Doctor Earvin Johnson y ‘mister’ Magic
La serie documental de Apple TV sobre la leyenda del baloncesto, estrella de Los Angeles Lakers y urdidor del ‘Dream Team’ ahonda en las luces y la sombras de uno de los primeros famosos que contó que tenía el virus VIH
“A nadie le cae mal Magic”. Sobre esa frase, que escucha al inicio del primero de los cuatro capítulos de Me llaman Magic Johnson, ya disponible en Apple TV, gravita toda la grandeza y la miseria de su protagonista, un chaval negro de familia trabajadora de Michigan que se convirtió en estrella de la NBA, la liga profesional de baloncesto, ganador de —casi— todos los títulos posibles en su depor...
“A nadie le cae mal Magic”. Sobre esa frase, que escucha al inicio del primero de los cuatro capítulos de Me llaman Magic Johnson, ya disponible en Apple TV, gravita toda la grandeza y la miseria de su protagonista, un chaval negro de familia trabajadora de Michigan que se convirtió en estrella de la NBA, la liga profesional de baloncesto, ganador de —casi— todos los títulos posibles en su deporte, antes de retirarse abruptamente el 7 de noviembre de 1991 tras anunciar en una rueda de prensa que había dado positivo en un análisis médico del virus VIH, que provoca el desarrollo del sida. Me llaman Magic Johnson guarda espacio para hablar y mostrar baloncesto, la parte Magic, pero también para iluminar las contradicciones y errores del ser humano, Earvin Johnson junior, que habla ante la cámara confesando sus errores, con la serenidad del entendimiento que a sus actuales 62 años da asumir cierto equilibrio entre la leyenda y la persona.
Earvin Magic Johnson (Lansing, Michigan, 1959) supuso una revolución en el baloncesto. Hijo de un trabajador de la industria del automóvil, que completaba su sueldo conduciendo un camión de la basura (el jugador recuerda las veces que acompañó a Earvin, padre a recoger y vaciar cubos en el vehículo), se convirtió en Magic desde el segundo partido que jugó en el instituto con 15 años, cuando un periodista le puso ese apodo. “Magic es un personaje que juega el baloncesto”, dice él mismo. Ni a su madre le gustó aquel rebautizo, que, en cambio, ha subrayado el profundísimo talento de quien transformó por completo su deporte. Con su colegio, el Everett, ganó dos veces el campeonato estatal, y Johnson decidió quedarse en su Estado natal: en abril de 1977 anunció su fichaje por la universidad de Michigan State. En su segunda temporada su equipo llegó a la final de la NCAA, el torneo universitario, y ganó a la universidad de Indiana State, liderada por Larry Bird. Ambos solo tenían en común su hambre por comerse el mundo y su estatura, 2,06 metros. Desde ese momento se convirtieron en el yin y el yang del baloncesto mundial (a pesar de su profunda amistad).
Tras ese triunfo, Johnson quemó etapas, y dos años antes de lo habitual saltó a la NBA, donde le fichó el entonces peor equipo de la temporada precedente, Los Angeles Lakers, que justo en ese momento había sido adquirido por Jerry Buss, con el tiempo el gran mentor de Johnson. Allí también le esperaba uno de los mejores pívots de la historia, Kareem Abdul-Jabbar y una primera temporada completamente alocada, una montaña rusa de emociones y acontecimientos increíbles. Como que llegaran a la final, y que cuando el duelo con los Philadephia 76ers de Julius Erving fuera 3-2 a favor de los Lakers se lesionara Abdul-Jabbar. Johnson, el base más electrizante de la historia de baloncesto, le sustituyó como pívot en el sexto partido, y en Filadelfia logró 42 puntos, 15 rebotes, siete asistencias y tres robos de balón. Lakers arrasó 107-122. Así devino en el tercer jugador de la historia en ganar el título universitario y el profesional de forma consecutiva. Johnson logró además los mayores parabienes individuales... excepto el de mejor rookie (debutante) del año, que se lo llevó Bird en una votación con el resultado 63-3 entre expertos realizada antes de la final. A Johnson aún hoy le escuece ese ninguneo (y lo dice ante la cámara). Esa es la temporada que ilustra la serie Tiempo de victoria: la dinastía de los Lakers en HBO Max, que esta semana estrena su décimo y último episodio, y que en EE UU ha provocado un terremoto mediático por sus inexactitudes en pos de una ficción más enganchona. Hace dos semanas, Abdul-Jabbar, articulista habitual en varios medios de comunicación, escribió en su web un pormenorizado artículo contra la serie por sus mentiras históricas y emocionales.
