‘The Bear’ y la autoconsciencia

La serie de Christopher Storer es mejor cuanto menos se mira el ombligo y más piensa en sus personajes. Pero claro, dile esto a una serie que va de un tipo incapaz de mirar más allá de su roto ombligo

Ayo Edebiri, Sydney en la tercera temporada de 'The Bear'.Disney+

Ha vuelto la comedia más nominada en una sola edición de los premios Emmy, y lo ha hecho más divertida que nunca. Hasta aquí los chistes, porque The Bear no es comedia, ni falta que le hace. Si...

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Ha vuelto la comedia más nominada en una sola edición de los premios Emmy, y lo ha hecho más divertida que nunca. Hasta aquí los chistes, porque The Bear no es comedia, ni falta que le hace. Sin embargo, dado que sus responsables, quizá amparados en la duración de sus episodios, decidieron presentarla estratégicamente a las categorías de comedia en los premios de la Academia de televisión norteamericana y la Academia de televisión, sin restricciones en este sentido, ha tenido a bien otorgarle 25 nominaciones, lo mínimo que podemos hacer es reírnos de la jugada.

Ha vuelto The Bear, sí, mes y medio más tarde que en Estados Unidos, y lo ha hecho no más divertida, pero sí más autoconsciente que nunca. Casi al borde de la autoparodia involuntaria. Tanto que termina con su protagonista leyendo una crítica a su restaurante que bien podría ser una crítica a la propia temporada de la serie. “Confuso”, “excelente”, “incoherente”, “delicioso”, “decepcionante” son algunos de los adjetivos que utiliza un hipotético crítico gastronómico del Chicago Tribune sobre The Bear y que bien valen para The Bear, la serie.

Dos episodios fabulosos, el sexto, Servilletas, con Tina de protagonista y dirigido por Ayo Edebiri, y el octavo, Cubitos de hielo, con Nat y DD al volante, al igual que los dos episodios extraordinarios de la temporada pasada, Pescados, drama familiar coral, y Tenedores, centrado en Richie, demuestran la capacidad de Christopher Storer, creador de la serie, de profundizar en sus personajes y conmover desde lo pequeño. Pero también evidencian que a la serie le cuesta construir líneas de temporada sólidas y mantener el interés sobre su protagonista. Por seguir con el lenguaje de la serie: dos pasos brillantes no salvan un menú compuesto por diez.

Sorprende que una serie con tantas reflexiones alrededor de la creación permanezca tan enrocada en sus propios manierismos: esas broncas que creen ganar en intensidad cuando pierden en verosimilitud (“fuck you”, “no, fuck you” ad aeternum); ese montaje deliberadamente abrupto y torpe como metáfora de los pensamientos rumiantes; esas secuencias íntimas con apenas iluminación y diálogos susurrantes, que bien podría parodiar desde su cuenta de Instagram la actriz Delaney Rowe, experta en reírse de los tropos del cine indie... The Bear es mejor cuanto menos se mira el ombligo y más piensa en sus personajes. Pero claro, dile esto a una serie que va de un tipo incapaz de mirar más allá de su roto ombligo.

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