Sacó la mano el régimen presidencial

El deterioro del aparato institucional colombiano ha crecido lo suficiente como para que nos preocupemos y nos preguntemos si se hace necesario un revolcón que garantice la gobernanza

Legisladores asisten a una sesión del Congreso en el Capitolio Nacional, en Bogotá, el 20 de julio de 2022.Andres Cardona (Bloomberg)

El periodista Roberto Pombo, en su programa dominical Mis Preguntas, que se trasmite los domingos por el sistema Prisa ―Caracol Radio, La W, EL PAÍS y los canales digitales―, reabrió el debate de la instauración del sistema parlamentario en reemplazo del régimen presidencial que rige en Colombia desde 1821, como resultado de la influencia norteamericana. La controversia original se armó por cuenta de la propuesta del presidente Alfonso López Michelsen en el año 2004, cuando el desprestigio del Congreso y de los partidos políticos mostraba ya unos índices preocupantes. La iniciativa no t...

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El periodista Roberto Pombo, en su programa dominical Mis Preguntas, que se trasmite los domingos por el sistema Prisa ―Caracol Radio, La W, EL PAÍS y los canales digitales―, reabrió el debate de la instauración del sistema parlamentario en reemplazo del régimen presidencial que rige en Colombia desde 1821, como resultado de la influencia norteamericana. La controversia original se armó por cuenta de la propuesta del presidente Alfonso López Michelsen en el año 2004, cuando el desprestigio del Congreso y de los partidos políticos mostraba ya unos índices preocupantes. La iniciativa no tomó vuelo entonces, porque mal que bien los Gobiernos armaron unas mayorías a base de mermelada burocrática para tener gobernabilidad. Hizo mucho ruido el proyecto de reforma constitucional que incluía poner a encabezar las listas del Concejo municipal con los alcaldes. La lista mayoritaria pondría al mandatario, pero el fuego se fue yendo. Era una llama al viento y el viento la apagó, diría Barba Jacob.

No obstante, el proceso de deterioro del aparato institucional colombiano ha crecido lo suficiente como para que simultáneamente nos preocupemos y nos preguntemos si se hace necesario un revolcón que garantice la gobernanza (régimen parlamentario) y aproveche las dudas sobre los mecanismos de elección del fiscal general de la Nación, del contralor general de la República y del Procurador. El jefe de Estado habla de ser víctima de “un golpe blando”. No sabemos qué quiere decir “blando”, pero alimenta el despelote. El presidente Petro sorprendió al iniciar su período de Gobierno con la formación de una gran coalición que le permitió alcanzar un triunfo descomunal con la aprobación, muy controvertida, de una reforma tributaria de 20 billones de pesos, la más jugosa en recursos de la historia. La luna de miel duró poco. El matrimonio con los partidos Liberal, Conservador y De la U entró en barrena. El presidente declaró su terminación y provocó la salida de 10 de sus ministros antes de cumplir los nueve meses de su administración. El Consejo de Estado anuló la elección del presidente del Congreso y del Contralor. Para el periódico El Tiempo, las reformas sociales de Petro estarían en aprietos por la falta de tiempo y de mayorías.

Un cambio de régimen presidencial por uno parlamentario aseguraría que el jefe del Gobierno cuente con mayorías, aunque se corra el riesgo de que ese jefe de Estado dure poco; pero en cambio, para evitar ese riesgo, obliga a los partidos a organizarse y a disciplinarse. El problema que sí es complicado es el método que se utilice para perfeccionar la reforma. Las tres posibilidades que ofrece la Constitución para ejecutarla ―el Congreso, la Asamblea Constituyente o el pueblo mediante referendo― son tortuosas. Las dos últimas obligan a que previamente el Congreso vote una ley para su desarrollo.

La experiencia del sistema presidencialista en Estados Unidos, el más importante del mundo, durante el Gobierno del presidente Obama, que entró en conflicto con el Congreso por el manejo de los problemas fiscales (lo que puso a la primera potencia mundial al borde de su insolvencia, empeorando sensiblemente la crisis económica universal), se convirtió en el episodio de ingobernabilidad más grave sufrido en la historia de esta nación, imputable a su sistema de Gobierno presidencialista. Lo delicado es que el fenómeno se repitió con el presidente Biden, quien se vio obligado a interminables diálogos con el líder de la Cámara de Representantes para arreglar el entuerto del techo de la deuda, y que pondría en ascuas a Estados Unidos, para prevenir el impago y evitar una catástrofe. Se dice que el acuerdo está listo. La ingobernabilidad también.

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