“X ya no me aporta nada”: la victoria de Trump precipita la huida de usuarios a otras redes sociales
El uso que ha hecho Elon Musk de su plataforma para favorecer al candidato republicano ha provocado el florecimiento de alternativas como Bluesky
La vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca ha sido la gota que ha colmado el vaso de muchos usuarios de X. Su dueño, Elon Musk, ha puesto la red social al servicio de la candidatura del republicano, al que también ha apoyado financieramente y como estrella invitada en varios actos. Como respuesta, medios de comunicación como The Guardian o La Vanguardia ya se han retirado de la plataforma, y lo mismo están haciendo muchos particulares.
Todavía es temprano para evaluar el efecto estampida que ha provocado la victoria de Trump, entre otras cosas porque X no aporta datos sobre movimientos en su base de usuarios. Pero todo apunta a que quien se está beneficiando de esta estampida es Bluesky, la plataforma creada por uno de los fundadores de Twitter, Jack Dorsey, que ha ganado un millón de usuarios en una semana y ya tiene 15. Está muy lejos de Threads, la alternativa de Meta (275 millones), y de la propia X (550), pero Bluesky se ha colocado como la app más descargada en EE UU. Dicen sus responsables que se registran entre 600 y 800 usuarios nuevos por minuto, la gran mayoría estadounidenses. Son cifras nunca vistas en la plataforma.
El guionista y dibujante Manuel Bartual es uno de los que están migrando a Bluesky. Su caso es representativo porque, tal y como él mismo reconoce, fue precisamente en la antigua Twitter donde cosechó hace siete años uno de sus mayores éxitos profesionales al publicar un hilo de ficción. “No he cerrado mi cuenta de X, pero ahora paso mucho más tiempo en Bluesky que ahí. Es donde veo más movimiento, donde mis contenidos generan más interacciones”, explica. Ha hecho la prueba de publicar lo mismo en las dos plataformas y las diferencias son llamativas: pese a tener más de 250.000 seguidores en X y 7.000 en Bluesky, en la segunda consigue más repercusión.
El suyo ha sido un proceso dilatado en el tiempo, más práctico que meditado. “Todos hemos visto en lo que se ha convertido X en los últimos tiempos. El entretenimiento sigue estando ahí, siempre que hagas el hack de las listas [una opción que permite ver solo los contenidos en orden cronológico publicados por las cuentas seleccionadas]. Pero el nivel de desinformación que se maneja en Twitter me preocupa especialmente”, dice. Eso ha quedado patente con la dana de Valencia: “Durante unas horas, X sí fue útil, pero en muy poco tiempo se tornó un medio para difundir mentiras y bulos”.
La abogada Paloma Llaneza, muy activa en X desde hace años, asegura que ya no forma parte de esa comunidad. “No he cerrado mi cuenta para que no me la ciberocupen, no voy a dejar mi nombre libre para que lo coja cualquiera”. En su caso, el deterioro de X en los últimos años le parecía evidente, pero el detonante para salirse ha sido la victoria de Trump. “Estar en una red social que es propiedad al 100% de un tipo absolutamente despreciable que ha apoyado a Donald Trump, que es alguien más despreciable todavía y que va a establecer en EE UU El Cuento de la criada es algo que me puedo permitir”.
Su decisión es irreversible, incluso en el improbable caso de que X pasara de repente a manos de otro dueño. “Lo de los bots indios copiando tuits de solidaridad para la dana de Valencia ha sido el colmo del sinsentido, la prueba de que la intoxicación que hay en X es tal que creo que no hay manera de recuperarla”. Su huida ha sido también hacia Bluesky, donde considera que la toxicidad está mucho más controlada y el algoritmo manda menos que los gustos del usuario a la hora de mostrarle contenidos. “Los periodistas, divulgadores y demás gente que me interesan están ya en Bluesky, así que X ya no me aporta nada”.
