El deporte más feo sobre la tierra
Migraron trayendo el patinaje de velocidad en sus espaldas y ahora reclaman rodar en pistas que no existen, ganar trofeos de campeonatos que no se han inventado y clasificar a competencias internacionales que los pasan por alto
Este texto fue el ganador del I Premio Nuevas Plumas Estados Unidos, entregado en el marco de la FIL de Nueva York y publicado en exclusiva ahora por EL PAÍS US.
Son humanos, pero portan una posición que es un vestigio. La espalda inclinada —aquella que tanto repelió el ser humano para distanciarse de lo animal y ser ágil en el suelo, tras haber bajado de los árboles— la retoman contrainituitivamente para ganar velocidad. Los patines son un invento moderno, fueron quizás una de las primeras formas en las que el ser humano se maravilló con el vértigo y la ilusión óptica de andar a más de 20 kilómetros por hora, la máxima velocidad que permite el bipedismo.
Cuando en su tierra ya estaban hartos de los límites que los pies les imponían, llegaron los patines en línea para que pudieran moverse con la velocidad del tigrillo de los Andes. En la rapidez encontraron la belleza y un nuevo deporte se configuró. Por años fueron campeones indiscutibles, pero cuando se movieron de latitud sin visado ni planes, en busca de la promesa de un futuro próspero, los patines salieron de su ecuación. Ahora, inmersos en la nostalgia de un pasado veloz y triunfante, están intentando que sus patines vuelvan a rodar en una tierra que los frena.
Sobre el país que no sabe rodar
Son las 3.17 am de un sábado de mayo y Valentina Murillo ya está despierta, pese a haber dormido solo dos horas. Sabe que tiene que apagar su alarma rápidamente porque, de lo contrario, despertará a la familia que vive en la habitación contigua en uno de los albergues para inmigrantes del barrio de Jamaica, en Nueva York. Va al baño y se mira en el espejo cuestionando todas las decisiones que ha tomado en su vida, como le pasa a las personas que siguen suspendidas en el tiempo de los sueños.
Valentina espera uno de los tercos y poco fiables buses de Nueva York por 20 minutos y, como no pasa, decide caminar hasta la estación del tren. Si tiene suerte, dura casi dos horas hasta llegar a su destino. Es la última en llegar al calentamiento de la competencia interclubes de patinaje de velocidad que comenzará a las 7:00 am. Su entrenadora, Gibenny Cuesta, la regaña, pero cada minuto es oro, así que le pide que dé cinco vueltas al parque trotando.
En Estados Unidos las personas repiten hasta la saciedad que el tiempo es dinero. La competencia, así como las clases de patinaje, comienzan temprano porque si el Departamento de Parques los ve entrenando en el espacio público sin tener una licencia o permiso, los puede multar. Madrugar ahorra dinero.
Valentina patina con el club Idols Skate desde hace dos años. Antes de emigrar, pasaba más tiempo entrenando que en su casa con su familia. Nada le importaba más que ser campeona local. Y lo logró. Pero el júbilo y el fracaso suelen venir de la mano. La economía después de la pandemia golpeó a muchas familias en Colombia, entre ellas a la suya. A su papá, conductor de un taxi, se le comenzó a hacer difícil pagar la matrícula de su vehículo y se endeudó. Su mamá, que tenía un negocio de calzones anchos para mujer —o calzones cacheteros, como les dicen en Colombia— vio cómo sus ventas se desplomaban. En el 2023, la familia decidió que Valentina y su mamá, Martha Orrego, debían migrar a la ciudad de las oportunidades: Nueva York.
Su estrés aumentó al no poder patinar. Lo quería más que nada en el mundo, sabía que aliviaría la tensión que tenía con su mamá y la zozobra por saber una respuesta a su solicitud de asilo, pero por un año no encontró clubes de patinaje de velocidad en la ciudad. Cuando descubrió a Idols Skate, confirmó dos de sus sospechas: sí había un club de patinaje en Nueva York y no podía pagarlo. En ese momento, Orrego trabajaba limpiando un hotel, ganando un salario que sólo les permitía tener una comida al día.
Si bien Valentina había visto High School Musical en su infancia y escuchado que los deportistas eran de los pocos que se saltaban el sistema de endeudamiento por educación estadounidense, jamás se le ocurrió que podría ganar becas en Estados Unidos por practicar un deporte. Así que se llevó la grata sorpresa de que su escuela secundaria estaba dispuesta a financiar sus clases, patines y uniformes para entrenar.
