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El Nobel de María Corina Machado, otra vuelta de tuerca contra Nicolás Maduro

El apoyo de Estados Unidos —y de toda la comunidad democrática— al retorno de la democracia en Venezuela, no es una intromisión, sino una obligación moral y política

Me había propuesto dedicar esta columna a una de las mujeres que más admiro y cuyo centenario se cumple la próxima semana, el 21 de octubre. Una mujer luminosa y valiente, víctima de un régimen autoritario que, desde 1960, se le prohibió volver a su patria —ni siquiera pudo despedir a su madre— por mantenerse fiel a su arte y a su libertad. Una artista que, con su voz y al grito de Azúcar, nos enseñó a soñar, a cantar y a bailar, y que nunca dejó de cantarle a su Cuba natal: Celia Cruz.

Pero la noticia del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado cambió el rumbo de estas líneas. El reconocimiento a esta venezolana, símbolo de la resistencia democrática en América Latina, merece celebrarse en toda su dimensión. La Reina de la Salsa representa el espíritu libre del arte y tendrá su homenaje; pero hoy es imposible no hablar de María Corina, la mujer que, con otra voz y otra trinchera, también le canta a la libertad.

Durante más de veinte años, María Corina ha sido una voz firme, coherente y valiente frente a una de las dictaduras más corruptas y crueles de nuestro continente. En un país donde el poder político se entrelazó con el crimen organizado, ella se ha mantenido en pie, denunciando sin miedo lo que otros callan: que el régimen chavista de Nicolás Maduro no solo ha destruido la economía y la institucionalidad de Venezuela, sino que está vinculado a redes de narcotráfico y represión de Estado.

María Corina nació en Caracas en 1967 y proviene de una familia vinculada a los sectores empresarial e intelectual. Por su origen, no tenía necesidad de sacrificarse como lo hecho, pero decidió dedicar su vida a la lucha por la democracia y la libertad en su país.

En 2002, a los 35 años, cofundó Súmate, una organización ciudadana creada para promover la transparencia electoral y la defensa del voto, justo cuando Hugo Chávez comenzaba a desmontar las bases de la democracia. En 2010, fue elegida diputada con la mayor votación del país y en 2014, tras denunciar ante foros internacionales los abusos del régimen, fue expulsada ilegalmente del Parlamento, un gesto autoritario que dejó claro que en la Venezuela de Maduro no hay espacio para la discrepancia. Es por eso, por su trayectoria, que ni siquiera quienes discrepan de ella políticamente pueden negar su valentía, su liderazgo y su persistencia.

María Corina ha denunciado que Maduro y altos funcionarios integran el Cartel de los Soles, organización señalada por el Departamento de Justicia de Estados Unidos por narcotráfico y lavado de dinero. Y mientras muchos opositores optaron por el exilio o la negociación, ella decidió quedarse, fundar su partido Vente Venezuela y seguir luchando desde dentro.

El costo personal ha sido enorme. Ha enfrentado persecución judicial, amenazas y campañas de difamación y ha tenido que vivir en la clandestinidad. En 2024 ganó con más del 90% de los votos en las primarias de la oposición, pero fue inhabilitada políticamente en una maniobra que reveló el miedo de Maduro a una elección libre. Aun así, apoyó la candidatura de Edmundo González Urrutia y mantuvo su mensaje: no rendirse, no negociar principios, no aceptar falsas transiciones. Ha sobrevivido a agresiones, intentos de allanamiento, la detención de colaboradores y hasta el acoso a su madre octogenaria. Pero sigue en Venezuela, con serenidad y paciencia, luchando por el retorno a la democracia.

El Nobel llega en un momento crucial. No faltarán quienes le critiquen a María Corina su disposición a recibir el apoyo de Washington para recuperar la democracia en su país. Pero lo que no puede olvidarse es que a Venezuela no la gobierna un mandatario legítimo: es un régimen de facto que se robó descaradamente las últimas elecciones, apresa y tortura sumariamente, arruinó a Venezuela y ha convertido a un país próspero en una nación desmembrada por el hambre, la migración y el miedo. Maduro está acusado de liderar el grupo criminal del Cartel de los Soles, pieza central del entramado de narcotráfico y lavado de dinero que ha infiltrado buena parte del Estado. El Departamento de Justicia de Estados Unidos le ha incautado bienes por 700 millones de dólares. Venezuela, además, se ha transformado en refugio seguro y plataforma para organizaciones terroristas internacionales como Hezbolá, así como para el Ejército de Liberación Nacional y las llamadas “disidencias” de las FARC colombianas.

Frente a ese panorama, el apoyo de Estados Unidos —y de toda la comunidad democrática— al retorno de la democracia en Venezuela, no es una intromisión, sino una obligación moral y política. Ojalá la presión internacional —y, solo si fuera necesario, la acción militar directa contra la dictadura— logre poner fin al régimen de Maduro y abrir paso al gobierno legítimo triunfador de las elecciones pasadas en cabeza de Edmundo González, con María Corina como figura central en la reconstrucción del país.

El Nobel de María Corina es más que un reconocimiento: es una advertencia moral y política a Venezuela y a otros países de la región. Nos recuerda que la lucha por la democracia no pasa desapercibida. Y políticamente, es una vuelta de tuerca más hacia el fin de la dictadura de Maduro.

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