Lo que RTVE necesita es buena almendra
Mientras se decide qué necesita RTVE, está bien que alguien tenga claro qué no necesita, pero hay que tener cuidado con estas introspecciones
Vino el director general de RTVE, José Manuel Pérez Tornero, a emular el otro día al personaje de Berlanga, el patriarca de la familia Planchadell y Calabuig, cuando se plantaba ante al gurú del marketing que iba a salvar su empresa gritándole: “Lo único que necesita el turrón es buena almendra”. Le faltó poner voz de Fernán-Gómez, pero estaba en el Congreso y no le debió de parecer oportuno el casticismo, aunque su alegato podría haber concluido: “Ni Cintoras ni C...
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Vino el director general de RTVE, José Manuel Pérez Tornero, a emular el otro día al personaje de Berlanga, el patriarca de la familia Planchadell y Calabuig, cuando se plantaba ante al gurú del marketing que iba a salvar su empresa gritándole: “Lo único que necesita el turrón es buena almendra”. Le faltó poner voz de Fernán-Gómez, pero estaba en el Congreso y no le debió de parecer oportuno el casticismo, aunque su alegato podría haber concluido: “Ni Cintoras ni Cintoros, lo que RTVE necesita es buena almendra”.
Mientras se decide qué necesita RTVE, está bien que alguien tenga claro qué no necesita, pero hay que tener cuidado con estas introspecciones: uno empieza preguntándose quién es y acaba respondiéndose “nadie” con relativa facilidad.
Yo quisiera una RTVE aburrida y profesional, de altísimas exigencias profesionales. Una RTVE que emplease a los boinas verdes del periodismo y donde quisieran trabajar los pata negra de la industria audiovisual. Una RTVE que se pareciera más a Radio Clásica que a la MTV. Una RTVE sin público, exquisita, repelente y ensimismada, ajena al ruido mundanal.
El propósito de esta RTVE no sería la audiencia, sino la doma del resto de canales privados. Sería el metro de platino, la unidad de medida de todas las teles y las radios. Cuanto más se alejasen estas de las formas aristocráticas de RTVE, más plebeyas y soeces se presentarían ante el pueblo. Habría una escala objetiva y un término de comparación que mantendría a muchos canales dentro de los límites del pudor. Nada les impediría salirse de ellos, como nada impide a un comensal eructar en una cena de gala, pero no habría coartadas para el mal gusto. Lo podrían ejercer en libertad, a la madrileña, como dice Ayuso, pero exponiéndose en la comparación con quienes mastican con la boca cerrada y piden las cosas por favor.
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