Zohran Mamdani, la estrella del sur para un partido sin norte
Las elecciones legislativas del próximo año mostrarán si los demócratas aprendieron algo de este ciclo o si seguirán viendo los toros desde la barrera

La contundente victoria del demócrata socialista Zohran Mamdani en las elecciones a la alcaldía de Nueva York es el logro más significativo del Partido Demócrata en este ciclo electoral. Su amplia coalición —que abarcó clases sociales, razas y todos los distritos menos Staten Island— le dio un triunfo decisivo en la ciudad más poblada del país y lo convirtió en el dirigente demócrata más visible de Estados Unidos. Sin embargo, su ascenso también pone en evidencia una profunda paradoja dentro del partido: su figura, más exitosa y poderosa en términos electorales, está constitucionalmente impedida para aspirar a la presidencia.
Mamdani nació en Uganda, por lo que no es ciudadano estadounidense por nacimiento, como exige el Artículo II de la Constitución para ser presidente. Esa sola circunstancia marca el límite de su destino político: por más popularidad que alcance o logros que acumule, su carrera se detiene en la puerta de la Casa Blanca. Podrá reelegirse como alcalde en 2029 —la ley de Nueva York permite dos mandatos consecutivos— o aspirar más adelante a ser gobernador o senador, pero el no poder siquiera intentar ocupar el número 1600 de la Avenida Pensilvania será un rasgo que, inevitablemente, definirá su trayectoria.
En su ascenso, Mamdani ha coleccionado hasta ahora varias “primeras veces”: es el alcalde más joven desde la creación de la “Gran Nueva York” en 1898, el primero de origen sudasiático y el primer musulmán en gobernar la ciudad. Sin embargo, la historia política de Nueva York es implacable. Ningún alcalde ha logrado convertirse en gobernador desde John T. Hoffman, en 1869, ninguno ha llegado al Congreso desde Adolph L. Kline en 1921 y ninguno logró la presidencia, aunque muchos lo intentaron: en tiempos recientes, Bill de Blasio, Rudy Giuliani y Michael Bloomberg. Quizás, más que una paradoja, la suerte de Mamdani sea simplemente otro capítulo de la vieja “maldición” de los alcaldes neoyorquinos, condenados a brillar intensamente en la Gran Manzana, pero sin poder proyectar su luz más allá de ella.
No obstante, sus 34 años le permitirán ejercer mucha influencia y, si juega bien sus cartas, podría convertirse en una voz definitiva dentro del Partido Demócrata durante décadas, con la fuerza que le daría no ser competidor de otras figuras de su partido por la presidencia.
La situación del partido resulta aún más reveladora al analizar el desempeño demócrata en las elecciones del 5 de noviembre más allá de Nueva York. Además del triunfo de Mamdani, el partido consiguió varios avances relevantes, entre ellos la aprobación de la Proposición 50 en California, una medida que refuerza la capacidad de California para redefinir la distribución de sus distritos electorales —el llamado gerrymandering— lo que podría traducirse en más escaños e incluso una eventual mayoría demócrata en la Cámara de Representantes en Washington de cara a las elecciones de medio mandato de 2026.
El poder de reconfiguración electoral de la Proposición 50 consolidan a California como un contrapeso político a Washington y una herramienta clave para mantener e incluso ampliar la influencia demócrata en el escenario nacional; la medida fue una respuesta directa a la estrategia de los republicanos en Estados como Texas, donde también han utilizado el gerrymandering para asegurar sus mayorías.
Sin embargo, medir el estado del Partido Demócrata por lo ocurrido en California y Nueva York es una lectura parcial. Ambos Estados —incluyendo a la Gran Manzana— son mayoritariamente demócratas y no reflejan el sentir del país en su conjunto. A nivel nacional, el partido carece de un norte claro y de propuestas verdaderamente novedosas. De representar en el pasado a las clases trabajadoras y a las minorías, hoy es visto como una fuerza dominada por élites intelectuales con ínfulas de superioridad moral que, aunque incluyente con las minorías, tiene poca conexión con la vida cotidiana de la gente común.
El espacio de la cercanía emocional con el votante medio ha sido ocupado, al menos por ahora, por el Partido Republicano y de manera más directa por el trumpismo. No es gratis que Trump ganara la presidencia hace tan solo un año en 31 de los 50 Estados de la Unión, incluyendo los siete swing states (o Estados péndulo), que hubiera obtenido 312 de los 538 votos de colegios electorales —el 58%— y que su partido controle hoy las dos cámaras en el Congreso.
Está por verse entonces si el Partido Demócrata logrará recoger y trasladar a escala nacional la conexión que Mamdani alcanzó con los electores neoyorquinos. Para hacerlo, deberá adaptar su mensaje a audiencias menos liberales que Nueva York y reconectarse con el estadounidense promedio. El gran reto del partido será convertir esa energía local en una narrativa nacional para, sin condescendencia y con un liderazgo nacional claro que no existe hoy, hablarle nuevamente al ciudadano común.
Una encuesta publicada por Politico la semana pasada entre electores demócratas, ilustra lo difuso que está el liderazgo de ese partido: el 21% de los encuestados respondió que no sabe quién lidera el partido. El 16,1% respondió que es Kamala Harris, la exvicepresidenta y antigua aspirante a la presidencia, mientras que el 10,5% respondió que “nadie”. El 52,4% restante se repartió entre 26 personas, con Mamdani de momento muy abajo con un 0,3% y, como dato curioso, el republicano Donald Trump con un 0,8%.
El contraste es evidente: mientras los candidatos y las iniciativas demócratas tuvieron buenos resultados localmente, el partido aún carece de una voz o figura nacional capaz de unificar su mensaje. La prominencia de Mamdani, por impresionante que sea, no hace más que resaltar ese vacío. Hoy es el político demócrata más notorio del país, pero no podrá transformar su fuerza electoral en liderazgo presidencial.
Las elecciones de este año dejaron al descubierto tanto el potencial como los límites de la renovación demócrata: un partido con energía en la base, triunfos en algunas ciudades y Estados importante, pero todavía sin un líder nacional que lo cohesione ni un mensaje que hable al país real.
Las elecciones legislativas del próximo año mostrarán si los demócratas aprendieron algo de este ciclo o si —como hasta ahora— seguirán viendo los toros desde la barrera.
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