo al llamado reshoring, o relocalización, de la producción a su territorio y a geografías más cercanas, como México.

Los chinos tienen claro que superar ese desafío planteado por EE UU está ligado a la tecnología, en especial aquella dedicada al manejo de información. La gran batalla del desacoplamiento de EE UU y China se libra en la industria de semiconductores y en la innovación tecnológica, la Inteligencia Artificial, el aprendizaje de las máquinas, el internet de las cosas, etc.

El secretario general del Partido Comunista Chino, Xi Jinping, afirmó en octubre de 2022 que la innovación es la fuerza primordial para liderar el desarrollo y la modernización de China. Propuso resolver el cuello de botella de los semiconductores y consolidar el control de la política tecnológica. Como resultado, el Partido Comunista creó la “Comisión Central de Ciencia y Tecnología” y el gobierno reorganizó el Ministerio de Ciencia y Tecnología.

El Instituto Australiano de Política Estratégica ve que China habría pasado a Occidente en 37 de las 44 tecnologías que monitorea, desde defensa, espacio, robótica, energía, medio ambiente, biotecnología, inteligencia artificial, materiales avanzados y tecnología cuántica.

Además, China posee muchos de los metales para la transición energética y el 70% de su procesamiento. Para la OCDE, China alcanzó al país promedio de esa organización en términos de gasto en investigación y desarrollo. Invierte 2,4% del PIB, más que la Unión Europea, pero menos que Estados Unidos (3,5 %).

Como resultado, Estados Unidos anunció en 2022 que restringía el acceso de China a semiconductores de alta gama y a las herramientas para fabricarlos. Los Países Bajos y Japón, que poseen las tecnologías clave para la fabricación de chips, se unieron a esa esfuerzo. El objetivo es mantener a China atrás en términos absolutos, no solo relativos, en semiconductores y otras tecnologías críticas, tal como argumenta Bert Hoffman, del Banco Mundial y la Universidad Nacional de Singapur.

Estos no son los únicos obstáculos de China. Algo también se le puede atribuir a la eficiencia del mercado vs. la del Estado. El Ministerio de Ciencia y Tecnología chino sufrió una debacle con un gran fondo que buscaba potenciar su industria de chips y que terminó en despilfarro y corrupción. Los políticos no sobresalen por saber mucho de ciencia ni por tener puntería en seleccionar proyectos.

Aparte de la brecha tecnológica con Occidente, China tiene en la actualidad otros problemas por resolver: 1) su economía creció tan solo 0,8% en el segundo trimestre de 2023; 2) manejó mal el COVID, alargó las cuarentenas y atrasó su recuperación; 3) los gobiernos locales tienen una abultada deuda; 4) la política de un solo hijo, ya modificada, tuvo tremendas consecuencias demográficas; 5) enfrenta el fin de la burbuja de la construcción, que dejó muchos barrios nuevos vacíos; 6) el envejecimiento llevará a que en los próximos 30 años salgan 200 millones de chinos de la fuerza laboral; y 7) ya agotó buena parte de su dividendo de desplazamiento poblacional hacia el Este exportador.

No se ve fácil salir de esa situación. Para dinamizar la economía, Xi Jinping tiene un paquete de reformas fiscales, al sector financiero, al mercado laboral, el sistema de pensiones y al sistema de catastro, con las que espera volver a crecer entre 5% y 6% anual.

Como afirma Hoffman, en medio de un entorno adverso China regresa a un modelo de desarrollo más impulsado por el Estado, pero perjudicial para el largo plazo. El tiempo dirá si esas reformas serán efectivas para superar los problemas y si logran mantenerse a la par con EE UU y Occidente. La tecnología seguirá siendo el campo crucial de competencia estratégica.

China puede quedarse, como varios países de América Latina, enredada en la llamada trampa de ingreso medio. Para usar un símil cotidiano, esa trampa es lo que le pasa a una familia que ascendió a la clase media, logró comprar apartamento y carro, y pagó la universidad de los hijos. Pero luego de un esfuerzo enorme que tomó varias décadas, los padres ya se jubilan y no ven que los hijos vayan a ganar más, ni a tener más que ellos. Quedarán atrapados en su situación actual sin gran perspectiva de más ascenso.

No todo es sombrío. Tanto en China como en América Latina seguirá habiendo muchos negocios prósperos, creación de clase media y familias acomodadas. Pero la posibilidad de un nuevo milagro, como el vivido entre 1990 y 2015, parece escabullirse. Aparte, América Latina tiene su propia oleada de gobiernos progresistas y estatizadores.

Nuestra región no entra en la carrera tecnológica de China, excepción hecha de México a causa del reshoring de empresas americanas, europeas y chinas a localizarse cerca de la frontera. Hacia el sur, hasta la Patagonia, no se vislumbran nuevos vientos de cola para la región.

Ese parece el desafío intelectual y de política pública más apremiante de la actualidad: ¿acaso lo que tenemos ahora es lo mejor que podemos esperar de la economía?

Como en el símil de la familia, para salir de esa trampa de ingreso medio y cambiar las perspectivas tendríamos que emprender otros negocios.

Ser la huerta y el granero, la mina, la estación de gasolina, la playa y la discoteca del mundo no parece suficiente. Si seguimos haciendo las mismas cosas, será difícil evadir el estancamiento.

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