Encontrar el patinaje de velocidad en Nueva York le devolvió la capacidad de conjugar verbos a futuro, pero no de pensar sustantivos en plural; en Estados Unidos no hay variedad de escenarios ni competencias en el deporte, como las que tenía en Colombia.
Mientras que en Colombia casi todos conocen a una amiga o familiar que practica patinaje de velocidad; en Estados Unidos, las personas tienen que ver una foto, y preguntar ‘¿qué es?’ para que nazcan las palabras para nombrarlo.
Colombia es el más veces campeón en patinaje de velocidad en el mundo, lleva 25 años sin bajarse del podio, tiene ligas, clubes y patinódromos —pistas de patinaje— en todas las regiones. La popularidad del deporte ha ido viajando en ola a otros países de América Latina. La ola, en cambio, no ha encontrado la fuerza suficiente para empapar al norte. En Estados Unidos la mayoría de Estados no tienen ligas ni competencias profesionales. En los dos Estados con mayor población colombiana, Florida y Nueva York, solo hay dos y cero patinódromos respectivamente.
Idols Skate y The Family Skating fueron fundados por patinadores profesionales colombianos justo después de la pandemia del COVID-19, que motivó a las personas a hacer deporte al aire libre para no enloquecer. Estos clubes entrenan en parques de la ciudad ciñéndose a climas tempestuosos y accidentes inesperados por la falta de infraestructura.
“Nueva York no va a invertir en algo que no ha visto. Estamos empezando a organizar competencias entre los clubes para que haya visibilidad y se creen normativas y escenarios para este deporte”, dice Jordan Espinel, fundador de The Family Skating, una tarde en la que la lluvia de primavera ha frenado las clases de patinaje.
Un simulacro de pista
En América Latina el rebusque ha sido la vía para que comunidades marginalizadas sobrevivan a las condiciones precarias en las que viven. Así, mientras niños de clases privilegiadas tienen balones de fútbol y reciben entrenamientos privados, otros de clases bajas se las rebuscan para hacer partidos en la calle pateando una lata de cerveza. En Nueva York, los clubes de patinaje se rebuscan patinódromos en escenarios inconcebibles para este deporte.
Idols Skate patina en Flushing Meadows Corona Park y en el Lawrence Virgilio Playground. The Family Skating entrena en este último. Ambos parques están en el condado de Queens, donde se concentra la mayor población de colombianos y una de las más numerosas de latinos de toda Nueva York.
Los patinódromos convencionales son ovalados, con carriles definidos, al aire libre y casi tan largos como dos calles neoyorquinas. Los parques donde entrenan estos equipos cuentan con pistas de atletismo. El Lawrence Virgilio Playground es el parque que más se parece a una pista de patinaje, pese a su forma redonda. El Flushing Meadows Corona Park, en cambio, tiene unos extremos redondeados y otros cuadrados, y tiene instalados unos bancos dentro de una de las curvas, con los que se han accidentado la mayoría de los patinadores de Idols Skate.
“Desde que me accidenté en la curva, ahora siempre llego de últimas en las competencias. A veces soy la primera en salir y coger velocidad, pero me dan miedo las curvas y me toca frenar e ir más lento, en esas me pasan los demás”, dice Valentina.
Cuando la nieve o la lluvia cubren Nueva York, los clubes de patinaje tienen que cancelar sus clases. A veces las cancelan por días, a veces por meses. “Nosotros cerramos desde noviembre hasta marzo, dependiendo del clima. Ahorita lo que se me ocurrió fue darles clases en el gimnasio en el invierno y hacemos ejercicios que les vayan a servir en la pista. Los patinadores que fueron puedo decir que no avanzaron, pero tampoco desmejoraron”, dice la entrenadora Cuesta.
Los entrenadores de ambos clubes coinciden en que si alguna vez Nueva York llega a tener un patinódromo, debe ser cubierto y climatizado para que la nieve no congele sus entrenamientos.
El panorama en Florida es diferente. Este Estado tiene un patinódromo en Milton y otro en Miami. El Brian Piccolo Sports Park & Velodrome en Miami tiene una pista de patinaje de 200 metros. Abrió en 1992, ha sido anfitrión de eventos como los Juegos Panamericanos 2016, y es el sitio donde entrena la selección de patinaje de velocidad de Estados Unidos.
