Donar órganos tras la eutanasia: “Ya que no me van a servir, que alguien pueda disfrutar la vida que yo no voy a tener”
Impulsar la donación en personas que están en las últimas etapas de su vida es una de las nuevas estrategias de la Organización Nacional de Trasplantes para mantener a España como líder mundial
Los últimos pitidos del monitor cardíaco de Ana Segundo Urbano todavía resuenan en las cabezas de sus padres, Puri y Salvador. Hasta ese piii final que indicó que el corazón de su hija había dejado de latir tras haber recibido una eutanasia que puso fin a años de sufrim...
Los últimos pitidos del monitor cardíaco de Ana Segundo Urbano todavía resuenan en las cabezas de sus padres, Puri y Salvador. Hasta ese piii final que indicó que el corazón de su hija había dejado de latir tras haber recibido una eutanasia que puso fin a años de sufrimiento. Pero esos sonidos adquirieron un matiz distinto cuando el coordinador de trasplantes del Hospital Gregorio Marañón de Madrid les hizo llegar la carta que había recibido de la persona que ahora tenía en su pecho el corazón de Ana.
“Oímos el pitido final, pero no el que sonó cuando comenzó a latir de nuevo en otro quirófano”, relata Puri. El de la persona que a través del médico ―los donantes no pueden saber a quién van sus órganos ni viceversa― les dijo: “Tengo el corazón de vuestra hija y estoy vivo por eso”.
Desde que la ley de eutanasia entró en vigor, en 2021, han donado órganos 154 personas que recibieron ayuda para morir dignamente, lo que ha beneficiado a 442 receptores. “No es solo que beneficiamos a los pacientes”, dice Beatriz Domínguez-Gil, directora de la Organización Nacional de Trasplantes (ONT), “también es positivo para las familias [de quienes reciben la eutanasia]”.
Las donaciones de pacientes en procesos de final de vida ―como pueden ser la eutanasia o ciertos estadios de cuidados paliativos― forman parte de la estrategia 2026-2030 de la ONT, que pretenden afianzar a España como líder mundial de trasplantes, puesto en el que lleva 33 años consecutivos, con un récord de 52 donantes por millón de habitantes en 2024
Domínguez-Gil ha presentado la estrategia esta semana en el XX Encuentro entre profesionales de la comunicación y coordinadores de trasplantes, en San Lorenzo de El Escorial (Madrid). “¿Va a aumentar disponibilidad de órganos? Por supuesto, pero sobre todo tiene el objetivo de que las personas que quieren ser donantes cumplan deseo de fallecer y de donar órganos“, ha asegurado.
Era el caso de Ana, que falleció en 2023 con 27 años. Sus padres explican por videoconferencia que lo primero que hizo con 18 fue donar sangre y registrarse como donante de órganos.
Nació con espina bífida. Su vida estaba salpicada de pruebas médicas y rehabilitación, pero era “relativamente normal”. Hasta 2013. Empezó a acumularse un líquido en la zona lumbar que hacía presión. Le hicieron una operación que no acabó de solucionar el problema. “Tenía unos dolores que no conseguíamos calmar con nada. Ella se enteró de cuál podría ser su final: iba a ir perdiendo movilidad y seguramente moriría asfixiada”, relata Puri. Nos dijo: “Ya que no me van a servir, que alguien pueda disfrutar la vida que yo no voy a tener”.
“No soportaba dolor, no iba a mejorar, no podía curarse, no podía haber una segunda intervención. Ella no quería quedarse postrada en cama moviendo solo los ojos, así que pidió la eutanasia”, continúa su madre.
Tras el rechazo inicial del cirujano que la operó, los trámites fueron rápidos. El Gregorio Marañón dispuso un equipo médico que validó su intención, pasó por otro especialista que la ratificó, tal y como dispone la ley. Y finalmente fue aprobada por la Comisión de Garantía y Evaluación para la aplicación de la prestación de ayuda para morir en la Comunidad de Madrid.
