Elon Musk: ¿genio o matón? Todo a la vez en todas partes
La serie documental ‘El show de Elon Musk’ explora todas las caras del hombre más rico del mundo. Capaz de impulsar el coche eléctrico y de planear una colonia en Marte, también de insultar al héroe de un rescate, de trolear a Zelenski y de oprimir a sus empleados
Uno de los episodios que mejor retratan a Elon Musk es su papel en el rescate de 13 personas, en su mayoría adolescentes, atrapadas en una cueva de Tailandia. Fue en 2018. Musk se plantó en la cueva, que había quedado inundada por las lluvias haciendo inaccesible el hueco donde se encontraban 12 jugadores de un equipo juvenil de fútbol y su entrenador, y puso a sus ingenieros a trabajar en un minisubmarino, hecho con piezas de cohetes de Space X, en el que, decía, podrían salir de uno en...
Uno de los episodios que mejor retratan a Elon Musk es su papel en el rescate de 13 personas, en su mayoría adolescentes, atrapadas en una cueva de Tailandia. Fue en 2018. Musk se plantó en la cueva, que había quedado inundada por las lluvias haciendo inaccesible el hueco donde se encontraban 12 jugadores de un equipo juvenil de fútbol y su entrenador, y puso a sus ingenieros a trabajar en un minisubmarino, hecho con piezas de cohetes de Space X, en el que, decía, podrían salir de uno en uno. El entusiasmo le desbordaba y publicaba vídeos de su ingenio mientras los chicos iban saliendo muy lentamente sacados por buzos. Cuando solo quedaban dos chicos y el entrenador por ser evacuados, Musk se cogió un berrinche porque su método fue descartado.
El espeleólogo británico Vernon Unsworth, que trabajaba en el rescate, dijo que la oferta del empresario solo había sido propaganda, que un aparato rígido nunca habría pasado por la estrecha gruta inundada. Musk, impulsivo, se lanzó a Twitter, entonces se llamaba Twitter, y replicó a Unsworth que a él le habían pedido el submarino, que estaba seguro de que habría funcionado y terminaba con un brusco “Sorry, pedo guy”. Lo siento, pedófilo. El espeleólogo, uno de los héroes de aquella operación, le llevó a juicio por difamación. Pero el tribunal aceptó la versión de Musk de que llamar a alguien “pedo guy” era un insulto común en Sudáfrica, el país donde nació hace 52 años. Cosas que se dicen entre machos enfadados. Musk pidió perdón y le valió con eso.
No se esperaría ese comportamiento en el hombre más rico del mundo, poseedor de una fortuna que ronda los 235.000 millones de dólares según Forbes. La serie documental británica El show de Elon Musk, coproducida por la BBC y disponible en Movistar+, es el último intento de aproximarse a esta complejísima figura. Sin declaraciones del interesado, pero sí de todo su entorno. Incluido el más cercano: su exmujer Talulah Riley, que cuenta sus flaquezas pero evita el rencor; su madre Maye, orgullosa de él pero muy consciente de sus manías; su padre Errol, que intenta lavar su imagen de maltratador. Y exdirectivos de sus empresas que recuerdan la enorme presión a la que les sometía, aunque alguno señala que solo así pudo lograr lo que logró. Y con buen material de archivo, porque Musk se ha dejado filmar o ha encargado que lo filmen muchas veces. El retrato confirma lo peor y lo mejor que se pueda decir de él. Como revela el episodio de la cueva, piensa a lo grande, y se pone en marcha ante desafíos que parecen imposibles, pero de repente enfurece y pierde los papeles.
Estas personas que han convivido o trabajado con Musk se mueven entre la admiración y el resentimiento. Siempre se plantea objetivos muy ambiciosos. Algunos advierten ternura en su fachada de prepotencia: es dulce, tímido, cariñoso a su manera. Pero también dicen de él que es “peligroso, imprudente, inestable, irresponsable”. Este documental no cae en el tono adulador de otros como la hagiografía The Real-Life Iron Man.
La serie narra una carrera empresarial que empieza en un primer pelotazo, el Zip2, la empresa que fundó con su hermano Kimbal, y continúa con una apuesta, insensata para el año 2003, por el coche eléctrico. Cuando se hizo con Tesla, se comprometió a entregar modelos en plazos apremiantes. Instaló su mesa de despacho en mitad de la fábrica; muchas noches se quedaba allí a dormir. Se enfadaba cuando no veía al personal trabajando a su ritmo, insufrible para la mayoría de los humanos. Dicen algunos colaboradores que, en esos apretones, casi nadie dormía más de cuatro horas. Su mayor orgullo es SpaceX: los cohetes se estrellaron en los tres primeros ensayos; parecía un carísimo fracaso cuando el cuarto funcionó. Después logró reutilizar los cohetes, y llegó el Falcon Heavy, el mayor nunca visto. Hoy es el mayor contratista privado de la NASA, ha enviado personal a la Estación Espacial Internacional, y quiere que su nave Starship llegue a la Luna y después a Marte (tendrá que reconstruirla: en su último despegue explotó).
Aquí nos encontramos con el Musk más visionario, o insensato según se mire. El que habla de convertir a la humanidad en una “especie interplanetaria”, el que planea ofrecer viajes para colonizar Marte por un precio de unos 100.000 dólares, no tan caro para empezar una nueva vida. El que fantasea con bombardear los polos helados del planeta rojo para liberar humedad en su atmósfera y que pueda crecer la vida vegetal. Musk quiere estar en los libros de historia por eso. La serie pasa más de puntillas por otros proyectos aún más extravagantes, como Neuralink, que aspira a implantar un chip en el cerebro humano para que vivamos conectados sin mirar pantallas.
