Las personas LGTBIQ+ más empobrecidas sufren tres veces más la homofobia
Un estudio pionero con más de 82.000 personas de 153 países vincula la precariedad con un mayor impacto de las actitudes y políticas homófobas
¿Qué define el bienestar de las personas: la salud, el dinero, el amor, ser aceptado? En las mismas condiciones, la homofobia impacta casi tres veces más en la calidad de vida de las personas LGTBIQ+ con menos recursos (un 36,5%) que en aquellas adineradas (13,3%). Unos datos que se replican en todos los países, tanto en los que más distribuyen la riqueza, como en los más desiguales; en los más igualitarios y en los más reaccionarios. Esta es una de las conclusiones del estudio Homofobia, precariedad económica y bienestar de las personas diversas con una encuesta en 153 países publicado este martes en Nature Human Behaviour. “La riqueza amortigua el impacto de la homofobia”, apunta el trabajo.
Para estudiar la relación entre la homofobia, la precariedad económica y el bienestar subjetivo de las personas LGTBIQ+, los investigadores han contado con las respuestas de 82.324 personas del colectivo de 153 países de todo el mundo (en la denominada Encuesta global de felicidad LGTBIQ+). “El resultado proporciona una visión global, incluso en regiones que anteriormente habían sido poco estudiadas”, defienden los investigadores.
Para el trabajo han preguntado a decenas de miles de personas cómo se sienten: si prosperan (thriving, asociado a un bienestar alto); si luchan (struggling, un nivel medio); o si sufren (suffering, el escalón más bajo). La mayoría de personas LGTBIQ+ del planeta afirma que lucha (32%) o sufre (25%), mientras que un 43% considera que prospera. Además, las mujeres y las personas no binarias reportaron un bienestar significativamente inferior al de los hombres.
Cuando se va al detalle, se observan grandes diferencias regionales. En Oriente Próximo y el norte de África, solo uno de cada cuatro encuestados (26%) afirmaba estar prosperando; un 44% vivía en sufrimiento. Le sigue de cerca Asia central y el este de Europa, donde se ubican países lgtbifóbicos como Rusia, Hungría o Eslovaquia: siete de cada diez encuestados reseñaba tener un nivel de bienestar bajo (35%) o medio (36%).
En el extremo opuesto se ubica América Latina y Caribe, con la mitad de la población LGTBIQ+ definiendo su situación como de prosperidad (52%); por encima de lo que señalan los encuestados en Europa central y occidental y Norteamérica (46% en el escalón más alto). Además, la investigación constata que en Occidente la felicidad de las personas LGTBIQ+ es más baja (6,1 sobre 10) que la de las personas normativas (6,6). El trabajo está firmado por Erik Lamontagne, Vincent Leroy, Sean Howell, Sylvie Boyer, y Bruno Ventelou, investigadores de ONUsida, el CNRS francés, la Universidad de Aix-Marsella y la LGBT+ Foundation de San Francisco (EE UU).
Por su parte, en Asia Pacífico y en el África subsahariana, regiones con menos avances en derechos LGTBIQ+, las personas del colectivo afirmaron sentir mayor bienestar que la media general de su país. “Esto no significa que la vida sea objetivamente mejor para las personas LGTBIQ+ en esas zonas del mundo”, avisan los investigadores, “sino que podría estar relacionado con las expectativas”.
Una de las hipótesis que barajan es que en entornos muy hostiles hacia la diversidad se valoren más los pequeños avances, los espacios de seguridad construidos o las redes de apoyo. También hablan del denominado “efecto de comunidad”: al ser rechazados por la sociedad, se fomenta una mayor unión y sensación de pertenencia. “Sentir que formas parte de un grupo que te entiende y apoya puede generar un bienestar subjetivo muy potente, que ejerce como contrapeso a la hostilidad general”, apunta la publicación.
Los investigadores utilizan el término homofobia como “un concepto general que abarca todas las formas de estigma y discriminación basadas en la diversidad sexual y de género”, explican. “La homofobia está asociada con la negación, la desvalorización y la estigmatización de cualquier comportamiento, identidad, relación o comunidad no heterosexual”, detallan. Además, la vinculan con la imposición de la heteronormatividad; es decir, con “las estructuras y creencias que consagran las relaciones heterosexuales como la norma”.
