El calor no solo mata de día: las noches tropicales elevan la mortalidad
Dos investigaciones del Instituto de Salud Carlos III y el CSIC revelan el impacto negativo de las altas temperaturas nocturnas en la salud y apuntan a la necesidad de extender los planes de prevención
El verano de 2003 fue trágico en Europa. Una ola de calor extremo en la primera quincena de agosto causó entonces 70.000 muertes en el continente —6.500 de ellas en España— y dejó en evidencia la falta de preparación de los países para hacer frente al riesgo que las elevadas temperaturas suponen para la población. Transcurridos 22 años, algunas cosas han cambiado a mejor. Los gobiernos se han dotado de sistemas de monitorización, como el MoMo en España, que permiten estimar con mayor precisión los incrementos de mortalidad atribuibles al calor, lo que a su vez hace posible tomar medidas —alertas a la población, planes de prevención, coordinación de servicios...— para prevenirlos. Los datos del MoMo son en todo caso una estimación indirecta, que se suele quedar corta frente a estudios más minuciosos.
Sendos trabajos desarrollados por dos de los mayores centros de investigación españoles —el Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)— aportan ahora más luz a uno de los aspectos que siguen siendo menos conocidos de la relación entre altas temperaturas y mortalidad: el papel de las llamadas noches tropicales, en las que el termómetro se resiste a descender por debajo de los 20 grados.
El primero es un avance de una investigación presentada este miércoles en el congreso de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE), que se celebra en Las Palmas de Gran Canaria. “Hemos observado por primera vez que las noches tropicales tienen un efecto destacable sobre el incremento de la mortalidad. Y que existe una interacción entre las temperaturas máximas diurnas elevadas y las noches calurosas, es decir, que si los dos fenómenos suceden en el mismo día ―lo que ocurre a menudo―, el incremento conjunto es mayor que la suma de los dos por separado en días distintos”, explica Inmaculada León, técnico superior del ISCIII y una de las responsables del MoMo.
Aunque la investigación, aún en marcha y pendiente de publicar, no ofrece por ahora porcentajes concretos, los autores destacan la relevancia del hallazgo porque introduce una nueva variable a tener en cuenta en las estimaciones del MoMo, una herramienta clave para medir el impacto de la calor en la salud de la población. Y apunta a la necesidad de cambiar de paradigma y extender también a la noche las medidas de prevención que ya se aplican frente al calor durante las horas diurnas de máximo calor.
Pello Latasa, vicepresidente de la SEE, destaca la importancia de la investigación y del hecho de que se presenten sus conclusiones en reuniones científicas. “Este trabajo aporta evidencias que deben permitir mejorar la respuesta del Ministerio de Sanidad y las comunidades autónomas a las temperaturas extremas. La investigación es fundamental, pero también es clave que se traduzca en acciones concretas que trasladen el conocimiento generado en la mejora de los planes de prevención y las prácticas de salud pública”, afirma.
El segundo trabajo es un estudio internacional liderado por el CSIC en el que han participado 40 instituciones —tres de ellas españolas— que ha analizado el efecto de las altas temperaturas nocturnas sobre la mortalidad en 178 ciudades de 44 países (42 son capitales de provincia españolas, con datos de 1990 a 2018).
Dominic Royé, investigador Ramón y Cajal y primer autor del estudio, destaca que el trabajo ha analizado 14 millones de muertes y, teniendo en cuenta dos variables —el exceso de calor nocturno en grados centígrados y la duración de estas elevadas temperaturas mínimas—, ha observado que “las noches calurosas están asociadas con un aumento de la mortalidad de hasta el 3% [de media] con un efecto independiente del calor diurno, lo que exigiría medidas específicas de prevención ”.
Entre las ciudades españolas incluidas, Granada es la más afectada. En ella, el 3,6% de todas las muertes ocurridas durante las noches calurosas serían atribuibles a las elevadas temperaturas. Le siguen Madrid (3,5%), Córdoba (3,4%), Badajoz (3,2%) y Ciudad Real (3%). Fuera de España, los mayores porcentajes han sido observados en Nicosia (Chipre, 7,6%), Cagliari (Italia, 6,7%) y Jerusalén (Israel, 5,9%).
José Augusto García Navarro, presidente de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG) hasta el pasado mes de junio, explica la vulnerabilidad de grupos de población como las personas mayores: “El organismo en estas edades regula de forma menos eficiente los mecanismos de defensa frente al calor. La persona mayor tiende a beber menos porque siente menos sed, lo que se une a una mayor prevalencia de enfermedades crónicas, cardiovasculares, pulmonares, metabólicas y relacionadas con la demencia”.
Estos procesos, comunes durante todo el día, se agravan con las elevadas temperaturas nocturnas porque “no dejan descansar bien e impiden que la persona se restablezca del estrés que ha sufrido durante el día a causa del calor, lo que tiene un efecto acumulativo que lleva a la descompensación del paciente”. En opinión de este experto, los nuevos estudios “aportan una evidencia de gran relevancia que, de confirmarse por otras investigaciones en marcha, deberán ser tenidos en cuenta en las medidas de prevención, ya que hasta ahora se consideraba que la noche era un momento de recuperación del calor sufrido durante el día”.
Pello Latasa pone el foco en la relevancia de los llamados determinantes sociales de la salud —las condiciones sociales, económicas y físicas en las que una persona nace y vive— en todo lo relacionado con el calor. “Las condiciones de la vivienda, por ejemplo, adquieren una relevancia crucial. No es lo mismo pasar las noches en un hogar amplio, construido con materiales modernos, con fachadas ventiladas y equipado con aire condicionado, en el que la exposición al calor extremo va a ser mínima, que en otro en condiciones precarias. La exposición a altas temperaturas durante días y noches sucesivas va a ser en estos casos mucho más intensa y estos trabajos muestran las consecuencias devastadoras que tienen en términos de salud”.
El físico Julio Díaz, investigador del Instituto de Salud Carlos III, ha sido uno de los impulsores de los cambios adoptados en España para mitigar la mortalidad asociada a las elevadas temperaturas durante las dos últimas décadas. “Tras la ola de calor de 2003, se hizo evidente la necesidad de desarrollar planes y medidas de prevención para evitar que se repitieran incrementos de la mortalidad como el registrado ese año”, recuerda.
Desde entonces, el sistema se ha ido perfeccionando hasta el establecimiento, el año pasado, de umbrales diferenciados para las 182 zonas climáticas en las que ha sido dividida España. En cada una de ellas, cuando se superan las temperaturas a partir de las cuales los datos históricos muestran que aumenta la mortalidad, se lanzan avisos a la población y se adoptan medidas de prevención. Esto se ha hecho hasta ahora, explica Díaz, basándose en las temperaturas máximas diurnas porque “la evidencia científica muestra que este es el mejor indicador”, aunque en un futuro ve necesario seguir avanzando y “tener en cuenta todas las variables que influyen en la mortalidad, como pueden ser, entre otras, las temperaturas nocturnas y la contaminación”.
Díaz destaca las mejoras logradas con el sistema y las medidas adoptadas hasta la fecha. “Este año ha sido el más caluroso desde que existe registros. Sin embargo, la mortalidad atribuible al calor estimada por el MoMo, de 3.649 fallecimientos, es notablemente inferior a la del segundo año con temperaturas más elevadas, que fue 2022 y en el que hubo 4.654. Es decir, se ha producido un descenso del 21%”, concluye.