León XIV dedica su primer documento a los pobres: “Vemos crecer élites de ricos que viven en una burbuja”
El Papa publica una exhortación apostólica en continuidad con Francisco para poner a débiles y marginados en el centro de la Iglesia, sin “esperar que las fuerzas invisibles del mercado resuelvan todo”
León XIV sigue la estela de Francisco y, si había alguna duda, este jueves ha publicado su primera exhortación apostólica, segundo tipo de documento pontificio en importancia tras la encíclica, firmada el 4 de octubre, día de San Francisco, y que completa un texto que había dejado a medias su predecesor. Lleva por título Dilexi te (Te he amado), “sobre el amor a los pobres” y es una reflexión de 28 páginas sobre cómo los débiles y marginados deben ser el centro de la misión de la Iglesia, porque según argumenta, siempre lo han sido.
De hecho, el Papa dedica la mayor parte del texto a recorrer la historia cristiana, con una enorme profusión de citas, desde el Evangelio a los últimos papas, pasando por santos y padres de la Iglesia, casi como si fuera necesario demostrar empíricamente a los escépticos, dentro de la Iglesia, algo que se hubiera olvidado. “Muchas veces me pregunto por qué, aun cuando las Sagradas Escrituras son tan precisas a propósito de los pobres, muchos continúan pensando que pueden excluir a los pobres de sus atenciones”, señala.
Entre medias, Robert Prevost deja caer frases de denuncia de un mundo donde crecen las desigualdades: “Es un mundo donde los pobres son cada vez más numerosos, paradójicamente, también vemos crecer algunas élites de ricos, que viven en una burbuja muy confortable y lujosa, casi en otro mundo respecto a la gente común. Eso significa que todavía persiste —a veces bien enmascarada— una cultura que descarta a los demás”.
El Papa también alerta, sin ser explícito y entrar en detalles, contra la distorsión del mensaje cristiano en clave de capitalismo salvaje y populismo excluyente: “También los cristianos, en muchas ocasiones, se dejan contagiar por actitudes marcadas por ideologías mundanas o por posicionamientos políticos y económicos que llevan a injustas generalizaciones y a conclusiones engañosas. El hecho de que el ejercicio de la caridad resulte despreciado o ridiculizado, como si se tratase de la fijación de algunos y no del núcleo incandescente de la misión eclesial”.
Todo ello, el Papa lo enmarca en “una visión de la existencia basada en la acumulación de la riqueza y del éxito social a toda costa, que se ha de conseguir también en detrimento de los demás y beneficiándose de ideales sociales y sistemas políticos y económicos injustos, que favorecen a los más fuertes”. Habla con contundencia del actual sistema económico como de “estructuras de pecado que causan pobreza y desigualdades extremas”. Critica la “falsa visión de la meritocracia en la que parecería que sólo tienen méritos aquellos que han tenido éxito en la vida”. Y también el pensar que los pobres lo son “por elección”: “Todavía hay algunos que se atreven a afirmarlo, mostrando ceguera y crueldad”.
Contra estos planteamientos, el Papa señala que “el cristiano no puede considerar a los pobres solo como un problema social; estos son una ‘cuestión familiar’, son ‘de los nuestros”. Y tampoco puede consolarse con “teorías que intentan justificar el estado actual de las cosas, o explicar que la racionalidad económica nos exige que esperemos a que las fuerzas invisibles del mercado resuelvan todo”. “La dignidad de cada persona humana debe ser respetada ahora, no mañana”, concluye.
Es más, el Papa llama a la movilización activa de los católicos en defensa de los desfavorecidos: “A veces se percibe en algunos movimientos o grupos cristianos la carencia o incluso la ausencia del compromiso por el bien común de la sociedad y, en particular, por la defensa y la promoción de los más débiles y desfavorecidos. A este respecto, es necesario recordar que la religión, especialmente la cristiana, no puede limitarse al ámbito privado, como si los fieles no tuvieran que preocuparse también de los problemas relativos a la sociedad civil”. Por eso pide a todos los creyentes “hacer oír, de diferentes maneras, una voz que despierte, que denuncie y que se exponga, aun a costa de parecer ‘estúpidos’”. “Las estructuras de injusticia deben ser reconocidas y destruidas con la fuerza del bien, a través de un cambio de mentalidad”, apunta.
