Columna

Hablemos de los años del vértigo

El historiador alemán Philipp Blom llegó ayer a Bogotá para participar en el festival de música clásica que organiza el Teatro Julio Mario Santo Domingo

Philipp Blom, historiador y novelista en 2022, en Madrid.Olmo Calvo

El historiador alemán Philipp Blom, una de las cabezas más lúcidas de su generación, que es la mía, llegó ayer a Bogotá para participar en un encuentro que no es de historia, ni de literatura (Blom ha publicado una novela), ni un foro sobre el cambio climático (Blom ha escrito un maravilloso libro al respecto), ni una manifestación colectiva sobre las ansiedades de nuestro momento (Blom las ha diseccionado en otro libro). No: Philipp Blom llega al festival de música clásica que organiza ...

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El historiador alemán Philipp Blom, una de las cabezas más lúcidas de su generación, que es la mía, llegó ayer a Bogotá para participar en un encuentro que no es de historia, ni de literatura (Blom ha publicado una novela), ni un foro sobre el cambio climático (Blom ha escrito un maravilloso libro al respecto), ni una manifestación colectiva sobre las ansiedades de nuestro momento (Blom las ha diseccionado en otro libro). No: Philipp Blom llega al festival de música clásica que organiza el Teatro Julio Mario Santo Domingo. Los organizadores han tenido el buen tino de invitarlo porque el título y el tema del festival es La belle époque: esos años que comienzan alrededor de la derrota de Francia en la guerra de Prusia y se cierran con el comienzo de la Primera guerra mundial, la más salvaje y asesina de cuantas recordaban los seres humanos que la padecieron. (Que la llamaron la Gran guerra, no la Primera, pues no sabían que venía una Segunda; igual que llamamos Guerra de Ucrania a la de ahora, confiados todavía en que no sea la Tercera.)

Y sobre esos años, o sobre su última parte, ha escrito Philipp Blom uno de sus mejores libros. Se llama Los años de vértigo, y explora hasta el fondo esa época contradictoria de progreso y de atrocidades, de bienestar europeo y de colonialismo explotador, que a comienzos del siglo XX se transformó en un tiempo singular de ansiedades privadas, tensiones públicas y vertiginosos cambios tecnológicos: en otras palabras, años sospechosamente parecidos a los nuestros. En ellos, escribe Blom, “nadie sabía con seguridad qué forma el mundo futuro, quién ejercería el poder, qué constelación política saldría victoriosa o qué tipo de sociedad surgiría de la vertiginosa transformación”. Los años de vértigo, este libro inquietante, alimentará seguramente las dos conversaciones públicas que tendrá Blom en este festival de música. Y yo espero que la gente de Bogotá llene los dos eventos, porque Blom es uno de esos raros historiadores que tienen la enorme virtud de ser también grandes narradores, y además de serlo no sólo por escrito, sino en el arte difícil de la conversación pública.

Como si esto fuera poco, Blom tiene también un doble talento que es la razón por la que sus libros me han parecido a mí no sólo gozosos, sino útiles. Por un lado, es capaz de hacernos comprender el pasado desde el pasado mismo, sin esa mirada moralista y un poco ridícula de nuestras correcciones políticas, que ahora nos piden juzgar a los hombres y mujeres del pasado con la mentalidad de nuestro momento presente, pidiéndoles que sepan lo que nosotros hemos aprendido con el tiempo y el esfuerzo, exigiéndoles retroactivamente que se comporten en su momento como nosotros nos comportamos ahora en el nuestro. Yo tengo para mí que ésta es una de las insuficiencias más graves que podamos sufrir los ciudadanos: la carencia de imaginación. En Los años de vértigo, Blom nos invita explícitamente a hacer ese experimento: al entrar en esa época, imaginemos que no sabemos nada de lo que vino después; imaginemos que vemos esos años de 1900 a 1914 “sin las sombras largas del futuro”. El ejercicio es difícil, pero contamos por fortuna con la ayuda inestimable de las novelas y los buenos historiadores.

Lo que llamamos imaginación es la facultad de instalarnos –con la mente, con las emociones, con la sensibilidad– en un pasado desaparecido. Pero esto es sólo una parte del oficio complejo de mirar hacia atrás, por lo menos tal como lo entiende Philipp Blom. La otra parte es la capacidad de contar el pasado de manera que ilumine –o que ayude a interpretar– el presente: este presente que nunca entendemos bien porque lo tenemos demasiado cerca, igual que lo tuvieron demasiado cerca los habitantes de ese cambio de siglo para los cuales la belle époque no era bella, sino angustiosa e incierta. La belleza se vio mejor después, como consecuencia de la retrospección y la nostalgia por el mundo previo a la catástrofe. Claro: después de una guerra como la de 1914, cualquiera tenía derecho a pensar o sentir que todo tiempo pasado fue mejor. Y leer Los años de vértigo (o asistir, por ejemplo, a una conversación que lleve ese título) es también darnos cuenta de lo mucho que se parece nuestro mundo al de ese momento.

Son parecidos curiosos. “Entonces, como ahora”, escribe Blom, “los rápidos cambios en la tecnología, la globalización, las comunicaciones y los cambios en el tejido social dominaban las conversaciones y los artículos de prensa; entonces, como ahora, la cultura del consumo masivo imprimía su sello a la época; entonces, como ahora, la sensación de vivir en un mundo acelerado, de ir a toda velocidad hacia lo desconocido, era abrumadora”. La sociedad de esos años estaba afligida por una gran zozobra, como la nuestra, y en todas partes, como entre nosotros, se hacían fuertes los sentimientos nacionalistas y aun antisemitas; pero lo más extraño es que a esa sociedad la agobiaba también una especie de machismo angustiado que respondía –explica maravillosamente Blom– a las conquistas que lograban las mujeres en todos los ámbitos.

Educación, derecho a ganar un salario, posibilidad de votar: esos progresos de las mujeres lanzaron a los hombres del flamante siglo XX a una crisis tan profunda que la reacción, tan masculina, fue una defensa agresiva de los valores más elementales de la masculinidad. Sí: el macho europeo se sintió amenazado, y reaccionó en consecuencia. Nunca antes se habían peleado tantos duelos; nunca antes se habían publicado en los medios tantos anuncios de productos para curar “enfermedades masculinas”; nunca antes se había hablado tanto del declive de la fertilidad en Europa, con las predecibles reacciones de los racistas y los xenófobos, que se preocuparon por el hecho de que las gentes de las colonias estaban ganándoles a los blancos la batalla por poblar el mundo civilizado. Era el prototipo de la Teoría del Gran Reemplazo, que ahora agita la extrema derecha internacional, del inefable Eric Zémmour a los supremacistas blancos de Donald Trump.

Philipp Blom publicó Los años de vértigo hacia 2008; en los 15 años que han pasado desde entonces, nuestra realidad no ha hecho sino justificar sus diagnósticos. Tal vez de esto hable en el Teatro Julio Mario Santo Domingo, mientras otros asistentes (o los mismos) escuchan a Ravel y a Debussy y a Georges Bizet. Es que La belle époque da para mucho. Aunque no haya sido bella todo el tiempo.

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