Un obispo peruano revela que fue víctima de abusos en el Sodalicio y acusa a altos cargos del Vaticano de encubrirlos

Kay Schmalhausen publica un testimonio demoledor que describe el grupo religioso como una secta y afirma que la Curia ignoró sus denuncias. El Papa apunta a la disolución de la organización y apoya a los periodistas que destaparon el caso

El papa Francisco, con tres periodistas que han destapado los abusos en el Sodalicio, los peruanos Pedro Salinas y Paola Ugaz y, a la derecha, la estadounidense Elise Ann Allen, en la recepción que les concedió el pasado 9 de diciembre.Paola Ugaz (Paola Ugaz/EFE)

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El escándalo del Sodalicio, grupo religioso ultraconservador de Perú con rasgos de secta y presente en otros países, suma un nuevo episodio en los abusos que salen a la luz desde hace años y que son investigados por el Vaticano. Tras la expulsión este año de su fundador carismático, Luis Fernando Figari, y doce responsables, y las medidas contra su imperio económico, todo apunta a que el Papa se inclina hacia su disolución. Lo que ha estallado ahora es una bomba desde dentro: quien ha hablado es el peruano Kay Schmalhausen, de 60 años, obispo de Ayaviri hasta 2021 y miembro durante 40 años de la organización, que abandonó en 2018. En un artículo demoledor narra años de abusos, describe el grupo como una secta peligrosa y, sobre todo, acusa con nombres y apellidos a altos cargos de la Curia del Vaticano de no haber hecho nada tras su denuncia. Y eso que se trataba de un obispo. Y no fue hace muchos años, sino entre 2015 y 2016.

Schmalhausen señala, en un texto publicado por Religión Digital, al cardenal Sean O’Malley que es un símbolo de la lucha contra la pederastia en EE UU y presidente de la Comisión Pontificia de Tutela de Menores; al secretario de Estado, el número dos del Vaticano, el cardenal Pietro Parolin; y al franciscano español José Rodríguez Carballo, arzobispo desde hace un año de Mérida-Badajoz, que en Roma fue secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada entre 2013 y 2023. El prelado peruano asegura que con Rodríguez Carballo sufrió “una denigración como pocas he padecido”.

Rodríguez Carballo, contactado por este diario, ha replicado a través de una portavoz de la diócesis extremeña que “no recuerda el caso” y asegura que “no conoce personalmente” a Schmalhausen. Precisa que, según sus recuerdos, el Vaticano nombró a un comisario, el mexicano Guillermo Rodríguez, para que investigara los abusos, y también encargó al cardenal estadounidense Joseph William Tobin que indagara en las cuestiones económicas, que eran “los asuntos más espinosos”.

La organización ha admitido ya 67 víctimas de abusos, pero no ha reconocido otras muchas, que se estiman al menos en un centenar. En cuanto a su entramado empresarial, el Vaticano ha actuado porque las prácticas de la organización, según declaró, “ponen en peligro la sana cooperación que regula las relaciones entre la Iglesia y el Estado peruano”, dado que el Sodalicio se aprovechó del concordato de 1980 entre los dos Estados para hacer crecer su imperio económico sin pagar impuestos. El actual arzobispo de Lima, el cardenal Carlos Castillo Mattasoglio, pidió la disolución del Sodalicio en un artículo publicado en EL PAÍS en octubre.

Fernando Figari, fundador del Sodalicio.ÁLVARO PADILLA BENGOA

Schmalhausen narra la misma experiencia de muchas víctimas: solo ha encontrado frialdad, las denuncias en su país no han servido para nada y cuando ha acudido al Vaticano, también allí se han empantanado. También acusa a la Conferencia Episcopal peruana: “Hemos fallado gravemente en nuestra actuación”. En cambio, defiende el “trabajo impecable” de los enviados del Papa a Perú a investigar el Sodalicio, el español Jordi Bertomeu y el maltés Charles J. Scicluna, que estos meses han sido objetivo de una campaña de desprestigio mediático y judicial en Perú. Como la que sufren, desde hace años, los periodistas que destaparon el escándalo, Paola Ugaz y Pedro Salinas, entre otros.

El prelado peruano entró en 1980, con 14 años, en el Sodalicio de Vida Cristiana, fundado en 1971 por el laico Luis Fernando Figari, inspirado en la Falange española y muy extendido en las clases altas de Perú. Afirma que sufrió desde el principio “abusos, maltratos, humillaciones, burlas e insultos”, que duraron hasta los 25 años. Abusos, subraya, “para la mayoría de las personas, inimaginables”. “Lo que quiero decir es que, en el rango de los abusos de los que se acusa al Sodalicio, no quedé libre de ninguno”, concluye.

