Cómo explicarle un chiste a un juez
El último ha sido Héctor de Miguel, pero por los juzgados han pasado tantos cómicos que sería hora de incluir una asignatura de teoría del humor en los planes de estudio de Derecho
Las dos enseñanzas básicas que asimila el humorista principiante son: no reírse de los propios chistes y no explicarlos. Cuanto más serio se enuncie y más directo sea, más altas sonarán las carcajadas. Nada hay más anticlimático en una cena con amigos que a alguien le moleste un chiste o pida que se lo expliquen. Es el efecto Cenicienta al dar las doce: dan ganas de pedir la cuenta y llamar a un taxi.
Un chiste solo fracasa si recibe silencio y grillos. Si la mayoría se ríe, los q...
Las dos enseñanzas básicas que asimila el humorista principiante son: no reírse de los propios chistes y no explicarlos. Cuanto más serio se enuncie y más directo sea, más altas sonarán las carcajadas. Nada hay más anticlimático en una cena con amigos que a alguien le moleste un chiste o pida que se lo expliquen. Es el efecto Cenicienta al dar las doce: dan ganas de pedir la cuenta y llamar a un taxi.
Un chiste solo fracasa si recibe silencio y grillos. Si la mayoría se ríe, los que se enfadan o se desconciertan están equivocados. Los chistes no tienen una audiencia universal, se cuentan en un lugar y en un tiempo concretos: el mismo chiste puede ser divertidísimo contado en la barra de un bar, o una ofensa sangrante contado en un velatorio. Yo llevo media vida leyendo las viñetas de The New Yorker y solo me he reído dos veces en veinte años. Qué le voy a hacer, no son para mí. No voy a querellarme contra la revista, me basta con leer otra.
Todo esto es humorología básica: un conocimiento que la mayoría de las personas adquieren en el primer curso de primaria, cuando se les ocurre el primer chiste de pedos. Pero hay en España unos cuantos jueces que no lo saben. Quizá porque las oposiciones a juez son tan difíciles que empezaron a memorizar el Código Civil a los seis años y no tuvieron tiempo de desarrollar el sentido del humor. Quién sabe por qué, pero abunda en España un tipo de juez que necesita que le expliquen los chistes, y han adoptado la costumbre de interrogar a los humoristas, y a veces, incluso, condenarlos.
El último ha sido Héctor de Miguel, pero por los juzgados han pasado tantos cómicos (me vienen a la cabeza, sin esforzarme, Anónimo García, Mongolia, el histórico Cristo de Javier Krahe…) que sería hora de incluir una asignatura de teoría del humor en los planes de estudio de Derecho. Nos ahorraríamos así el bochorno de ver a los pobres humoristas dando explicaciones de lo que no se puede explicar. “Era una broma”, declaró Héctor de Miguel, y poco más puede añadirse. Son bromas. Usted se ríe o no, pero no hay más. Y que una justicia lentísima, atascada y que presta un servicio deficiente al ciudadano dedique sus limitados recursos a que le expliquen los chistes a un juez es el peor chiste que nos podían contar. Uno malo de veras, que solo provoca una risa sardónica y desencantada.