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Eduardo Casanova feminiza a los vampiros en su nueva serie: “El silencio que viven hoy las personas con VIH es terrorífico”

Con su debut creativo en una producción televisiva, el director retoca un subgénero icónico para abordar, entre el drama y el humor, el estigma del sida

El actor y director, Eduardo Casanova, en su casa de Madrid, junto a su gata 'Maricarmen'.Foto: Pablo Monge | Vídeo: Movistar Plus+

Eduardo Casanova (Madrid, 34 años) se disculpa desde la entrada. Le habría gustado, dice, tener algo más ordenada y ambientada su casa-oficina-museo-decorado, donde recibe a EL PAÍS en una mañana de noviembre. Aunque lleva año y medio instalado con su pareja en este pequeño adosado a las afueras de Madrid, ...

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Eduardo Casanova (Madrid, 34 años) se disculpa desde la entrada. Le habría gustado, dice, tener algo más ordenada y ambientada su casa-oficina-museo-decorado, donde recibe a EL PAÍS en una mañana de noviembre. Aunque lleva año y medio instalado con su pareja en este pequeño adosado a las afueras de Madrid, su actividad imparable apenas le deja tiempo. Cuesta creerlo porque su universo, tan reconocible, lo invade todo.

En las paredes y hornacinas del sótano donde trabaja conviven modelos anatómicos, dibujos de enfermedades venéreas, un pato disecado de dos cabezas, claquetas y carteles de sus proyectos, su colección de dentaduras, figuras vintage de La familia Monster y la prótesis de látex que Ana Polvorosa lució en Pieles (2017). Maricarmen, una gatita con cara de ewok, se esconde bajo un sofá rosa, color del que Casanova admite estar algo cansado. “Estoy en una fase más verde y sesentera”, comenta mientras se viste para la sesión de fotos, cuyo set montará con mimo su compañero. “La estética es fundamental”, insiste quien se define como “un guionista y director que a veces actúa por sus amigos”.

Atento y afectuoso, conversa después en el mirador de la cocina, en una mesa tomada por muñecos antiguos, para hablar de Silencio, su primera incursión como creador en la ficción seriada. Esta miniserie vampírica que Movistar Plus+ estrena este 1 de diciembre, Día Mundial del Sida, aborda el estigma del VIH con una mezcla de humor, fantasía y mirada social que Casanova reivindica como parte del nuevo tono que atraviesa su trabajo. Lo hace siguiendo a una familia de vampiras desde la peste negra medieval —que inutiliza la sangre humana—, al estallido del sida en los ochenta y hasta la actualidad.

Pregunta. ¿Esta es su casa-oficina?

Respuesta. Sí, me he mudado aquí de alquiler. Tengo otra casa con hipoteca, que ojalá pueda terminar de pagar, pero me fui del centro porque quería un poco de campo sin aislarme. Las Navidades en el centro me dan pánico. Aquí estoy tranquilo; tengo mi museo de los horrores, mis fricadas que solo entiendo yo, y el espacio donde escribo, preproduzco y vivo. Vivo un poco aislado en un decorado mío. Necesito un entorno así para encerrarme en mis películas e inspirarme al escribir, estar rodeado de mis fricadas, cositas de colección y eso. Pero este último año y medio ha sido una locura de trabajo y aún no he podido decorar la casa y el despacho como me gusta.

P. Bastante han hecho.

R. Uy, me encantaría que vinieses el año que viene. Dirías: “Ahora entiendo lo que quería hacer este loco con la casa”. Me encanta la decoración y la estética, en mis trabajos se ve, ¿no? Y me reivindico como raro porque aceptarse como raro es político. Y me gusta vivir en una casa donde las cosas no tienen un precio altísimo. Estos muñecos de bebés de los sesenta para mí son coleccionismo, igual que las dentaduras o la anatomía humana, que me flipa.

P. Abrir un espacio tan personal como su casa para hacer promoción es infrecuente.

R. Es raro, pero lo suelo hacer. Poca gente lo entiende, pero cuando se hacen este tipo de entrevistas, viene un fotógrafo y tiene que buscar un sitio bonito. A mí me gusta ofrecérselo. Y también es una forma de mostrar mi mundo sin engaños: mis películas son así y yo soy así. Mi cine no es una fachada ni una provocación; estéticamente es completamente real. Raro, pero real.

