Del reposo a la exaltación: así han cambiado los debates televisivos
La tele es un espejo del mundo y el mundo es un espejo de la tele: en la evolución de las tertulias televisivas se aprecia la deriva del reinado de la razón al de la pura emoción
El hecho de que el presentador fumase en pipa ya es una clara indicación de que hablamos de otra época. La clave, del asturiano José Luis Balbín, recientemente fallecido, simbolizó durante mucho tiempo, y sigue simbolizando, la televisión de calidad (se pueden ver 64 capítulos en esa cueva del tesoro que es la plataforma RTVE Play). Y la nicotina como símbolo del pensamiento.
Un debate...
El hecho de que el presentador fumase en pipa ya es una clara indicación de que hablamos de otra época. La clave, del asturiano José Luis Balbín, recientemente fallecido, simbolizó durante mucho tiempo, y sigue simbolizando, la televisión de calidad (se pueden ver 64 capítulos en esa cueva del tesoro que es la plataforma RTVE Play). Y la nicotina como símbolo del pensamiento.
Un debate reposado donde los tertulianos respetaban los turnos, hablaban con lentitud y profundidad, sin levantar la voz y sin miedo a que les interrumpiesen (no era aún conocido ese horrendo mantra televisivo: “perdona, déjame hablar, que yo a ti no te he interrumpido”). A mitad de la charla se proyectaba una película (como en otro programa nicotínico y culto: Qué grande es el cine, de José Luis Garci). Debatían, en La clave, con esa prosodia típica de la época, con ínfulas intelectuales, a veces demasiado engolada, muy anacrónica vista desde el desenfado actual. Había, sobre todo, señores, señores muy serios, con algunas excepciones de señoras muy serias, como la legendaria anarquista Federica Monstseny. El humo del tabaco llenaba el espacio del plató que no llenaban las ideas, las barbas, las chaquetas de pana, las gruesas gafas de pasta.
La primera y más importante etapa de La clave se emitió entre 1976 y 1985. El tiempo pasa inexorable. Desde el 2011 no se puede fumar en la tele, una conducta que ahora nos resultaría atroz. Desde hace bastantes años los debates han cambiado al ritmo de la sociedad (y viceversa), y las tertulias, que son un producto barato de producir y buen recolector de audiencia, han copado todas las franjas horarias. Pones la tele y ahí está: la tertulia.
Tal vez el mascarón de proa del debate televisivo en el siglo XXI sea laSexta noche (La Sexta), centrado en temas de actualidad política. En su versión más delirante y rosa, sería Sálvame (Telecinco) en sus múltiples encarnaciones (y ya convertido en espectáculo total), mientras que la faceta deportiva más hooligan la ocuparía El chiringuito de jugones (Mega). Todas ellas comparten la forma característica de debatir en nuestro tiempo: la frecuente exaltación.
Además del tono, otra diferencia fundamental entre las tertulias presentes y las pretéritas son las temáticas. Ambas de actualidad, pero, mientras que las actuales tratan del día, la hora, el minuto y hasta el segundo, dada la urgencia contemporánea, las de La clave tenían una visión más omnicomprensiva de las inquietudes de la época. Los grandes temas: el marxismo (cuando la palabra no se usaba como un dardo, sino como una filosofía), las drogas, la homosexualidad, el anarquismo, el Opus Dei, el aborto, las migraciones, etc., muchos de los cuales siguen siendo controvertidos. Se partía de lo particular para llegar a lo universal. Allí comparecieron Truman Capote, Bernard-Henri Lévy, Olof Palme, Santiago Carrillo, Severo Ochoa, Antonio Escohotado, Gustavo Bueno, Blas Piñar o Ian Gibson, al que un falangista intentó agredir después de un programa dedicado a la figura de José Antonio Primo de Rivera.
Extraterrestres y demonios
Algo curioso es que entonces se consideraban serios temas que ahora son risibles: Balbín trajo asuntos como el satanismo (compareció una mujer que, supuestamente, había estado poseída por el demonio), la brujería o los extraterrestres, temas impensables ahora fuera de canales raros de YouTube o del programa de Iker Jiménez, donde han pasado de ser cuestión de fe a puro entretenimiento. En aquella época, por cierto, también causaba sensación el programa Más allá, del doctor Jiménez del Oso, también visible en la web de RTVE: un señor que, solo armado con unas profundas ojeras, una voz cavernosa y un montón de cigarrillos, mirando a la cámara durante una hora, conseguía hipnotizar a la audiencia hablando de sucesos paranormales: el misterio, sí, pero de la oratoria.
El tono exaltado de las más notorias tertulias actuales, que muchas veces son la principal fuente de información de los ciudadanos, tiene que ver con un mundo en el que la emoción va pesando más que la razón. No solo ocurre en la televisión, también en los debates en los parlamentos o, muy notablemente, en las redes sociales (sobre todo en el fango de Twitter). Los medios, la política, las redes sociales y la realidad se retroalimentan, la tele es un espejo del mundo, pero el mundo es un espejo de la tele, y eso redunda en una mayor polarización y en la llamada cultura del zasca: el debate beligerante en el que se busca la réplica cortante y ofensiva. El exabrupto. El tertuliano idiosincrásico de nuestro tiempo (no todos) es una figura controvertida, acusada de propagadora del cainismo y practicante de la todología, es decir, la ciencia demoniaca de opinar de todo sin saber casi de nada.
En las más exaltadas tertulias florecen las falacias (la del hombre de paja, que deforma y ridiculiza al adversario, dificultando la comprensión mutua, o el argumento ad hominen, que consiste en descalificar, no a la idea, sino al que la emite) y en no pocas ocasiones se levanta la voz y se forman melés dialécticas en las que es difícil sacar algo en claro. Muchos de los contendientes se convierten en estrellas, casi iconos pop, véase el caso de la particular pareja formada por Eduardo Inda y Francisco Marhuenda, que los sábados, al caer el sol, animan el cotarro en los salones de España.
Se percibe la herencia del espíritu reposado y profundo de La clave en algunos espacios televisivos. Un caso, en versión colorida y juvenil, fue el programa Gen Playz, conducido por Inés Hernand en RTVE, donde miembros de la generación Z, mileniales y algunos representantes de otras generaciones más talludas debatían con una seriedad y profundidad que harían enrojecer a algunos de sus mayores. El programa no fue renovado por el ente público; había recibido acusaciones desde la derecha mediática de fomentar la “ideología de género” o dar voz a la “izquierda radical”.
Otro caso es Las claves del s. XXI, el programa de debate cuya primera temporada dirigió el periodista Javier Ruiz en RTVE. Tanto es así que, con motivo del estreno del nuevo espacio, Balbín denunció que la cadena pública se había puesto en contacto para lograr la cesión de la marca La clave, que el veterano periodista tenía registrada. Al rehusar a su cesión, el programa añadió el plural y la coletilla “del siglo XXI”, lo que al periodista asturiano le pareció “una falta de imaginación y ética profesional”.
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