Gobierno Petro: ni el cambio prometido ni el desastre temido

Quedan tres años por delante y el presidente podría enmendar errores y sumar apoyos para avanzar en reformas o persistir en su mirada dogmática

Gustavo Petro, en Bogotá, el 26 de junio de 2023.JUAN BARRETO (AFP)

El primer año del Gobierno de Gustavo Petro no ha dado tiempo de respirar. Han sido meses cargados de propuestas, escándalos, peleas, novedades y también viejas prácticas políticas. No ha sido el mesías que defienden sus seguidores ni el demonio que pintan los opositores. El país no se acabó ni se acabará como plantearon los visionarios de desastres, pero el anhelado cambio, por lo menos en la dimensión prometida, tampoco se ve. Hay, ...

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El primer año del Gobierno de Gustavo Petro no ha dado tiempo de respirar. Han sido meses cargados de propuestas, escándalos, peleas, novedades y también viejas prácticas políticas. No ha sido el mesías que defienden sus seguidores ni el demonio que pintan los opositores. El país no se acabó ni se acabará como plantearon los visionarios de desastres, pero el anhelado cambio, por lo menos en la dimensión prometida, tampoco se ve. Hay, como en todos los gobiernos, aciertos y errores, pero esta administración marca hitos en lo bueno y en lo malo que vale la pena destacar.

Lo primero es entender que al margen de que guste o no, la llegada de un presidente de izquierda al poder por la vía de las urnas fortalece la democracia colombiana. Es importante la alternancia política pacífica en un país con conflicto armado porque aquí se confunde guerrilla con izquierda y paramilitarismo con derecha. Todavía, de manera peligrosa, algunos líderes políticos alimentan esa confusión porque es una fórmula para conseguir adeptos en tiempos de polarización.

Reconocer que en una democracia no hay enemigos a eliminar sino personas que piensan distinto es un paso seguro en el camino hacia ese sueño permanente de convivir en paz en medio de las diferencias. Por eso es importante tener un gobierno de izquierda y por eso, gran paradoja, también es tan riesgoso el discurso del presidente Gustavo Petro cuando en su estilo de balcón insiste en dividir el mundo en grupos irreconciliables. Curioso estar dispuesto a hablar con los armados, pero tener dificultades para escuchar a los desarmados que opinan distinto, incluso en su propio gabinete. Algunos opositores hacen lo propio cuando señalan como lo más importante el pasado guerrillero del presidente para descalificar su gestión.

Vale destacar la llegada al Gobierno de personas distintas venidas de muchos territorios que representan sectores excluidos. Ver a más mujeres, indígenas, líderes afro en las altas esferas del Gobierno da un respiro. Trae retos también por la falta de conocimiento sobre la operación del Estado, por la lenta curva de aprendizaje y por las debilidades propias del activismo que sirve para entender la realidad, pero riñe a veces con una mirada macro de los problemas. Sin embargo, el mensaje de democracia real es contundente. Esas personas, más allá de su origen y de los sectores que representan, deben mostrar resultados, administrar bien, ejecutar. Si lo logran, la transformación puede ser inmensa y si no es así, pueden echar para atrás años de batallas sociales por la inclusión. Las están juzgando y las van a juzgar con mayor severidad porque este es un país con profundas raíces de discriminación.

En materia económica no hubo la debacle anunciada por los más ortodoxos analistas. Hay mejoras en algunos indicadores como la inflación, el desempleo o la inversión extranjera. También bajó el precio del dólar. Sin embargo, falta mucho camino para consolidar el crecimiento y hay inquietudes porque no es claro si las cuentas del Estado dan para tantas promesas y programas sociales. Ojalá alcance la caja porque es bueno, sin duda, que se dediquen más recursos para el agua, la educación, la salud y que se invierta también lo que sea para atender la crisis de hambre en la Guajira. Veremos si las ideas anunciadas se traducen en realidades.

El presidente Petro ha impuesto un ritmo distinto desde el poder. Por los anuncios diversos, por las ganas de abarcar todo, por las peleas directas en las que se mete, por la impuntualidad y las citas que cancela. Gasta capital político valioso en minucias. Es un liderazgo que confunde y tiende a generar incertidumbre. De manera equivocada ha convertido su cuenta de Twitter en el centro de la comunicación oficial y con ello si bien marca la agenda mediática y de opinión, también impide conocer lo que pasa de fondo en su Gobierno. Con la capacidad que tiene para llamar la atención desde esa cuenta, se esperaría que la usara para mejores propósitos.

Por otra parte, puso al país a hablar de reformas necesarias y aplazadas hace tiempo, pero no ha logrado consensos en torno a ellas porque se aferra a ideas imposibles de cambios totales, en vez de buscar acuerdos para sacar reformas posibles que pueden significar avances importantes. El exministro Alejandro Gaviria en su libro La explosión controlada describe bien la personalidad de Gustavo Petro. Al revelar detalles de lo que pasa tras la cortina del poder nos dibuja a un presidente con buenas intenciones que se pierde en ideas generales y ambiciosas, pero con poca capacidad para concretar proyectos posibles.

Esa misma ambición que va más allá de lo posible está en la Paz Total que no acaba de despegar. Era claro desde el primer momento lo difícil de llevar a buen puerto tantos diálogos simultáneos. Hasta el momento se avanza en la instalación de algunas mesas, pero eso no ha significado cambios importantes en los niveles de violencia. Al contrario, la percepción de inseguridad en el campo y en la ciudad se ha incrementado hasta convertirse en una de las grandes debilidades del Gobierno, a pesar de que los funcionarios dicen que las cifras muestran lo contrario. Lo cierto es que siguen los ataques de grupos ilegales contra la población civil, las masacres y el asesinato de líderes sociales. Es pronto para hablar de fracaso, pero hay razones para el pesimismo.

Poco se ha escuchado sobre los planes para combatir la corrupción, un tema que fue bandera política del hoy presidente, pero que no ha tenido prioridad en su agenda ni en sus trinos. Mayor importancia les ha dado a los temas internacionales. El presidente desde el comienzo dejó clara su intención de buscar liderazgo en la región y en el mundo y ha logrado conectar fácilmente con agendas importantes como la del cambio climático. Sin embargo, no logra concretar en el país el camino adecuado para hacer la transición energética. Sí genera optimismo el freno que se logró poner a la deforestación con la cifra más baja desde el año 2013.

No han faltado las crisis, aprovechadas muy bien por la oposición. Sin embargo, el presidente ha sorteado con tino los escándalos que lo han tocado muy cerca: su hijo Nicolás Petro, Laura Sarabia, Armando Benedetti, Irene Vélez. No ha dudado en retirar del cargo a los cercanos y en pedir que investiguen a sus familiares sin intervenir en el trabajo de la justicia. Más complicado ha sido mantener la coalición en el Congreso y un gabinete amplio alineado. Quedan tres años por delante y el presidente podría enmendar errores y apuntar a sumar apoyos para avanzar en reformas que van más allá del Congreso o persistir en su mirada dogmática y tal vez convertirse en una esperanza frustrada. El cambio se logra paso a paso y sumando.

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