Más morboso es el retrato personal, y familiar, del empresario que ha saltado entre distintas parejas. Cuando conoció y quiso seducir a la actriz británica Talulah Riley, la invitó a desayunar a la mañana siguiente. Al acabar le pidió que volvieran a reunirse para comer, y esa misma noche para cenar. Al final la convenció para subir a la habitación de su hotel, pero su plan era... ver vídeos de cohetes. Musk se casó dos veces con ella, y dos se divorció. Ella cuenta que él tenía muchas pesadillas, que despertaba agitado y gritando, que vivía angustiado, pero que en cuanto las inversiones empezaron a salirle bien, se volvió encantador. “Pasó de ser ridiculizado a venerado”. Tan volcado estaba en sus negocios que a su esposa le ofreció una salida con la misma frialdad con la que despide a empleados. Peor fue lo de Justine Musk, su primera esposa: fue su terapeuta el que recibió el encargo de Elon de comunicarle que quería el divorcio. Interviene la madre del milmillonario, Maye: “Si te casas con alguien como Elon, sabes que no vas a verlo mucho”. Sabían dónde se metían.
Solo al final del documental, de tres capítulos de una hora, se nos revela que el protagonista tiene el síndrome de Asperger, relacionado con el autismo. Lo confesó él mismo en 2021 cuando lo invitaron a presentar el mítico programa de humor Saturday Night Live. Aquí se repasan sus traumas. Venía de una familia de millonarios asentada en Sudáfrica, enriquecida con los diamantes, pero su infancia, dice él, fue muy infeliz. Porque su padre pegaba a su madre; por su aislamiento respecto a los demás niños, él se quedaba leyendo a Napoleón mientras los otros jugaban; por haber sufrido acoso en la escuela; por el conflictivo divorcio de sus padres.
Con 17 años se fue a estudiar a Canadá, y luego a Estados Unidos, Una tendencia a lo obsesivo explica lo más irritante de él pero también lo que alcanzó con su tenacidad. Su prestigio como empresario se ha visto empañado por más de un incidente, desde el porro de marihuana que se fumó ante la cámara mientras era entrevistado por el podcaster Joe Rogan (señalado durante la pandemia como difusor de teorías antivacunas) hasta la sanción que le impuso el regulador de los mercados, la SEC, por decir en Twitter que se estaba pensando sacar a Tesla de Bolsa (lo que no hizo).
No abunda el documental en las posiciones políticas de Musk. En algún momento le oímos defender que el Gobierno federal tenga poco poder; él no se pone etiquetas, pero sus muchos tuits han ido reflejando un rápido acercamiento a la derecha populista en los últimos años. En un momento del documental, Donald Trump cuenta que Musk le dijo que nunca había votado republicano pero ahora sí le votaba a él. Tampoco se habla aquí de su cruzada contra el activismo woke, o progresista, que le ha llevado a denigrar a los medios más fiables como The New York Times. La biografía que acaba de publicar Walter Isaacson, titulada Elon Musk, explica que el magnate declaró la guerra al “virus woke” a raíz de la transición de género de su hija Jenna, llamada Xavier hasta los 16 años. Es la tercera de sus 11 hijos; los tres últimos (con la cantante Grimes, aunque el menor fue fruto de un vientre de alquiler) tienen los extraños nombres de X AE A-XII, Exa Dark Sideræl y Techno Mechanicus. Su separación de Grimes ha llevado a una batalla judicial por la custodia de esos chicos.
Al documental le falta lo que habría dado para un cuarto episodio: las aventuras del tuitero en jefe. Se cumple un año de que el magnate compró Twitter, que convertiría en X, destruyendo una de las marcas más asentadas de todo internet. Y Musk, que ha demostrado su talento en empresas relacionadas con la ingeniería, no parece tan hábil para moverse en el mundo de la comunicación. Pero quiere dejar su huella en la red más influyente para la política y el periodismo, y sobre todo dar la batalla cultural. Sus pasos han sido todos polémicos: desmanteló los equipos de moderación, en medio de despidos masivos; indultó a los perfiles suspendidos por prácticas tóxicas; acabó con la verificación de perfiles al convertirlo en un servicio de pago que no verifica nada; ahora oculta los titulares de los enlaces...
Lo que sí recoge el documental, porque es previo a su compra de la red social, es su tendencia a insultar o ridiculizar a personas desde su cuenta en Twitter/X, con casi 160 millones de seguidores. Cualquier comentario contra cualquiera hará caer una tormenta sobre la víctima; también suele retuitear mensajes de fuentes nada fiables, creyentes en delirantes conspiraciones.
Lo penúltimo es que Musk trolea a Zelenski en X, que aún llamamos Twitter, con un meme en el que el presidente ucranio aparece lloroso porque no puede pasar cinco minutos sin pedir 1.000 millones de dólares en ayudas. No trolea a Putin, eso no. Dos claves: los ultraconservadores de EE UU presionan en el Congreso para cortar la ayuda a Ucrania; y Kiev es muy dependiente de la red de satélites de Musk, Starlink, cuyo uso le ha negado para acciones ofensivas en esta guerra. Lo último es que la Comisión Europea ha enviado una carta a Musk y ha abierto una investigación sobre X por la proliferación de bulos y discursos de odio que corren sin freno sobre el conflicto entre Israel y Gaza.
De este hombre depende en gran medida el futuro de los viajes espaciales, del coche eléctrico y de la comunicación política, está por ver si también de la modificación cerebral en humanos. Hasta el curso de las guerras pasa por él. Tardaremos mucho en saber si será recordado por habernos llevado a Marte. O solo como el gran meme de nuestro tiempo.
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