Yo, adicto: el valor del testimonio

No hay autocompasión en la historia de Javi Giner, solo un sentido del deber, que nace, precisamente, de conocer el valor del testimonio: esto vi, esto viví, esto cuento, esto te puede ayudar

Oriol Pla, en la serie 'Yo, adicto'.

Que la realidad debería estar prohibida es un pensamiento tan pueril como humano que expresaba en voz alta el personaje de Gloria Muñoz en La flor de mi secreto. Se lo soltaba a Leo, la escritora a la que editaba, como reproche, después de que esta renunciara a pro...

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Que la realidad debería estar prohibida es un pensamiento tan pueril como humano que expresaba en voz alta el personaje de Gloria Muñoz en La flor de mi secreto. Se lo soltaba a Leo, la escritora a la que editaba, como reproche, después de que esta renunciara a proseguir con su exitosa carrera en la novela rosa para presentarle una historia cruda, en la que, por cierto, se encontraba el germen de Volver. El valor de esa secuencia radica en la eterna pugna entre dos interpretaciones de la ficción: como escapismo o como espejo. “La realidad es para los periódicos y la televisión, y mira el resultado. Por culpa de tanta realidad, el país está a punto de explotar”, zanjaba.

Este fin de semana, para huir de una realidad terrible, mucha gente se ha refugiado en Yo, adicto (Disney +), la fantástica serie en la que Javi Giner adapta su libro homónimo, la historia de su proceso de desintoxicación. El espejo de uno puede ser el escapismo de otro. E incluso devolverle su reflejo.

La autoficción como marca para definir un género basado en las vivencias propias a mí me suele resultar tramposa: todo escritor escribe desde su experiencia, por mucho que lo haga sobre naves más allá de Orión o sobre el Antiguo Egipto. Prefiero aludir al testimonio: esto vi, esto viví, esto cuento. El valor del testimonio de Javi es de triple acepción, por su calidad, por su provecho y por su valentía. La calidad de la escritura en la adaptación (a su cargo junto a Aitor Gabilondo, Alba Carballal y Jorge Gil) y en la dirección (también de Giner y, en dos episodios, de Elena Trapé) está en un lugar de difícil acceso para cualquier veterano, qué decir para un debutante como Javi. Y el reparto funciona como una filarmónica, con un extraordinario Oriol Pla a la cabeza, una Nora Navas prodigiosa y una colección de interpretaciones episódicas y secundarias dignas de genuflexión —mención especial a Omar Ayuso, Marina Salas y Bernabé Fernández—.

Su provecho no se circunscribe solo a los que conviven con la adicción en primera persona o en tercera, es un viaje que va de la introspección a la importancia de la comunidad. Y su valentía parte del retrato inmisericorde que Javi hace de sí mismo. No hay autocompasión en su historia, solo un sentido del deber, que nace, precisamente, de conocer el valor del testimonio: esto vi, esto viví, esto cuento, esto te puede ayudar.

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