P. En Sitges dijo que Silencio marcaba el fin de una etapa “más pedante” y el inicio de otra con más humor. Además, es su primera serie.

R. Mi primera serie como showrunner, guionista y director. Ya dirigí una serie por encargo (Nacho, sobre Nacho Vidal) , donde pude poner mi sello, pero esta es completamente mía. Así que sí, es mi primera serie mía.

P. ¿Por qué este cambio de tono y de formato ahora?

R. Aunque suene repetitivo, cada vez que terminas un trabajo sientes el fin de una etapa, pero en Silencio el cambio es más evidente: es la primera vez que me decido a hacer una serie y es comedia pura, aunque con contenido social, porque mi trabajo siempre lo tiene. En este caso habla del estigma de las personas con VIH, haciendo un paralelismo con la fantasía de las vampiras.

Estoy en un momento más ligero y menos atormentado. No he estado mucho tiempo atormentado, pero con que lo estés una vez ya es muchísimo. Y no es que me apeteciera hacer una comedia, me ha salido así. Cuando escribes, te sale lo que tienes dentro. Y me parecía un tema que puede ser denso y triste, y sobre el que nos falta mucha información, así que meterle fantasía y comedia ayuda a que llegue mejor.

El VIH parece un tema olvidado y no debe serlo".
Eduardo Casanova

P. En Romería, Carla Simón también aborda el estigma del VIH. ¿Por qué cree que coinciden ahora dos obras sobre un tema tan inusual?

R. Fíjate que son solo dos obras, pero si analizamos la historia del cine sobre sida o VIH (que son conceptos diferentes), las narrativas siempre son las mismas: memoria, hombres homosexuales, hombres drogadictos, catástrofe y muerte. Y creo que estamos a punto de vivir una revolución. El VIH parece un tema olvidado y no debe serlo.

Cuando empezó la pandemia en los ochenta, los enfermos y enfermas de sida tenían que gritar para sobrevivir. Gracias a esos gritos se buscó una solución, aunque tardía por estigmas como la homofobia o la fobia a las personas que usaban drogas. Llegó una medicación que, yéndome al lenguaje vampírico, convierte a las personas en indetectables, e intransmisibles. A nivel médico es muy positivo, pero socialmente el discurso sigue siendo el de entonces. Y el silencio que viven hoy las personas con VIH es terrorífico.

P. En la serie saca el cartel “silencio = muerte” de los ochenta.

R. Es el primer eslogan que usan los activistas del grupo Act Up (Actúa). Para hacer esta serie me he tenido que documentar mucho y en este caso una de las productoras es Apoyo Positivo, que es una ONG. El avance médico ha sido increíble: con una pastilla al día o un pinchazo cada dos meses no desarrollas sida, eres intransmisible y la medicación no tiene efectos secundarios, como antes. Pero lo que sucede hoy con quienes viven con VIH en silencio son muchísimos problemas de salud mental: ansiedad, depresión… Y eso sí es mortal. Una infección tratada no supone ningún peligro para nadie, pero el silencio sí lo es.

Además, todos conocemos a personas con VIH, pero no sabemos que lo tienen. A cualquiera que lea esta entrevista le puede pasar con un familiar, un mejor amigo o incluso una pareja sexoafectiva. Vivir así es tremendo; creo que es algo que está a punto de reventar y que debe reventar. Y además quiero dejar claro que ni Silencio ni el VIH son un tema exclusivo LGTB, es una enfermedad que nos puede atravesar a todos y todas.

P. ¿Cree que persiste el estigma porque el sexo sigue siendo tabú?

R. Ese es el motivo. Esto que voy a decir no es para infravalorar ninguna otra, pero hay enfermedades que te convierten en héroe al superarlas. El VIH, por venir del sexo, y en gran medida del sexo homosexual, sigue siendo tabú y te hace culpable de haberlo adquirido, cuando la culpa no existe.

P. ¿Ha cambiado su propia percepción tras hacer la serie?

R. Claro. Me he concienciado muchísimo sobre salud sexual y la falta de información; hacer cine implica empaparte del tema para tratarlo con respeto. Y quiero incidir en algo: aunque este sea el eje, la serie es ligera, entretenida y de comedia. No tiene nada que ver con mis trabajos anteriores más densos, es una serie fácil de ver.