Prevost, estadounidense y peruano, no dice nada que no hubiera dicho ya Francisco, y el documento está repleto de citas suyas, pero lo relevante es eso, que lo suscriba y continúe su discurso. Debe recordarse que el cónclave fue un duro choque entre partidarios del papa argentino y sus adversarios más conservadores, que consideraban que había ido demasiado lejos haciendo el revolucionario. Por esa razón este documento parece interno, dirigido a los fieles y a la jerarquía. Por un lado, como una suerte de defensa de un papa incomprendido por el sector más tradicional, pues viene a decir que la doctrina más social y política de Bergoglio está perfectamente en sintonía con la historia de la Iglesia. Y por otro lado, con el deseo de poner paz en las guerras internas poniendo como punto común de encuentro el mensaje cristiano más esencial.
El pontífice explica que hoy la pobreza tiene muchos rostros: “Aquella de los que no tienen medios de sustento material, la pobreza del que está marginado socialmente y no tiene instrumentos para dar voz a su dignidad y a sus capacidades, la pobreza moral y espiritual, la pobreza cultural, la del que se encuentra en una condición de debilidad o fragilidad personal o social, la pobreza del que no tiene derechos, ni espacio, ni libertad”.
A diferencia del estilo de Francisco, León XIV es mucho menos político en su lenguaje, no es tan directo y explícito. Hay frases claras, pero insertadas en digresiones espirituales, porque da la impresión de que no busca la polémica y la acusación, sino la persuasión. Es más, en realidad cuesta identificar la voz propia y reconocible de Prevost en un texto que es un cúmulo de referencias de frases entrecomilladas que han dicho otros: casi hay más citas que texto original (130 notas para 121 parágrafos). En buena parte puede deberse a que es un documento heredado de su antecesor: “Habiendo recibido como herencia este proyecto, me alegra hacerlo mío —añadiendo algunas reflexiones— y proponerlo al comienzo de mi pontificado”.
Ahora bien, esas reflexiones de Prevost saltan a la vista y su voz se oye perfectamente, apuntan líneas claras. Por ejemplo, sobre la inmigración: “La Iglesia, como madre, camina con los que caminan. Donde el mundo ve una amenaza, ella ve hijos; donde se levantan muros, ella construye puentes. Sabe que el anuncio del Evangelio sólo es creíble cuando se traduce en gestos de cercanía y de acogida; y que en cada migrante rechazado, es Cristo mismo quien llama a las puertas de la comunidad”.
También se ve bien lo que piensa sobre un cierto tipo de creyente o visión cristiana: “A veces se asumen criterios pseudocientíficos para decir que la libertad de mercado traerá espontáneamente la solución al problema de la pobreza. O incluso, se opta por una pastoral de las llamadas élites, argumentando que, en vez de perder el tiempo con los pobres, es mejor ocuparse de los ricos, de los poderosos y de los profesionales, para que, por medio de ellos, se puedan alcanzar soluciones más eficaces. Es fácil percibir la mundanidad que se esconde detrás de estas opiniones; estas nos llevan a observar la realidad con criterios superficiales y desprovistos de cualquier luz sobrenatural, prefiriendo círculos sociales que nos tranquilizan o buscando privilegios que nos acomodan”.
León XIV hace hincapié en no vivir “como si los pobres no existieran”, hasta en el detalle más pequeño, la limosna, que “invita al menos a detenerse y a mirar al pobre a la cara, a tocarle y compartir con él algo de lo propio”. “Hay que alimentar el amor y las convicciones más profundas, y eso se hace con gestos. Permanecer en el mundo de las ideas y las discusiones, sin gestos personales, asiduos y sinceros, sería la perdición de nuestros sueños más preciados”, advierte.
Prevost, misionero durante muchos años en Perú, termina reivindicando la opción preferencial por los pobres, tan presente en Latinoamérica con la teología de la liberación, y culmina citando el Concilio Vaticano II, faro doctrinal de la Iglesia católica en la era contemporánea. Transcribe con toda intención algunos fragmentos de la constitución pastoral Gaudium et spes, de 1965: “Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos (…) Quien se halla en situación de necesidad extrema tiene derecho a tomar de la riqueza ajena lo necesario para sí. (…) La misma propiedad privada tiene también, por su misma naturaleza, una índole social, cuyo fundamento reside en el destino común de los bienes. Cuando esta índole social es descuidada, la propiedad muchas veces se convierte en ocasión de ambiciones y graves desórdenes”. Cosas que hoy pueden parecer subversivas y que León XIV suscribe.