Imágenes sexuales que destruyen y matan

La tecnología facilita que cualquiera pueda ser víctima o culpable de la difusión no consentida de contenidos íntimos

Concentración en Madrid convocada en mayo de 2019, tras el suicidio de Verónica, la trabajadora de Iveco.NurPhoto (Getty Images)

Verónica se quitó la vida a los 32 años. Tenía pareja, dos hijas menores de cinco años y trabajo en la fábrica de vehículos industriales de Iveco en Madrid. “Era alegre y sus relaciones con los compañeros eran normales, las habituales”, recuerdan ahora los trabajadores de una planta que hoy cuenta con 2.400 empleados. Verónica tenía una vida común, como la de cualquier persona. Ese mundo cotidiano se derrumbó en 2019, cuando comenzó a difundirse entre parte de la plantilla un vídeo grabado durante una antigu...

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Verónica se quitó la vida a los 32 años. Tenía pareja, dos hijas menores de cinco años y trabajo en la fábrica de vehículos industriales de Iveco en Madrid. “Era alegre y sus relaciones con los compañeros eran normales, las habituales”, recuerdan ahora los trabajadores de una planta que hoy cuenta con 2.400 empleados. Verónica tenía una vida común, como la de cualquier persona. Ese mundo cotidiano se derrumbó en 2019, cuando comenzó a difundirse entre parte de la plantilla un vídeo grabado durante una antigua relación y que contenía imágenes sexuales en las que aparecía. El 25 de mayo se suicidó en su casa. Es el caso conocido más grave de los ocurridos en España de redifusión no consentida de contenidos íntimos, una práctica que la tecnología permite que todos podamos ser víctimas (el 50% de los adultos comparten imágenes o textos sexuales) o culpables, porque la propagación de estos sin consentimiento es delito.

La violación de la intimidad es habitual. No existen estadísticas precisas porque no todos los casos se denuncian. Pero cuando el implicado es popular, como el caso del vídeo viralizado de una relación sexual del actor Santi Millán, conocido esta semana, vuelven a saltar las alarmas. El artista se ha limitado a destacar que ha sido víctima de un delito y ha rehusado hacer más declaraciones.

El caso que abrió los ojos a la sociedad ocurrió en 2008. Jessica Logan, una joven estadounidense de 18 años, se suicidó por el acoso sufrido tras la difusión entre sus compañeros de instituto de unas imágenes de carácter sexual que ella había enviado a su novio y este propagó sin su permiso. “Los adolescentes lo hacen como moneda de cambio, para elevar su reputación entre sus iguales, o como prueba de amor”, explica la profesora de Psicología en la Universidad de Sevilla Mónica Ojeda. La madre de Jessica promovió las primeras investigaciones sobre estas violaciones de la intimidad.

Cuatro años después se registra en España un caso similar. La exconcejal socialista de Los Yébenes (Toledo) Olvido Hormigos envía un vídeo íntimo a una persona con la que mantenía relaciones y se difunde sin su consentimiento. Hormigos consiguió superar el huracán que se generó en las redes sociales y, tras su paso por diferentes programas de televisión, ha vuelto a su pueblo donde ha trabajado de decoradora y quiere orientarse a la docencia. Desea pasar página y también ha renunciado a hacer declaraciones.

Los silencios son comprensibles. Cualquier comentario genera un repunte de las búsquedas en internet a la caza de los vídeos difundidos, no de sus consecuencias. Josep Coll, director de RepScan, una empresa especializada en reputación en la red, explica que “las crisis repuntan en esto casos, pero se pueden evitar”.

Tanto el caso de Verónica como el de Olvido Hormigos terminaron impunes en los tribunales. Los juzgados sobreseyeron los casos. El primero por “falta de autor conocido” y el segundo, porque la legislación a la que se apeló entonces solo preveía la revelación de secretos obtenidos de forma ilícita y el vídeo de la exedil fue filmado y enviado inicialmente de forma voluntaria.

‘Intimidad’

Sin embargo, socialmente siguen vivos o se reabren con cada nuevo caso similar. Tanto la experiencia de Hormigos como la de Verónica han inspirado la serie Intimidad, estrenada recientemente en Netflix y que refleja las consecuencias del delito de vulneración de la intimidad y, en concreto, de la jauría cómplice de las redes sociales, especialmente dramático en el caso de Verónica.

“Lo universal es ser vulnerable, tener miedo a que nos pierdan el respeto. Lo normal es que haya una diferencia sustanciosa entre lo que proyectamos y lo que guardamos. Lo que no es habitual es tener una autoestima inexpugnable, o haber desarrollado un estoicismo modélico, aunque ya seamos adultos y tengamos hijos, como era su caso”, explica la coautora de Intimidad Laura Sarmiento.

La creadora destaca el micromundo que le inspiró la trabajadora de Iveco, que podría ser un centro docente, y donde la vulneración de la intimidad se sobredimensiona hasta hacerse insoportable: “El contexto de la fábrica me permitía imaginar un mundo a pequeña escala, una realidad paralela donde un escándalo puede adquirir un peso tremendo. Tuvo que ser muy difícil para ella relativizar la importancia de la filtración del video. Me imagino las miradas constantes, burlonas, incluso procaces. Se dice que el contenido del video era humillante para ella. Quien lo difundió, que según parece era un trabajador de la empresa, el cual había mantenido en el pasado una relación con ella, quería hacerle todo el daño posible”.