P: Vuelve a trabajar con varias de sus actrices fetiche. ¿Existe ya el concepto de “chicas Casanova”?

R. No, eso es para Pedro [Almodóvar], que es el maestro; los demás somos aprendices. Y lo de fetiche me suena raro, como si cosificara a actrices que también son mis amigas. No son mías, trabajan con mucha gente y tienen carreras increíbles. Pero sí, suelo trabajar con las mismas porque nos entendemos a la perfección, son muy amigas y, además, tengo la suerte de que son, creo, las mejores actrices de este país; en concreto, Ana Polvorosa.

P. Sin desmerecer a ninguna, María León hace un trabajo sobrecogedor.

R. Es espectacular.

P. ¿Cómo logra el nivel de confianza y compromiso necesarios para que eso ocurra?

R. Porque María es mi hermana y Paco [León] es mi hermano. Conozco a María desde antes de que fuese actriz, cuando trabajaba en Cortefiel doblando ropa. Hay una entrega y una confianza enormes para los desnudos o los temas complejos, los tratamos desde un lugar muy familiar. Yo quedo con María, le cuento cosas y le pregunto cómo lo ve. A veces ella o Ana me dicen: “¿Esto por qué no lo hacemos así?”. Me siento un poco estafador, porque los personajes de Silencio, en concreto los de María y Ana, deberíamos firmarlos juntos. La construcción de esos personajes es mía y de ellas.

Con las demás actrices sí tengo más responsabilidad, pero el personaje de María viene de Sevilla. Cuando María habla de su madre, que no es en absoluto Carmina [Barrios] en la serie, tiene una fuerza distinta a cuando Lucía Díez, que está increíble y es la verdadera protagonista, habla de la suya. Tengo una conexión increíble con mis amigas y con estas actrices. Me siento afortunado y en deuda.

P: Si existiera una segunda temporada ¿qué le gustaría desarrollar?

R: Ya está escrita. No está confirmada, pero rogaré a la plataforma que me deje hacerla. Aun así, la decisión final es de los verdaderos jefes y jefas, el público.

Hay muchísimas cosas que me gustaría desarrollar: la problemática del VIH es muy amplia, el vampirismo, que es poético, y cada personaje, que daría para un spin-off. Lo que sí puedo decir, y quienes vean las fotos de esta entrevista lo notarán, es que estoy obsesionado con los años sesenta. Me planteo qué pasaría entonces con esas vampiras tan divertidas. Habría que revisar qué pasó en esa época en la historia para saber por dónde va el tema. También te digo, el público la está pidiendo a gritos. La serie ha tenido un recorrido increíble por festivales de clase A, como Sitges, Locarno, Mar del Plata o Austin, y todo el mundo dice: “¿Ya? Queremos más”.

“No soy actor, no me siento a la altura. Yo lo que soy es director de cine”.

P. El personaje que le situó en la esfera pública fue Fidel, en Aída, hace justo 20 años. ¿Qué le diría ahora a ese chico que tuvo esa oportunidad, y qué cree que le diría él a usted?

R. Le diría que no se agobie, que va a lograr por lo que lleva trabajando desde antes de los 12 años, cuando empecé: dirigir cine. Que no sufra tanto, que lo va a conseguir, porque lo necesita para expresarse; sin eso, lo habría tenido muy difícil. Y ese chico me diría: “¡Venga, rápido, corre, más, todo ya!” Y fíjate, esa parte sigue ahí.

P. Varias veces ha dicho que no es actor. Cuando hacía Aída, ¿ya tenía al director en mente?

R. Yo hice Aída porque no podía dirigir. Recuerdo a los cámaras y los directores Jacobo Martos o Nacho García Velilla gritándome “¡deja la cámara, deja el zoom!”, porque veían en realización que me iba a grabar a los figurantes con las cámaras de la serie. Yo no soy actor, aunque a veces actúe por diversas circunstancias. Es una profesión que admiro mucho, que me parece muy compleja y no me siento para nada a la altura. Yo lo que soy es director de cine.

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