Llega la hora de la verdad para las ‘apps’ de rastreo (también en España)

Alemania es por ahora el único posible caso de éxito de una solución tecnológica para contener la expansión del coronavirus con múltiples intentos fracasados

El presidente de Alemania, Frank-Walter Steinmeier, junto a su mujer, Elke Buedenbender, posan con sus móviles con la nueva app alemana de rastreo de contagios, Corona Warn, en las pantallas.SANDRA STEINS HANDOUT (EFE)

Las aplicaciones para rastrear los contagios de la covid-19 llevan semanas llenando titulares: desde el peculiar rol que han desempeñado en Asia al gran desembarco de Apple y Google para impulsar un protocolo común que permita interactuar a las ...

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Las aplicaciones para rastrear los contagios de la covid-19 llevan semanas llenando titulares: desde el peculiar rol que han desempeñado en Asia al gran desembarco de Apple y Google para impulsar un protocolo común que permita interactuar a las apps de los diferentes países. Pero su camino sigue lleno de fracasos y silencios. El desconfinamiento ya está aquí y la gran solución tecnológica no ha triunfado aún en ningún país del mundo.

Esta semana ha llegado Corona Warn, la opción alemana, con la intención de cambiar esa tendencia. “No es la primera”, dijo en la presentación Helge Braun, jefe de gabinete de la canciller, Angela Merkel, “pero estoy convencido de que es la mejor”. De momento este sábado llevaba más de 10 millones de descargas, más de un 10% de alemanes. Un mínimo de descargas es solo el primer paso para el éxito: luego hay que ver si funciona.

El optimismo alemán esta semana ha contrastado con el desastre británico: Reino Unido ha admitido que su app no funciona. Los británicos la probaron en Isla de Wight, con cierto éxito de descargas. Pero como no emplea el sistema de Apple y Google, la app no estaba siempre activa en los móviles. Sobre todo en el caso de Apple, sin su protocolo es muy difícil lograr que las señales de Bluetooth se emitan cuando se usa otra aplicación o el móvil está en reposo: funcionaba en un 75% de móviles Android pero solo en un 4% de iPhones.

La mayoría de estas apps funciona por Bluetooth. Los móviles con la app emiten cada pocos minutos un código que detectan otros dispositivos a menos de dos metros. Cuando alguien da positivo por coronavirus y lo notifica en la aplicación, los códigos que su móvil ha ido mandando se suben a un servidor. El resto de móviles con la app consultan ese servidor una vez al día. Cuando un dispositivo detecta que ha estado más de 15 minutos a menos de dos metros del móvil de un contagiado, le salta una notificación: “Has estado cerca de alguien que ha dado positivo”. Esa persona no sabe quién es, ni las autoridades sanitarias saben cuántos ni quiénes reciben esa alerta.

Esta distinción es central en el fracaso británico y en la batalla francesa contra Apple y Google. Ambos Gobiernos creyeron que el modelo descentralizado de las tecnológicas respeta demasiado la privacidad. Ellos optaron por otro modelo, en el que las autoridades sanitarias debían saber cuántos y quiénes habían estado cerca de un contagiado. Y era el Gobierno quien debía avisarles, no al revés.

La gran consecuencia de esta batalla va mucho más allá de la pandemia. ¿Quién ha ganado el combate entre Francia y Reino Unido, dos países que están en el consejo de seguridad de Naciones Unidas, y Apple y Google? Apple y Google. Un Gobierno, sin tanta urgencia como ahora, podría usar la regulación para presionar a dos corporaciones a cumplir sus leyes. Pero no es sencillo. Si Apple y Google iban a hacer un protocolo para ayudar a rastrear contactos, tenía que ser uno solo para todo el mundo: Gobiernos democráticos y autoritarios.

La privacidad debía ser por tanto la más exigente. ¿Una ley francesa o británica hubiera cambiado esa decisión? No está nada claro. ¿Se atrevería un Gobierno a empujar a las dos corporaciones a riesgo de que pudieran dejar sin servicio a sus ciudadanos? Es una escalada impensable, pero solo la opción de imaginarlo limita la capacidad de presión de un Ejecutivo.

Hay un Gobierno de un país pequeño que se ha planteado seriamente ventajas e inconvenientes de ambos modelos: Letonia. Empezó muy pronto, en abril, y su app, en el mercado desde finales de mayo, optó por Google y Apple. Pero no sin advertir y discutir con ambas compañías sobre la incapacidad de escoger, según explica a EL PAÍS Ieva Ilvesa, asesora digital de la presidencia, que ha estado en todo el proceso. “Mantuvimos un debate muy serio y agradezco a ambas compañías su predisposición, pero tuvimos que seguir sus reglas”, dice por email. “Comparto las preocupaciones de ambas compañías al construir una solución global que puede ser objeto de abuso [en países autoritarios, porque podría servir para saber con quién se relaciona cada persona]. Pero confío en el sistema democrático de mi país y si hubiera alguna desviación hay responsabilidad pública, algo que no es necesariamente igual en empresas privadas”, añade.