Se lo tomaron como una broma de trazo grueso, poco más. Eso no los exculpa. La deshumanizaron y la convirtieron en el personaje de un chiste para poder divertirse a su costa. Ni se plantearon las consecuencias de hacerlo
Laura Sarmiento, coautora de 'Intimidad'

“Seguramente, los que disfrutaron pasándose el vídeo y haciendo comentarios no se imaginaban que acabaría así”, añade Sarmiento. “Se lo tomaron como una broma de trazo grueso, poco más. Eso no los exculpa. La deshumanizaron y la convirtieron en el personaje de un chiste para poder divertirse a su costa. Ni se plantearon las consecuencias de hacerlo. Más de uno, con toda seguridad, infirió del vídeo que tenía que ser alguien insensible, indigno, que por lo tanto no podía reclamar respeto. Según parece, después de la viralización del vídeo, eran constantes las visitas a su puesto, como si ella se hubiera convertido en un mono de feria. Algunos llegaban incluso a insinuarse, dando por hecho que una sexualidad expuesta implica disponibilidad absoluta, indiscriminada, un deseo ciego y enfermizo. “Se piensan que estoy de oferta”, le hice decir a la protagonista de Intimidad”.

“Me ha revuelto las tripas ver la serie y recordar aquello”, afirma ahora un compañero de Verónica que, como habitante de ese micromundo pesado y denso, prefiere que no sea identificado. “No sé por qué nos volvemos locos, por qué, en vez de borrar el vídeo, lo compartimos, nos ponemos chulos, nos crecemos y disfrutamos. No fueron todos, pero fueron los suficientes. Se crearon facciones de quienes lo rechazaban y a quienes les daba igual. La empresa no supo canalizar lo que estaba pasando. Lo que hizo fue ponerla en el turno de mañana que Verónica quería y ella misma intentó pasar página. Pero no sé en qué sociedad de mierda vivimos para que pase esto”, recuerda.

Las explicaciones son varias y complementarias. Una es que la tecnología lo hace fácil e inmediato. La otra es un mecanismo psicológico conocido como desconexión moral que permite a un individuo autoconvencerse de que los que criterios que se aplica a uno mismo no cuentan para terceros. Otra es el uso de estas imágenes para ganar relevancia en las relaciones sociales, por cotilleo. Y la más perversa, la que hace añadir comentarios vejatorios a los mensajes, es una voluntad de castigo social.

“Las personas son significativamente más propensas a revelar el secreto de otra persona si consideran que este es un comportamiento inmoral, porque satisface una necesidad emocional, tal vez inconsciente, de ver a esa persona castigada”, explica Jessica Salerno, profesora de Psicología en la facultad de Ciencias del Comportamiento Social de la Universidad de Arizona State y autora de un estudio publicado el pasado febrero.

Ley y tecnología

Ante la complejidad de evitar el delito de redifusión de contenidos íntimos, solo quedan dos vías: la legal y la tecnológica. El caso de Hormigos llevó a una reforma del Código Penal para incluir como delito la difusión, revelación o cesión de imágenes o grabaciones audiovisuales sin consentimiento. Borja Adsuara, abogado, consultor, profesor universitario y experto en derecho digital, privacidad y protección de datos, explica que la conocida como ley del “solo sí es sí”, en trámite de enmiendas en el Senado, modifica el artículo 172 al excluir el adverbio “gravemente” de casos de acoso que alteren la vida cotidiana de la víctima.

La reforma incluye un nuevo apartado que castiga con prisión o multa a quien, “sin consentimiento de su titular, utilice la imagen de una persona (…) por cualquier medio de difusión pública y ocasione a la misma una situación de acoso, hostigamiento o humillación”. “El enjambre puede hasta matar y eso se va a incluir en la ley”, explica.

El enjambre puede hasta matar y eso se va a incluir en la ley
Bora Adsuara, profesor y experto en derecho digital

Pero Adusara admite que “la buena intención de las reformas legales es difícil de aplicar porque hay un elemento intencional que hay que probar”. Añade que, además, se centra en imágenes cuando cualquier secreto es íntimo. “En España”, explica, “hay una interpretación de manga ancha porque, en teoría, no se puede entrar a saco en la intimidad de nadie sin su consentimiento, pero en los programas mal llamados del corazón se cuentan secretos de la vida de la gente que menoscaban gravemente su intimidad sin su consentimiento. Eso ha hecho mucho daño porque lo hemos normalizado”.

Y añade: “Somos una sociedad enferma, por un lado, e hipócrita por otro, porque criticamos lo que se supone que hace la mayoría de la gente. En pleno siglo XXI, todavía hay gente que piensa que el sexo es sucio. O como en el acoso, que es también un delito contra la integridad moral: no solo hay un culpable, que es el acosador, sino los que no hacemos nada o incluso les reímos las gracias”.

El otro frente es el tecnológico. El director de RepScan, quien recuerda que la reputación en la red es un derecho, no una condena, afirma: “Actualmente, con la tecnología que disponemos, es posible eliminar vídeos que atenten contra la intimidad”. “Lo que no es posible”, advierte, “es pararlo en WhatsApp o Instagram, que es una de nuestras reivindicaciones. Se escudan en el secreto de las comunicaciones, pero la libertad de comunicación está bien siempre que no infrinja los derechos de las personas”.

Josep Coll explica que su empresa no solo elimina los contenidos, sino que también consigue la desindexación, que no salga en los buscadores, y en la reputación, en eliminar las reseñas negativas falsas y que sean los contenidos positivos los que se reflejen en los resultados de las consultas. Afirma Coll que cada vez tienen más casos de acoso o de extorsión a partir de contenidos sexuales o de otra clase de intimidad. “Es un problema porque todos tenemos disponible de forma inmediata una cámara en la mano, pero hay que trabajar para que el daño sea el menor posible”, concluye.

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