‘La diplomática’: Aaron Sorkin sin Aaron Sorkin
La serie de Netflix es una indisimulada puesta al día de ‘El ala oeste de la Casa Blanca’, creada por una de sus guionistas
La diplomática ha aterrizado en Netflix casi por sorpresa. Se tiende a desconfiar de los resúmenes oficiales, pero hay que reconocer que en este caso lo han bordado: “Es un drama político contemporáneo de alto voltaje sobre la trascendencia y la tortura de las relaciones a largo plazo, entre países y personas”. A los cinco minutos de empezar a verla, los paralelismos con El ala oeste de la Casa Blanca, la serie de Aaron Sorkin, son más que evidentes. No hace falta...
La diplomática ha aterrizado en Netflix casi por sorpresa. Se tiende a desconfiar de los resúmenes oficiales, pero hay que reconocer que en este caso lo han bordado: “Es un drama político contemporáneo de alto voltaje sobre la trascendencia y la tortura de las relaciones a largo plazo, entre países y personas”. A los cinco minutos de empezar a verla, los paralelismos con El ala oeste de la Casa Blanca, la serie de Aaron Sorkin, son más que evidentes. No hace falta investigar mucho: Debora Cahn, su creadora, fue guionista de aquella gloriosa ficción que entre 1999 y 2006 narró los dos mandatos del imaginario presidente demócrata Jed Bartlet (Martin Sheen), su equipo y su familia. Cahn asegura que desde entonces hacer una serie como esta le rondaba la cabeza.
En el mundo de La diplomática, como en el de El ala oeste..., todo remite al presente. A un presente que es casi este, pero no del todo. Es una realidad paralela (vale, un multiverso) que costaría darte cuenta de que no es la tuya. Transcurre en 2023. Rusia ha invadido Ucrania y un portaviones británico sufre un atentado sin reivindicar en aguas del Golfo. Algo que suena conocido pero no del todo, porque no es ni el ataque de Al Qaeda al destructor estadounidense USS Cole en 2000 ni los sabotajes a petroleros en el golfo de Omán en 2019, de los que se responsabilizó a Irán, país que lo negó. Eso mismo ocurre en la serie.
En este contexto, a Kate Wyler (Keri Russell), diplomática estadounidense especializada en lugares tan conflictivos como Afganistán, le dan su primer puesto de liderazgo: embajadora en Reino Unido. Está casada con Hal, un veterano diplomático de alto perfil que está haciendo pasillos por pasarse de listo. “Eres tan famoso que nadie quiere trabajar contigo”, le dice cuando él le reclama que sea más social. Hal es quien explica a la relaciones públicas de la embajada la diferencia entre ellos y sus antecesores. “El anterior embajador logró el puesto porque recaudó dos millones de dólares para el presidente, como la mayoría de los embajadores de EE UU en magníficos puestos europeos. Kate y yo somos más como los embajadores británicos: mucha experiencia en zonas de crisis. Y sin colección de arte”.
Ese perfil de su predecesor encaja, por ejemplo, con el de alguien real como Woody Johnson, representante en Londres de la administración Trump. Heredero del imperio Johnson & Johnson, había recaudado 1,5 millones de dólares para la campaña del expresidente. Dueño de los New York Jets desde 2000, se aficionó al fútbol en sus estancias en Londres y quiso comprar el Chelsea FC a Abramovich. Ofreció 2.600 millones de dólares.
Para la ficticia Kate Wyler el puesto es un examen. Quieren probar si, a pesar de ser un aparente desastre como socialité, puede servir como recambio de una vicepresidenta a punto de ser cesada por un presidente, que no es Joe Biden, pero se le parece mucho. Como el premier británico sería una mezcla entre David Cameron y Boris Johnson. Con el baile que han tenido desde el Brexit, era difícil que el personaje se pareciera a alguien en concreto.
Kate y Hal resultan familiares. Hal tiene un aire al presidente Bartlet, protagonista de El ala oeste..., si le quitas gran parte de sus virtudes y le dejas sus defectos. Es manipulador, seductor y moralmente ambiguo. Su matrimonio hace agua precisamente por eso. Kate parece la fusión de dos personajes de El ala oeste: la dura y sensata primera dama y la ingeniosa y rápida portavoz de la presidencia.
Porque, como en las series de Sorkin, en La diplomática todo el mundo es ingenioso e inteligente. Parecen pensar al doble de velocidad de lo normal y hablar incluso más rápido. O si no que se lo pregunten al responsable de los subtítulos que se ve obligado a resumir para llevar su ritmo. Las réplicas y las contrarréplicas son tan veloces que a veces tienes la impresión de haberte enterado de la mitad. Pero convierten la serie en algo apasionante. No se ven muchas protagonizadas por personas extremadamente listas. Los ocho capítulos de la primera temporada pasan volando. Termina con uno de esos cliffhangers que solo se deberían permitir si la segunda temporada llega ya. Podría suceder: este lunes la serie fue renovada oficialmente.
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