“Yo creo que en Florida concentramos el patinaje de velocidad en Estados Unidos porque las dos pistas que tenemos son las que están en mejor forma. Y porque siempre hace buen clima”, asegura Nicole Canon, patinadora colombiana y miembro de Speed Elite Team, un club de patinaje en Miami en el que ya han clasificado a dos patinadores en la selección nacional.
Por eso patinadores como Luis Castillo, un guatemalteco de 20 años que entrena con Idols Skate, quieren mudarse a Florida. “Me gustaría ver si puedo ir a Florida durante el invierno y estar en Nueva York cuando hace calor, sé que así podría mejorar mi rendimiento”, dice Luis.
Luis ganó el campeonato nacional de patinaje de velocidad en Guatemala y ha representado a su país en competencias internacionales en Colombia y El Salvador. Por años soñó con ser campeón mundial de patinaje de velocidad, hasta que migró a Nueva York en el 2020 para reencontrarse con su mamá. Por dos años dejó de practicar y sepultó sus deseos de que su nombre hablara por sí mismo en el mundo. Desde que llegó a Idols Skate, Cuesta, la primera entrenadora colombiana que ha tenido, ha desenterrado palazo a palazo sus sueños en el deporte.
“Si tú quieres ser alguien en el patinaje, tienes que entrenar en Colombia o con colombianos”, dice Luis, consciente de la contradicción que implica su afirmación cuando no puede salir de Estados Unidos por su situación migratoria.
Cuando conocimos el hielo
María Alejandra Martínez-Gordillo patinó desde sus cuatro años en Cali. A su corta edad nunca había escuchado del patinaje, hasta que un día su abuela la llevó a jugar al parque y vio el entrenamiento de un club. María Alejandra, así como las primeras personas que fueron testigos de la velocidad del automóvil, aprendió qué era el asombro ese día. Su abuela, al notar lo maravillada que estaba, la inscribió a las clases.
En Cali nunca fue de las mejores, le costaba adquirir velocidad cuando comenzaba a patinar. Pero eso poco la desalentó, el patinaje le daba lo que los superpoderes a los superhéroes, la capacidad de ser extraordinaria. Compitió en torneos en el Valle del Cauca, el departamento en el que se ubica Cali, hasta que llegó la pandemia y con ella la cancelación de todas las actividades deportivas.
Hasta ese momento Ronald Martínez y Jenny Gordillo, sus padres, se habían proyectado a futuro en su ciudad natal y veían en su hija un porvenir brillante en el deporte. Pero la pandemia en Colombia trajo un miedo mayor que el virus mismo: el hambre. En 2021, los colombianos salieron masivamente a protestar contra la reforma tributaria del presidente del momento, Iván Duque. El Paro Nacional afectó de manera particular a Cali por ser la ciudad que canaliza los productos que llegan a Buenaventura, el puerto comercial más importante del país.
Por tres meses el ejército y la policía buscaron pacificar las protestas arrestando, desapareciendo y asesinando a muchos de los manifestantes —aún hoy sigue sin saberse el paradero de muchos de ellos. Los manifestantes, en represalia, bloquearon las entradas a Cali, la ciudad quedó desabastecida y la calle se convirtió en campo de batalla. Martínez y Gordillo concluyeron que esta ya no era la ciudad para criar a su hija.
La familia salió de Colombia persiguiendo la promesa de un mejor futuro y confiando en encontrar un club de patinaje para que María Alejandra se convirtiera en campeona. Desde el primer mes, sin embargo, se dieron cuenta de que era imposible encontrar lo inexistente.
En los años noventa y principios del 2000 era común encender el televisor en Estados Unidos para ver la transmisión de competencias de patinaje de velocidad sobre ruedas. Los estadounidenses Chad Hedrick y Joe Mantia eran admirados por todos los patinadores del mundo. Hasta que comenzaron a surgir figuras colombianas como Luz Mery Tristán, Cecilia Baena o Andrés Felipe Muñoz que súbitamente comenzaron a cambiar el panorama. La emergencia de equipos más fuertes y la prioridad que se le dio a deportes como el fútbol americano, el baloncesto o el béisbol fueron haciendo que el patinaje de velocidad sobre ruedas perdiera la visibilidad que tenía.
