La icónica Plaza Botero en Medellín, cerrada a los ciudadanos y abierta a los turistas
El artista Fernando Botero, que donó las esculturas a la ciudad hace más de dos décadas, le pide al alcalde Daniel Quintero que deje transitar libremente a los residentes
La plaza de Medellín que alberga las esculturas mundialmente conocidas del pintor colombiano Fernando Botero se ha convertido en el centro de un álgido debate que cuestiona si la segunda ciudad de Colombia privilegia a los turistas mientras niega el espacio para sus habitantes. Después de que el alcalde Daniel Quintero decidiera rodear la plaza con vallas de la Policía y poner vigilancia 24 horas, el artista de 90 años que donó las obras a la ciudad, mostró su inconformi...
La plaza de Medellín que alberga las esculturas mundialmente conocidas del pintor colombiano Fernando Botero se ha convertido en el centro de un álgido debate que cuestiona si la segunda ciudad de Colombia privilegia a los turistas mientras niega el espacio para sus habitantes. Después de que el alcalde Daniel Quintero decidiera rodear la plaza con vallas de la Policía y poner vigilancia 24 horas, el artista de 90 años que donó las obras a la ciudad, mostró su inconformidad.
“He seguido con cuidado las noticias sobre la Plaza Botero, tanto aquellas que hablan de los problemas de seguridad, como estas últimas sobre su cerramiento. Por ello quiero expresar que desde siempre mi voluntad fue que este espacio fuera para toda la ciudadanía y que el Museo de Antioquia fuera su principal cuidador”, expresó Botero en una carta que envió a la directora del Museo y pidió que le dieran traslado a la Alcaldía. El Museo no fue informado previamente de la intervención.
El artista colombiano más reconocido en el mundo fue claro en su carta: “que la ciudad transite libremente, así debe estar”, escribe. El alcalde Quintero le ha respondido que no se trata de un “cerramiento” sino de un “abrazo” y ha culpado a los medios de comunicación que según él han “desdibujado la gestión”. “Plaza Botero nunca ha estado, ni estará cerrada, creemos profundamente en el espacio público”, responde el mandatario.
Actualmente, sin embargo, la plaza está rodeada de vallas de la Policía y hay tres controles donde agentes deciden quiénes pasan y quiénes no. Adentro están las 23 esculturas de Botero. Así, se quejan organizaciones civiles, se segrega y se decide que entran los turistas, pero no los históricos habitantes del centro de Medellín. “Esta ciudad es un producto para extranjeros y no para los que residen y sobreviven de y en la calle, que constantemente lo hacen en medio de la indolencia social”, dijeron voceros de la Corporación Everyday Homeless, que defiende de los derechos de personas en extrema pobreza que usualmente han habitado la Plaza Botero y sus alrededores. “Medellín es una ciudad vitrina”, dicen.
Desde antes de la donación del artista en 1997, la plaza ha sido habitada por trabajadoras sexuales y habitantes de calle. Durante años han coexistido con los turistas y visitantes que llegaban a ver la postal de la ciudad, a tocar la lengua de la escultura del perro o el miembro del gladiador, a tomarse fotos con las esculturas que se convirtieron en imagen de la ciudad. Pero, tras la pandemia, la situación de seguridad se deterioró y se presentaron atracos que terminaron inmortalizados en videos virales.
Ese, el de la seguridad, es el argumento de la Alcaldía para encerrar el espacio. Quintero ha dicho que en la primera semana del vallado “los filtros de ingreso favorecieron la captura de tres personas, el decomiso de armas blancas, un arma traumática y estupefacientes”. Y que su intervención cerró con “cero delitos de alto impacto y turistas felices”.
Sin embargo, no solo Botero está inconforme; este viernes organizaciones sociales se manifestaron en la plaza y, con fotografías de habitantes de calle hicieron un SOS por ese espacio, a la vez que denunciaron que se trata de una privatización del espacio público. “Me parece que es el comienzo de otra fase de lo que se llama proyecto ciudad, la pregunta es: ¿ciudad para quién? No es para los habitantes que nos sentimos excluidos del espacio público”, dice Carlos, una persona que hace 7 años vive en la calle. “Se vende la idea de cerrar este espacio que por la inseguridad, el consumo, las ventas ambulantes y prostitución, pero uno se pregunta por qué más bien no hacen un programa de espacio público que no sea de exclusión del ciudadano”, cuestiona el señor.
También las trabajadoras sexuales y vendedoras de tinto (café) se han organizado y, con asesoría de abogados, enviaron un derecho de petición al alcalde Quintero. Le exigen que explique las instrucciones que tiene la Policía para “definir el criterio de ingreso a los ciudadanos”, que muestre el acto administrativo que delimita la zona de tolerancia para el trabajo sexual, que expliqué qué delitos de alto impacto han disminuido en la Plaza y que revele las actas de atención social que hacen en la zona, entre otras preguntas.
Valery Parra Ramírez, una mujer transgénero que ejerce la prostitución en el centro de Medellín, le dijo a la agencia EFE que esta intervención “no es un abrazo, es una persecución” para las trabajadoras sexuales al sacarlas de un lugar que representa “el techo, la comida, la educación de los hijos y el sustento diario”. “El maestro Botero, quien hizo posible esta plaza, celebró su apertura con putas a su lado. Dijo que también éramos bienvenidas, pero ahora la moral tiene criterios estéticos”, declaró a esa agencia.
Nadie niega que tras la pandemia se han presentado situaciones de inseguridad incluso que tienen como víctimas a las trabajadoras de la zona y atracos con altos niveles de violencia. Sin embargo, para las organizaciones sociales que se manifiestan contra el cierre, la decisión de Quintero es solo una solución estética. “Los problemas de una ciudad no desaparecen instalando vallas y privando la población vulnerable del espacio público”, dice El Derecho a No Obedecer, que está vinculado a la corporación Otraparte, del filósofo Fernando González, otro ícono de la cultura antioqueña.
Tras los cruentos años de la violencia del narcotráfico, la ciudad ha hecho ingentes esfuerzos por mostrarse transformada. Su internacionalización ha estado siempre en el corazón de distintas administraciones municipales. “En esa imagen que quiere darse de perfección, de ciudad que recuperó todos esos problemas, la Plaza se convierte en una radiografía descarnada de la tarea no hecha”, dice a EL PAÍS María del Rosario Escobar, directora del Museo de Antioquia.
“El centro tiene los problemas de las periferias, con habitantes que están por debajo de la línea de pobreza y viven en lugares de mala muerte, migrantes, pobres almas desechadas del sistema productivo, personas desempleadas”, agrega Escobar, quien recuerda que ya una vez Quintero cerró la Plaza con “resultados pésimos”. Para ella, más que cerrar lo que hay que hacer es trabajar con las personas vulneradas para que se integren al espacio público e identificar a las fuerzas oscuras que han puesto la plaza en una nueva dinámica de violencia.
Como en 2002, cuando se inauguró la Plaza Botero, la ciudad debate un modelo de ciudad. “Lo que está proponiendo el alcalde es volver a esa época de negación del espacio público, que era tan común en los años 90. No podemos claudicar. Lo que está de por medio es el modelo de ciudad y un nuevo pacto ciudadano frente a personas que históricamente se les ha negado el derecho de estar”, remata Escobar, a la vez que alerta que la Alcaldía tiene planes de cerrar de forma permanente el espacio.
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