El Vaticano, en sus últimos comunicados, ha hablado de abusos sexuales, métodos sectarios, abuso físico, incluso con sadismo y violencia, “abuso en el ejercicio del apostolado del periodismo (difamación)”, y abuso de autoridad, con episodios de hackeo de comunicaciones. Schmalhausen define el Sodalicio y a los sodálites, como se conoce a sus miembros, como una “comunidad sectaria”, “un sistema pernicioso de manipulación y control”, “una burbuja”, un “mundo paralelo, de manufactura ideológica y sectaria”. “Con el abuso convertido en sistema, con una cultura interna tóxica, con comportamientos mafiosos, siempre actuando en la sombra”, acusa.

El cardenal estadounidense Sean Patrick O'Malley, presidente de la Comisión Pontificia para la Protección de Menores, el pasado mes de octubre en una rueda de prensa en el Vaticano. Guglielmo Mangiapane (REUTERS)

Pero la principal denuncia de Schmalhausen es contra el sistema que ha protegido durante años a la organización, después de que comenzaran a surgir las primeras acusaciones en 2000 y, sobre todo, a raíz del libro Mitad monjes, mitad soldados, de Paola Ugaz y Pedro Salinas, publicado en 2015. Los dos reporteros fueron recibidos la semana pasada por el Papa, que les mostró su apoyo y les aseguró que llegará hasta el final en esta investigación. “Esto va a acabar y va a acabar bien”, les dijo, según informaron Ugaz y Salinas tras el encuentro.

Este obispo peruano relata que denunció a Figari por abuso sexual en 2013, y para entonces otro alto cargo a quien acusa, Germán Doig, ya había fallecido. “Por supuesto, la investigación del Sodalicio, en manos de Sandro Moroni y su consejo superior, quedó en nada”. Entonces decidió acudir a Roma, entre 2015 y 2016, verbalmente y por escrito. “Me entrevisté con el secretario de Estado, Pietro Parolin: silencio romano. Llevé mi denuncia personalmente a la entonces Congregación para la Vida Religiosa, otro esfuerzo en vano”, relata, con su acusación a Rodríguez Carballo. “Un año después, él mismo me pidió que le enviara mi denuncia por correo electrónico. No sirvió de nada. Advertí, asimismo, con un largo informe escrito, al cardenal Sean O’Malley, cabeza de la Comisión de Prevención de Abuso a Menores: silencio bostoniano”. A eso se añadieron en Perú, sostiene, campañas de difamación en el Sodalicio y también entre los obispos de la Conferencia Episcopal. Se fue quedando solo.

El clérigo latinoamericano concluye que “toda puerta tocada se convirtió para mí, a pesar de ser un obispo de la Iglesia, en puerta cerrada y sellada”. Aclara que no menciona los nombres de estos altos cargos vaticanos por ánimo de venganza, sino el deseo de que “esta cultura eclesiástica enfermiza de ‘no se dice, no se sabe’, tenga en algún momento un punto final”.

“Me di cuenta de la dimensión sistémica del encubrimiento en la Iglesia”

Schmalhausen cita también sus recuerdos de la visita del Papa a Perú en 2018, “las miradas y gestos evasivos a mi saludo de los dos cardenales Parolin y O’Malley, parte de la comitiva pontificia”. “La indiferencia y frialdad fueron absolutas. Quedé devastado. Entonces me di cuenta de dos cosas: de la dimensión institucional ―sistémica― del encubrimiento en la Iglesia y de que probablemente mi ministerio episcopal estaba llegando a su final”. Efectivamente, relata que en 2021 el nuncio en Perú, Nicola Girasoli, le pidió su renuncia “por teléfono y a gritos”. “Bastó una simple carta y una excusa de corte diplomático: ‘Mons. Kay debía atender a su madre muy anciana’”.

Este exsodálite también da testimonio de las actividades económicas irregulares del Sodalicio, que lo han convertido en un influyente imperio empresarial. Lo describe como “un pulpo con tentáculos en todos los ámbitos de poder: eclesiásticos, financieros y civiles”. “Si hablamos de los posibles mil millones de dólares en cuentas offshore y a nombre de testaferros (da pena decirlo de una institución religiosa), el dinero significa poder, y el poder es capaz de comprar conciencias y decisiones sobre personas e instituciones”. Asegura haber conocido de primera mano su modo de hacer negocios: “Los vi coordinar y organizar a escondidas, con absoluta impunidad, decisiones y acciones delictivas”.

Schmalhausen concluye con una llamada de atención a toda la Iglesia: “Los tiempos han cambiado. Mientras como pastores de la Iglesia no entendamos que nuestra actuación no debería circunscribirse a meros trámites burocráticos ni mucho menos estar motivada por intereses, banderías y agendas de uno u otro tipo, será difícil que demos la talla a los desafíos de la Iglesia en el Perú y el mundo. Son tiempos en que prácticamente todo se llega a saber. La impunidad y omertá en la Iglesia, hoy por hoy, parece no resistir por mucho tiempo”.

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