“El sistema de deportes en Estados Unidos está centrado en el mercado. Si hay algún interés en un deporte localmente, las personas lo practican, pero no hay un apoyo federal para desarrollar deportes de forma intencional”, explica Jeff Montez de Oca, director del Centro de Estudios Críticos del Deporte en la Universidad de Colorado. “El patinaje de velocidad, como un deporte de inmigrantes que vienen del Sur Global, tiene una gran desventaja en términos de atraer la atención y la publicidad para volverse popular y recibir financiamiento”.
La familia Martínez-Gordillo, así como muchos colombianos, había atestiguado el reinado imparable de Colombia en el patinaje y le resultaba inverosímil que la potencia económica más fuerte del continente no tuviera espacio para este deporte. Si el reflector no estaba apuntando a María Alejandra para que pudiera brillar, ella tendría que ser quien corriera detrás de la luz, incluso repensando su sueño.
“La inscribí a clases de patinaje sobre hielo, que sí es un deporte fuerte en Estados Unidos”, dice Martínez.
El patinaje sobre hielo, también llamado el deporte más bello sobre hielo, sí es un deporte olímpico. Su contraparte sobre ruedas, no. Por eso algunos patinadores profesionales deciden cambiar ruedas por cuchillas.
“El patinaje sobre ruedas no es olímpico porque necesita fuerza de países que tienen mucho poder en el comité olímpico. Si en Estados Unidos fueran buenos en el patinaje, ya habrían hecho el lobby para que ingresara como deporte olímpico”, asegura Luz Amelia Hoyos, profesora de la Universidad Pedagógica Nacional de Colombia y doctora en ciencias de la actividad física y el deporte.
Por ahora, la solución ha sido establecer convenios entre Colombia y Estados Unidos para que los patinadores del sur entrenen profesionalmente el patinaje sobre hielo, propio del norte. Mientras el patinaje de velocidad encuentra un lugar en el comité olímpico, deportes con menos trayectoria y propios de Estados Unidos, como el breakdance o el roller derby caminan en la alfombra roja de deportes aprobados por esta institución.
“La Federación hizo un convenio con el Óvalo Olímpico de Utah, en Salt Lake City. Entonces si un deportista quiere llegar a ser olímpico, lo puede conseguir por el patinaje sobre hielo”, asegura Herich Frasser, director de comunicaciones de la Federación Colombiana de Patinaje.
Este ha sido el caso de figuras relevantes como Pedro Causil, el primer patinador profesional colombiano en competir en patinaje de velocidad sobre hielo en los Juegos Olímpicos de Invierno del 2018.
Pero así como en Cien años de soledad, que el hielo llegó a Macondo como una de las maravillas del mundo moderno cuando en todos los países del norte llevaban siglos conviviendo con él; los patinadores latinoamericanos apenas están llegando a un deporte impensable en su región.
Pero, a diferencia de los habitantes de Macondo, María Alejandra no se maravilló con el hielo. Una vez encontró un club que la alentó a no bajarse de sus patines de cuatro ruedas en línea, se comprometió a ir a todas las clases. Ahora, a sus 13 años, es conocida como la más rápida de Idols Skate. En las competencias está convencida de que se está jugando su futuro, por eso en el torneo interclubes no aceptó distracciones. Hablaba poco y observaba mucho. Una vez llamaron a su categoría, fue la primera en llegar a la línea de salida. Miraba hacia el frente, poco hacia los lados. Su posición se asemejaba a la forma del número siete y sus brazos bailaban en el aire a medida que deslizaba sus patines en el suelo de la pista de atletismo en la que ocurrió la competencia.
Los días que tiene entrenamiento son sus favoritos. Cuando recién llegó a Nueva York, fue difícil hacer amigos y le costó entender las clases porque no sabía inglés. Su lugar seguro son sus clases de patinaje, en donde la mayoría de los patinadores hablan español y son colombianos. Cuesta estima que el 90% de ellos lo son. En The Family Skating el 60% de los patinadores son colombianos y el 40% restante también son inmigrantes: ecuatorianos, peruanos e indios.
Es como si estos patinadores, en vez de cruzar ríos, desiertos, cielos y selvas para huir de sus países, migraran para regresar a ellos. Tal vez, el sentido nunca fue ‘salir de’, sino ‘regresar a’. Regresar a la postura horizontal de la espalda, vista como un vestigio animal. Regresar al deporte que traen a rastras. Regresar a Latinoamérica conectando con el pedacito de la región que se instaló en los barrios inmigrantes de Nueva York. Regresar para ofrecer y no para arrebatar.