El odio que no queremos ver
México hace caso omiso del rosario de prácticas ilegales que tienen lugar en su frontera sur
Un candidato a la presidencia de México propone a la Casa Blanca hacer un muro infranqueable que selle la frontera entre los dos países. El funcionario de Washington responde que México sería incapaz de sellar nada, debido a la porosidad y extensión de la enorme franja que divide a Estados Unidos de su vecino. “Pero es que no sería esa frontera la que sellaríamos, sino la de Guatemala”, responde el otro. “Para Estados Unidos, México ha dejado de ser un problema en términos migratorios, llevamos dos años en los que el saldo es insignificante, pero en cambio Centroamérica padece una verdadera diáspora. La frontera sur de México es un coladero: miles de hondureños, salvadoreños y guatemaltecos la cruzan todos los días y atraviesan nuestro territorio para llegar a California y Texas”.
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El estadounidense sigue objetando: en manos de mexicanos un muro con Guatemala solo sería una fuente más de corrupción, eso no sellaría nada. El otro responde: es que no sería una frontera con México, sino con Norteamérica. Limpiamos una franja de doscientos o trescientos metros de ancho a todo lo largo de la línea y le damos estatuto jurídico especial. Y los tres países, Estados Unidos, Canadá y México, nos encargamos del control y la vigilancia, de manera conjunta. El de la Casa Blanca saliva. La derecha todavía no se recuperaba de la pérdida de control del Canal de Panamá; establecer un dique de 1.000 kilómetros tan lejos de la frontera real podría ser un perímetro de seguridad. Una muralla contra el sur profundo. Con la ventaja de que la intervención estaría legitimada por una aparente fuerza trinacional. Asume que en el fondo el control de dicha fuerza lo tendría Washington.
No podemos apelar al derecho ni a la misericordia cuando somos incapaces de otorgarla a otros aún más necesitados
Lo anterior es ficción. Un pasaje resumido de mi última novela Los Usurpadores (Planeta): un político mexicano en búsqueda desesperada del apoyo de Washington a su candidatura. El argumento puede ser inventado, pero no la actitud. Los mexicanos hemos buscado el apoyo de la comunidad internacional para resistir el muro absurdo que pretende Donald Trump, pero hacemos caso omiso del rosario de prácticas ilegales y las ignominias que tienen lugar en la frontera sur.
Apelamos a la solidaridad de la propia sociedad estadounidense para impedir la violación a los derechos humanos de nuestros migrantes, pero hemos hecho la vista gorda de las infamias sin nombre que sufren los centroamericanos al cruzar nuestro territorio.
Los abusos del sheriff Joe Arpaio, de Arizona, terribles como son, resultan anecdóticos frente a los testimonios de familias centroamericanas que son repetidamente vejadas, asaltadas y violadas en su paso por México. Por no hablar de más de medio millar de asesinados y desaparecidos por año (estadísticas de la organización Missing Migrant Project).
En algunas regiones el crimen organizado ha convertido el trabajo forzado de migrantes en una lucrativa actividad paralela
En algunas regiones el crimen organizado ha convertido el trabajo forzado de migrantes en una lucrativa actividad paralela. A las mujeres, para nutrir las redes de explotación sexual; a los hombres y niños como mano de obra en sembradíos, laboratorios y otras actividades vinculadas al tráfico de drogas. La escala y la crueldad del fenómeno ha sido documentado y develado, pero poco se ha hecho al respecto. De hecho, una investigación de 2015 de Redodem (Red de Documentación de las Organizaciones Defensoras de Migrantes), reveló que el 41% de los delitos, robo en particular, fueron cometidos por autoridades de distintos niveles del Gobierno.
Ante la indignación que generan estos hechos, el Estado mexicano ha lanzado algunas iniciativas como el Programa Frontera Sur, pero sin la voluntad política ni el presupuesto para hacer alguna mella en el ingente problema. Los testimonios dejan en claro que cualquier discriminación que puedan padecer los centroamericanos en Estados Unidos, similares a los que pueden sufrir nuestros compatriotas, son una minucia frente a las atrocidades de las que algunos son víctimas en México. La molestia que ha provocado las agresiones de Trump en contra de México tendrían que ser un revulsivo para que los mexicanos revisen a fondo y pongan coto a la violencia que se ejerce contra los ilegales que vienen del sur. No podemos apelar al derecho ni a la misericordia cuando somos incapaces de otorgarla a otros aún más necesitados.
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