Apturi Covid, la app letona, lleva 70.000 descargas en un país de 1,9 millones de habitantes y esperan llegar a un 15-20% de la población. “En cierto modo, las buenas noticias van en contra de la app”, dice Ilvesa. “Durante algunos días hubo cero nuevos casos en Letonia, con lo que nuestras autoridades tienen poca experiencia en rastrear casos digitalmente y también hay menos interés por la app”, añade.

Menos de 60% ya vale

Durante estas semanas se repitió que para que la app tuviera impacto debía usarla el 60% de la población, una cifra que procede de un estudio de la Universidad de Oxford. Los autores se sienten sin embargo malinterpretados: ese porcentaje permitiría eliminar la pandemia “sin ninguna otra intervención”. Para llegar al 60% de la población, un 80% de usuarios de móviles deberían descargar la app. Son cifras extraordinarias. Pero en esa afirmación faltaba la segunda parte de la frase, dijeron los autores a la Tech Review: “Incluso con números inferiores, estimaremos aún una reducción en el número de casos de coronavirus”.

En Italia, la empresa Bending Spoons desarrolló la app Immuni que, igual que en Letonia, se hizo gratis por la iniciativa privada durante meses de trabajo. Allí el Gobierno calcula que el universo de personas con acceso a Internet y de mayores de 14 años con móvil es de unos 30 millones, la mitad de la población. Esta semana llevaban 2,7 millones de descargas, cerca de un 10% del universo posible.

Tanto Letonia como Italia han usado protocolos similares al suizo DP-3T, que es el que dice el Gobierno que empleará España en su app, que está en una fase mucho menos avanzada que las de sus vecinos. Portugal está también a la espera de fecha concreta de lanzamiento con todo a punto. Ese protocolo, que es el que utilizan Google y Apple, permitirá la interoperabilidad de la aplicación más allá de las fronteras estatales, excepto de momento con Francia, que insiste con su modelo propio y que este miércoles llevaba 1,7 millones de descargas tras dos semanas.

España no tiene app aún pero ya se ha adjudicado a Indra un contrato para desarrollarla, y deberá estar disponible para un piloto en La Gomera próximamente. EL PAÍS ha preguntado repetidamente al Gobierno cuándo se adjudicó el contrato a Indra y por cuánto valor, pero al cierre de este artículo no había obtenido respuesta. Desde Indra remiten a la Secretaría de Estado de Inteligencia Artificial como único interlocutor acerca de la app. España ha tomado un camino propio, con muchas dudas por parte de Sanidad. El Ministerio temía que la app provocara un exceso de falsos positivos ―usuarios con notificaciones de posible contagio en el móvil que colapsaran atención primaria― y nadie impulsó con claridad un proyecto propio. El ministro de Sanidad alemán, Jens Spahn, dijo por ejemplo que eso le preocupaba poco: “Prefiero testar a demasiados que a demasiado pocos”.

Tampoco está nada claro que la app española termine lanzándose: una nota del Gobierno de Canarias esta semana destacaba que todo depende del éxito del piloto. El presupuesto para la app es algo que varía mucho según el país. La cifra oficial alemana es de 20 millones y casi tres al mes para su funcionamiento, mientras que otros países han contado con la iniciativa privada o de institutos técnicos públicos casi gratuita. En España, Tecnalia e Ibermática han desarrollado además Epidig, una app a partir del protocolo suizo DP-3T, para comercializarla a grandes empresas que quieren conocer la exposición entre sus empleados.

En esta oleada de apps que pueden marcar el éxito o hundimiento definitivo del rastreo de contactos digital hay que destacar que en Estados Unidos nadie lo ve claro: en una encuesta a altos cargos de los 50 Estados, solo tres dijeron que iban a desarrollar la app con el protocolo de Apple y Google. El fracaso estrepitoso de su esfuerzo para ayudar con la pandemia es algo que las compañías deben querer evitar. Algo que sí han conseguido es que apenas haya alternativas. Noruega llevaba meses con su app por GPS y acaba de retirarla porque Amnistía dijo que era igual de intrusiva que las de Bahráin y Kuwait. Mientras, el gran modelo de estas apps, Singapur, la ha arrinconado y ha pasado directamente a probar con una pulsera.

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