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La reunificación imposible de Rostam con su familia, símbolo de los golpes de Trump al sistema de refugio de Estados Unidos

Este miércoles, el Gobierno debe establecer la cuota máxima de refugiados para el próximo año fiscal, pero la actual paralización del mecanismo apunta a que quienes tienen casos abiertos tendrán que seguir esperando

Rostam lleva once años esperando volver a ver a sus padres, a su hermano y a su hermana. Él está en California, a salvo gracias a su estatus de refugiado por persecución religiosa, pero con la sensación de no estar entero. Ellos, en Irán, viviendo vidas parciales y navegando un mundo en el que no son bienvenidos como practicantes de la antiquísima religión del zoroastrismo dentro de una república islámica fundamentalista. “La situación es muy dura, muy dura”, dice Rostam, que prefiere que no se use su apellido por temor a represalias en contra de sus familiares en Irán, o contra él en Estados Unidos. “No duermo bien. Siempre estamos pensando en cuándo va a acabar. Todo esto nos ha afectado el progreso en la vida porque estamos constantemente preocupados”, se lamenta por videollamada.

Con Donald Trump de regreso en el poder y la puesta en marcha de la política migratoria más agresiva y restrictiva de la historia moderna, la esperanza de volver a abrazar a sus familiares en un futuro cercano, más que un sueño, es un delirio que se derrumba en cuanto la realidad lo roza. Este 1 de octubre, está programada la publicación del número máximo de refugiados que Estados Unidos recibirá durante el próximo año fiscal, que corre de octubre a septiembre. La previsión natural es que la cifra será pequeña. En el último año del primer mandato de Trump se estableció el número más bajo de la historia, con 11.000. Y, aunque Joe Biden cerró su presidencia con el más alto desde que existe el sistema —125.000—, no se ha llegado ni de cerca a esa cifra: en su primer día de vuelta en la Casa Blanca, Trump congeló de manera indefinida la recepción de refugiados.

Dentro del sistema migratorio estadounidense, el reasentamiento de refugiados es un componente relativamente pequeño, pero su desmantelamiento es una de las evidencias más claras de la naturaleza de las políticas de la Administración actual. Aunque la motivación para aceptar refugiados es proteger a poblaciones vulnerables de otras partes del mundo, las acciones del Gobierno de Trump demuestran que ven el refugio como parte de la migración general. Incluso peor, como un mecanismo para “burlar” las normativas migratorias. En el caso del asilo, aunque es un recurso legal distinto y un proceso migratorio manejado por una agencia diferente, ha sucedido lo mismo, como lo muestra su campaña incansable por eliminar las protecciones temporales que amparan a cientos de miles de venezolanos, cubanos, nicaragüenses o haitianos, entre otros.

Por todo esto, después de tener más cerca que nunca el reencuentro a finales del año pasado, la amargura y el pesimismo se han vuelto la compañía más constante para Rostam. Cuando todo empezó, sin embargo, no era así. Era 2015, tenía 23 años y estaba a punto de tener que cumplir el servicio militar obligatorio en Irán. Como zoroastriano, la experiencia dentro del ejército iraní, que jura su lealtad al ayatolá, líder supremo del Estado islamista, se presentaba como una pesadilla para él. Así que poco antes de que comenzara, Rostam se adelantó a su familia en su solicitud de refugio por ser una minoría religiosa perseguida, y llegó a California, donde ya vivían algunos familiares lejanos. El resto de su núcleo familiar lo alcanzaría unos meses más tarde, una vez el padre cerrase algunos asuntos pendientes que tenía.

Pero en 2016, los estadounidenses eligieron como presidente por primera vez a Trump, y su llegada estuvo acompañada de una prohibición de viajes para un puñado de países de mayoría musulmana, entre ellos Irán. La ventana para conseguir refugio se cerró también y no volvería a abrirse sino unos ocho años después.

Con la elección de Biden como presidente, la nueva Administración demócrata se puso a la tarea de actualizar y aceitar todo el mecanismo de refugiados de Estados Unidos, que estaba casi paralizado por los retrasos y las ineficiencias. A lo largo de los cuatro años de gobierno, en parte obligados por las restricciones de la pandemia, se establecieron nuevos protocolos de verificación, como entrevistas virtuales, que aceleraron la resolución de peticiones inmensamente. Lo que antes podía tardar años, ahora se podía resolver en meses. Así, el proceso de reunificación familiar de Rostam arrancó de nuevo a finales del año pasado.

Les dieron luz verde y la familia sentía que podía tocar Estados Unidos. “Pagaron en total como 12.000 dólares en noviembre pasado, en tarifas y seguro obligatorio. Vendieron los muebles, vendieron el carro, vendieron todo”, cuenta Rostam. Pero, una vez más, la mudanza de Trump al Despacho Oval destrozó los sueños de la familia cuando ordenó detener por completo la expedición de todas las peticiones de refugio y de asilo.

Desde entonces, en nueve meses, Rostam se ha chocado contra un silencio que cada día debilita más las reservas de esperanza que alimentan su imaginación cuando piensa en sus padres saliendo de un aeropuerto en Estados Unidos para volver a estar con él. Ahora, con una voz consumida por el desaliento, teme que sea demasiado tarde para poder tener un futuro juntos en familia. “Mi padre tiene 70 años. Hace 10 años, tenía 60, era más joven y tenía más energía. Mi madre tiene 65 ahora. No pueden caminar igual a su edad”, dice Rostam, que se dedica desde su casa en Orange County al comercio en línea para vivir.

El proceso de refugio de Rostam y el resto de su familia hace parte del programa Lautenberg, una provisión que facilita a ciertas personas clasificar como refugiados en Estados Unidos—originalmente minorías religiosas de la antigua Unión Soviética, como judíos, evangélicos o católicos ucranios, además de ciertos grupos iranís. El programa rebaja las evidencias de persecución que se deben certificar, y solo requiere que se demuestre pertenencia a un grupo determinado en lugar de probar una persecución individualizada. Ahora, como el resto del sistema de refugio de Estados Unidos, el programa está pausado.

En su lucha por sacar a su familia de Irán, donde tienen problemas para trabajar y son discriminados en general por su religión, Rostam está acompañado por el International Rescue Committee. La organización fue fundada en 1938 por Albert Einstein, y ahora trabaja en 40 países para ayudar a refugiados a rehacer sus vidas. Pero ante la Administración Trump, lo que puede hacer incluso un organismo con tanta experiencia y músculo es limitado.

“No hay información nueva. Llamo y me dicen en tres meses, cuatro meses, pero no hay actualización, no hay noticias”, dice, exasperado, Rostam. “Creo que este país debería saber que los refugiados no somos malos. Ayudamos a Estados Unidos. Revisan [nuestros antecedentes], pagamos el dinero. No es igual que alguien cruzando la frontera ilegalmente. Nosotros hemos estado esperando por años”, implora. La Administración Trump, queda claro, no hace esa distinción.

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