De curas y de libros
Escucho entre las carroñeras noticias de la tele algunas aberraciones que practicaban miembros de la casta religiosa. Y todo adquiere aire entre dadaísta y esperpéntico
Brassens nos convenció en una canción que sin el arcaico y hermoso latín la misa nos daba por saco. Algo bueno tenía que sacarle a la Iglesia el agnóstico más fiero. Esta siempre intentó cubrir sus piadosas apariencias. Ahora que atraviesa tiempo de ruina, después de haber estado abarrotada de riqueza, con pavorosa deserción de feligreses, se le complica aún más el negocio al salir a la luz las siniestras e interminables pederastias. El demonio siempre estuvo ahí pero convenien...
Brassens nos convenció en una canción que sin el arcaico y hermoso latín la misa nos daba por saco. Algo bueno tenía que sacarle a la Iglesia el agnóstico más fiero. Esta siempre intentó cubrir sus piadosas apariencias. Ahora que atraviesa tiempo de ruina, después de haber estado abarrotada de riqueza, con pavorosa deserción de feligreses, se le complica aún más el negocio al salir a la luz las siniestras e interminables pederastias. El demonio siempre estuvo ahí pero convenientemente tapadito. Los jefes del tinglado no castigaban a sus pecadores. Cuando el escándalo era excesivo se limitaban a cambiarlos de parroquia. Imagino que en nombre del Altísimo.
Escucho entre las carroñeras noticias de la tele algunas aberraciones que practicaban miembros de la casta religiosa. Y todo adquiere aire entre dadaísta y esperpéntico. Resulta que un párroco de Don Benito y el novio con el que vivía en la sede se dedicaban al tráfico de viagra y de otras sustancias afrodisíacas que otorgaban alegría a los decaídos cuerpos de la clientela. También nos informan de que han detenido a un cura por robarle la silla de ruedas a un inválido. Ese nivel de delincuencia es muy casposo. Y tragicómico. Ay, ¡cómo andan algunos servidores de Dios!
Y ya vale de tele. Me pongo a leer un libro, ese placer ancestral y continuo, que al parecer desdeñan la mayoría de los niños actuales. No saben lo que se pierden. Descubro lamentablemente tarde, aunque con enorme regocijo, dos libros tan divertidos como inteligentes. Su autor es el brillante, original e imprevisible Ignacio Peyró. Se titulan Comimos y bebimos y Ya sentarás cabeza. Esa escritura es elegante, hipnótica, secretamente lírica, humorística, descriptiva de lugares, sensaciones y estados de ánimo, culta y gozosa. En el inexpugnable desorden de mi repleta biblioteca me las he ingeniado para tener siempre a mano en la mesilla de noche determinados libros. Puedo abrirlos por cualquier página cuando ataca el insomnio. Son El cuaderno gris, de Josep Pla, y las Historias de Londres, de Nueva York, de Roma, del Calcio que escribió mi amigo Enric González. Peyró se suma a esas perlas.
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