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Ya no hay salones tan grandes como el de Fernán Gómez

En ese gran museo de la tele que es el archivo de RTVE están todos los episodios de ‘Tertulia con’, una hora de belleza en forma de conversación libre e hipnótica

Dice David Trueba en el prólogo a la reedición de El tiempo amarillo, que acaba de salir, que aún está por recuperar el Fernando Fernán Gómez televisivo. Sostiene Trueba que en España se castiga a quien destaca en varios ámbitos. Si eres actor, no puedes ser también director, o dramaturgo, ni muchos menos escritor. Fernán Gómez triunfó como actor, y eso hizo que sus películas como c...

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Dice David Trueba en el prólogo a la reedición de El tiempo amarillo, que acaba de salir, que aún está por recuperar el Fernando Fernán Gómez televisivo. Sostiene Trueba que en España se castiga a quien destaca en varios ámbitos. Si eres actor, no puedes ser también director, o dramaturgo, ni muchos menos escritor. Fernán Gómez triunfó como actor, y eso hizo que sus películas como cineasta fueran recibidas con suspicacia y condescendencia, pese a que solo El extraño viaje, Ninette y un señor de Murcia o El viaje a ninguna parte ya le acreditan como uno de los directores más importantes del cine español. Tampoco se le celebró como dramaturgo, pese a que Las bicicletas son para el verano es una de las obras más relevantes del teatro español; ni como escritor, aunque El tiempo amarillo es un monumento literario a la altura de las mejores obras autobiográficas del siglo XX. Todo eso ha ido creciendo tras su muerte, hasta darle la vuelta al calcetín: hoy, quizá el Fernán Gómez que menos nos interesa sea el actor, que parecía el importante, el que le daba identidad.

En ese gran museo de la tele que es el archivo de RTVE, en abierto para quien quiera bucear en él, están todos los episodios de Tertulia con, el programa de 1981 en el que Fernando Fernán Gómez recibía en el salón de su casa a unos cuantos amigos para charlar sin pies forzados, sin guion y sin mucho orden. No era aquella una televisión abstemia, ni los invitados acostumbraban a medir lo que decían. El resultado era una hora de belleza en forma de conversación libre e hipnótica.

Tras ver un par de programas, se entiende que la genialidad de este hombre fue vivir. El cine, el teatro, la literatura, la tele y la conversación solo eran modulaciones de un mismo arte en el que era maestro: la vida. Disfrutar de esas tertulias o engolosinarse con la prosa de El tiempo amarillo es un buen antídoto contra los venenos histéricos y trastornados del desquicie hiperactivo de hoy. Da gusto ver la vida expuesta como un azar, sin destino, sin revanchas, con una ironía que nunca baja la guardia y no desaprovecha ocasión para reírse de uno mismo. Sería bonito que alguien hiciera hoy un programa así, pero ya no fabrican tipos como Fernán Gómez, y los que podrían parecerse no tienen un salón tan grande.

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