A Magic Johnson le habría gustado que se le recordara por otro mote, EJ the DJ, que ilustra su pasión por la música, que desarrollaba en fiestas y eventos. Y aquí asoma en la serie la brutal vida disoluta que llevó durante una década en Los Ángeles. Nunca falló a un entrenamiento, jamás bajó el listón de su juego, su rivalidad con Bird y su forma de jugar (a pesar de su altura, su manejo de balón fue y es inigualable) llevaron a la NBA a otro nivel: de ser una liga errante se convirtió en la maquinaria profesional y económicamente refulgente que es aún hoy. Sin embargo, por tres veces rompió su compromiso matrimonial con Cookie Kelly, que en una de sus visitas a Los Ángeles asistió anonadada a una fiesta “de la piscina”, una celebración habitual en casa de Johnson sin la presencia de esposas ni novias de los jugadores. De esa promiscuidad, Magic Johson tuvo a su hijo mayor, Andre, y contrajo el virus del VIH.
Las amigas de Cookie aparecen en el documental conformando un coro idéntico al de las amigas de Hillary Clinton, senadora, aspirante a la presidencia de EE UU, y esposa del expresidente Bill Clinton, a la que Hulu dedicó un repaso audiovisual similar. Ambas pandillas señalan lo mismo de Hillary Clinton y Cookie Johnson (sí, se casó con Magic): las dos quieren tanto a sus maridos que les han perdonado todo. En el caso de Cookie nunca hubo engaño, cierto, aunque sí bastante sufrimiento emocional. La serie no esconde nada sobre esto ni sobre el primer rechazo del jugador de baloncesto a la homosexualidad de su hijo Earvin, que Magic cuenta avergonzado ante las cámaras. En donde no entra es en sus manejos para despedir a Paul Westhead, el entrenador que lideró a los Lakers en aquel título de 1980, ni en su fracaso como presidente de operaciones del equipo angelino en 2019, cargo ejecutivo responsable de las contrataciones, tras dos años desastrosos en lo deportivo.
Y aún quedan dos episodios. El primero se desarrolla entre el 19 de septiembre de 1991 y el 9 de febrero de 1992. Entre medias, el terremoto en la vida de Johnson: se casa, Cookie le cuenta en la pretemporada en París que está embarazada, descubre y anuncia que tiene el virus VIH (no así su esposa y el feto) —que en aquel momento significaba una muerte casi segura en dos o tres años tras desarrollar el sida—, se retira a los 32 años y participa posteriormente en el All Star, el partido de las estrellas, a pesar de las reticencias de algunos compañeros temerosos, por mal informados, de un posible contagio.
El encanto y la empatía de Earvin Johnson le salvó de caer en ese lado oscuro y ególatra de Michael Jordan que mostraba la serie de Netflix The Last Dance. En muchas ocasiones Jordan antepuso el negocio a las relaciones personales, probablemente porque fue quien abrió ese camino. En Me llaman Magic Johnson, a la estrella de los Chicago Bulls se lo echan en cara algunos de los participantes del documental. El mismo Magic cuenta que le costó convencer a Larry Bird para que se sumara al Dream Team, la legendaria escuadra estadounidense que arrasó en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, pero que Jordan le hizo sudar sangre y lágrimas antes de que confirmara su asistencia. ¿Quién fue el más grande, Jordan o Johnson? El entrenador Pat Riley verbaliza el pensamiento de muchos: “Magic, sin discusión”.
Johnson defiende que es más Earvin Johnson que Magic, y por ello en el documental se enumeran sus enormes logros empresariales (en los que mezcla la labor social con los éxitos económicos) realizados tras la tercera de sus retiradas del baloncesto. Me llaman Magic Johnson habla de racismo, de baloncesto, del afán competitivo, aunque, ante todo, del largo viaje de un hombre por aceptar su vida y asumir sus vaivenes.
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