Llaneza ve en Bluesky lo que le gustó del primer Twitter, antes de que Musk se hiciera con la empresa y decidiera aumentar el peso de los tuits elegidos por el algoritmo frente a los de las cuentas a las que sigue el usuario. Bartual echa de menos también ese ambiente, “cuando podías hablar entre amigos y era sencillo informarte y entretenerte”.
Eso es también lo que acabó expulsando al escritor y guionista Guillermo Zapata de X, red social a la que solo entra para retuitear y hacer llamamientos para que la gente se pase a Bluesky, la plataforma que más usa ahora. “Me fui porque ya no podía leer a quien yo quería leer ni me podía leer a mí todo aquel que quisiera. Veía cosas que no me interesaban, que no elegía ver y que me crispaban”, asegura.
Zapata, que lleva meses en Bluesky, ha visto varios picos de llegadas de nuevos usuarios. Uno de esos puntos álgidos se produjo cuando Brasil ordenó el cierre de X tras negarse la plataforma a obedecer al juez que pidió el bloqueo de perfiles que incitaban al odio. Otro de esos momentos fue este verano, cuando Musk dio alas a los disturbios racistas de Reino Unido. La campaña electoral de EE UU, en la que el magnate ha convertido X en una especie de altavoz del trumpismo, también se dejó notar. El 5 de noviembre marca otro gran punto de inflexión en los nuevos registros de usuarios de Bluesky.
Cámara de eco
Una de las preguntas que sobrevuelan ante el repentino crecimiento de Bluesky es si la gente busca un efecto burbuja o cámara de eco. ¿Los usuarios que se van de X, o que sin irse, lo usan menos, buscan en otras plataformas un entorno ideológicamente afín? Es decir, ¿emigran a un entorno digital solo quienes no comulgan con los contenidos ultraderechistas que abundan en los últimos tiempos en X? ¿Está sucediendo con Bluesky lo mismo que pasó cuando Twitter expulsó a Donald Trump tras el asalto al Capitolio, momento en el que muchos se fueron a Parler o a la red social del presidente electo, Truth Social, para evitar a la turba woke?
“X se está convirtiendo en una red de nicho: ahí ya no está la fiesta de personas que no comulgan con la ideología imperante”, apunta Carmela Ríos, experta en redes sociales, periodismo móvil y desinformación. Una vez más, faltan datos para poder constatar si las fugas de usuarios tienen o no tintes ideológicos. En cualquier caso, Ríos destaca una tendencia creciente entre los jóvenes: contrariamente a los más mayores, cada vez buscan menos exposición y más privacidad en las plataformas. “Muchos se salen de las grandes plataformas, o configuran sus cuentas para no estar a la vista de todo el mundo. Por ejemplo, en Instagram abundan las cuentas privadas [las que solo pueden ser visitadas por quienes el usuario autorice]. Creo que se busca también la dimensión humana, de interacción directa, que se ha perdido con el gigantismo de las grandes plataformas”, sostiene Ríos.
“Los jóvenes no necesitan estar en un ágora pública grande, como los más mayores: se manejan bien en espacios más cerrados. Por eso creo que pueden triunfar las redes sociales que reproducen esas relaciones a escala más humana”, sigue la experta. “Bluesky se parece mucho a X, pero tiene muchas funcionalidades que permiten reducir el escaparate de tu actividad. La gente quiere hablar con su comunidad”.
X ya no es eso. Tras la campaña se entiende mejor la inversión de 44.000 millones de Musk para hacerse con Twitter, una operación que en su día pareció disparatada. Ha usado ese gran altavoz para colocar a su candidato favorito en la Casa Blanca. Y los medios estadounidenses especulan con que X se pueda fusionar ahora con Truth Social, la plataforma que abrió Donald Trump cuando le echaron de Twitter. “Musk ha pasado ahora a otra pantalla”, dice Ríos. “Parece que ahora está transformando X en una herramienta de gobernanza global, en la portavocía de una forma de gobernar y mirar el mundo. Veremos qué pasa en los próximos meses”.