De ahí que para analizarla hayan planteado un “enfoque socioecológico”, que considera el papel de diversos sistemas ambientales de la vida cotidiana (desde el espacio público, al lugar de trabajo, pasando por los centros sanitarios, la comunidad, la familia, la situación personal, o los avances legislativos).
Para esta investigación, han aplicado tres niveles de análisis: familiar, comunitario y estatal. En el mundo, casi la mitad de las personas LGTBIQ+ (47%) no se siente aceptada por sus familias. En Oriente Próximo y el norte de África les ocurre a tres de cada cuatro (74%). Además, el estudio ha constatado que la aceptación ―o el rechazo― familiar es un factor “absolutamente determinante” en el bienestar personal. Han medido ese impacto con un coeficiente (llamado beta), en el que 0 implica ninguna relación entre dos factores; 1 una dependencia total y positiva entre ellos; y -1 una negativa. La aceptación familiar con respecto al bienestar personal exhibe un coeficiente beta de -0,84: mucha relación con un impacto muy negativo.
En el siguiente nivel, la sociedad (el barrio, la calle…), han analizado los comportamientos homófobos. Para ello, han evaluado la hostilidad y las agresiones. En el mundo, casi seis de cada diez personas LGTBIQ+ encuestadas (59%) han sido insultadas, y un 21% ha sufrido agresiones físicas.
Sobre la familia y la sociedad se encuentra el Estado. Para analizar su afección, los investigadores han usado el “índice de clima homófobo”, que estudia el ambiente que se vive en cada país, valorando la legislación que protege al colectivo, pero también las actitudes y el discurso general. En este caso, su impacto negativo duplica al del rechazo familiar, pues es estructural y permanente. Los investigadores lo asemejan a vivir una experiencia traumática. Es decir, que la homofobia no solo tiene un impacto dañino medible, sino que es especialmente grave cuando ocurre en el nivel más íntimo, en la familia, o en el más general: la homofobia de Estado.
A todo este contexto, la investigación ha aportado una capa más: el estatus económico, para ver si el dinero puede amortiguar la homofobia. Las conclusiones apuntan que sí: en todas las regiones y países, el impacto negativo de la homofobia se reduce de manera notable cuando se cuenta con cierta seguridad económica. La investigación confirma la importancia de la interseccionalidad: cómo la interrelación de diferentes realidades (sexo, género, etnia, clase social, orientación, identidad…) puede potenciar la discriminación. En este caso, constatando que la homofobia se agrava con la precariedad económica.
El estudio lo ilustra con el impacto emocional de una agresión física. Para una persona empobrecida, un ataque homófobo le resta 0,32 puntos al bienestar autopercibido. Para una con más recursos implica 0,12 puntos menos. Lo achacan a que una mayor seguridad económica aporta herramientas para mitigar los daños. Por ejemplo, si ese ataque ha ocurrido en tu barrio, el dinero te da opciones de mudarte a otra zona. También, te permite acudir a un terapeuta para lidiar con la experiencia.
El trabajo constata que los recursos económicos personales son los que más atenúan las consecuencias de la homofobia de cualquier nivel (familiar, social o estructural). Los investigadores apuntan que, si no se consigue atajar la homofobia a nivel general, el desarrollo económico nacional o las políticas sociales no mejoran de forma significativa la vida de las personas LGTBIQ+.
Más pruebas de VIH, mayor bienestar
La investigación también ha querido reflejar el impacto del VIH en el bienestar de las personas. Aunque aquellos que conviven con virus del VIH reportaron una leve reducción de su calidad de vida; el nivel más bajo autopercibido fue declarado por aquellos que desconocían su estado serológico (un índice beta de -0,2). Es decir, que la angustia que produce la duda es más dañina que recibir un diagnóstico positivo. De ahí que los investigadores recomienden el fomento de pruebas y la lucha contra el estigma asociado al virus. Por otro lado, el trabajo confirma la evolución en forma de U del bienestar con respecto a la edad: la felicidad refleja sus máximos en la juventud y en la vejez, tocando fondo en la mediana edad. Unos datos que replican a los de la población heteronormativa.