El proceso fue muy duro para todos. “A cualquier padre le cuesta dejar ir a sus hijos, pero teníamos claro una cosa: no son tu propiedad. Ella era mayor de edad, era su cuerpo, su sufrimiento, por mucho que nos rompiera el corazón, teníamos claro que respetábamos su decisión”, cuenta Salvador.
Ana sabía que no quería vivir así. Se planteaba el suicidio en caso de que le denegasen la prestación pero, incluso en esos momentos, pensaba que si lo hacía sus órganos se perderían.
Gestionar el final de la vida
La donación tras la eutanasia es un buen ejemplo de cómo ha cambiado el proceso de los trasplantes desde que comenzaron a generalizarse en los años ochenta (el primero fue en 1965). José Miguel Pérez Villares, coordinador sectorial de trasplantes de Granada, explica que por aquella época todo el foco estaba puesto en el receptor; en cuántos órganos llegaban a tiempo, cuántos no. “Más tarde, en los noventa, empezamos fijarnos en las familias de los donantes, cómo a través de la solidaridad y generosidad de la donación, su duelo empieza a ser menos malo”, continúa.
En 1999 llegó la donación renal entre personas vivas. “Ahí ya no preguntamos a una familia, empezamos a interactuar con el propio donante. Y es lo que pasa ahora con la asistolia controlada, de personas con enfermedades terminales que expresan su deseo que ser donantes cuando les duerman. Se trata de darles el derecho a gestionar el final de su vida con sus propios valores”, narra Pérez Villares.
En todo este proceso, la figura del coordinador de trasplantes es clave. Ana Isabel Tur Alonso, que tiene esa responsabilidad en el Hospital de la Fe (Valencia), explica que lo primero que hay que dejar claro a los pacientes es que su decisión de recibir ayuda para morir no tiene nada que ver con la de donar órganos, y que una cosa no va a impedir ni favorecer la otra.
Personas sensatas, tranquilas
“La mayoría que se dirige a nosotros ya tiene la intención de donar. Son personas sensatas, tranquilas, estables y que tienen claro lo que quieren. Hacen muchas preguntas porque quieren saber cómo va a ser, qué van a sentir”, cuenta Tur Alonso.
En estos casos, la eutanasia no se puede realizar en casa. Tiene que prestarse en el quirófano, para poder aprovechar los órganos. Pero, de la misma forma que en su domicilio, los pacientes pueden elegir cómo quieren ser acompañados, si quieren una música. “Tenemos que ser sinceros y transparentes con lo que se puede realizar y lo que no, pero siempre con empatía. Se genera un gran vínculo con estas personas, que normalmente llevan mucho tiempo luchando por fallecer y quieren hacerlo a su manera. Nuestro reto es conseguir que sea algo cálido, acogedor, íntimo”, agrega.
Por lo general, se realizan unas pruebas para tratar de averiguar si sus órganos se podrán aprovechar. Siempre que la persona quiera se hace, por ejemplo, un análisis serológico para comprobar que no hay enfermedades infecciosas, lo cual impediría un eventual trasplante.
Una de las preocupaciones de Ana antes de fallecer era, precisamente, que sus órganos no sirvieran, dice su padre: “Tenía miedo a que toda la medicación que había tomado los hubiera dañado. Sobre todo el hígado, porque los fármacos eran muy intensos. Hasta el último momento tuvo en la cabeza dos cosas: ‘Me voy a morir’ y ‘quiero que los órganos ayuden a la mayor cantidad de gente”.
Cuentan que se fue despidiendo de todos con paz y naturalidad, manteniendo su carácter “alegre, expansivo, con mucho humor negro”. Cuando llegó el día acordado, se despidió de las gatas, se fueron al hospital y estuvieron juntos los tres hasta el último momento. Desde entonces, muchos de los amigos y familiares han decidido ser también donantes de órganos.