Hijos “excelentes”, padres entregados: todo parecía perfecto antes del crimen de Castro Urdiales
La investigación del matricidio ahonda en las acusaciones de maltrato por parte del hermano mayor, mientras que entre los allegados se extiende un manto de protección hacia una familia que vive una pesadilla
Un coche de la policía municipal se para frente a una fila de adosados de una anodina urbanización de Castro Urdiales (Cantabria). Al poco, las luces azules se multiplican. Los agentes se mueven entre un garaje y una de las viviendas, la que lleva el número tres. Desde ese punto, se organiza un despliegue para buscar a dos niños que tienen que estar en algún punto del pueblo. Se ordena montar un operativo en todas las salidas. Una mujer ha sido hallada muerta y maniatada en el asiento trasero de su coche, que está estampado contra el muro de su plaza de garaje. Se llamaba Silvia, tenía 48 años...
Un coche de la policía municipal se para frente a una fila de adosados de una anodina urbanización de Castro Urdiales (Cantabria). Al poco, las luces azules se multiplican. Los agentes se mueven entre un garaje y una de las viviendas, la que lleva el número tres. Desde ese punto, se organiza un despliegue para buscar a dos niños que tienen que estar en algún punto del pueblo. Se ordena montar un operativo en todas las salidas. Una mujer ha sido hallada muerta y maniatada en el asiento trasero de su coche, que está estampado contra el muro de su plaza de garaje. Se llamaba Silvia, tenía 48 años y los agentes pronto confirmarán lo que en ese momento temen, que son sus propios hijos los que la han matado.
Se desatan entonces cinco horas frenéticas hasta dar con el paradero de los menores, de 13 y 15 años. Es la abuela materna de los niños la que acaba dando la idea de buscarlos en un parque a unos 20 minutos de su casa con un acantilado que da al Cantábrico. Allí los encuentran, a las dos de la madrugada, metidos en un búnker, resguardados del frío y el viento. Empieza el enigma: ¿Cómo han sido capaces de algo así dos adolescentes? Hasta el miércoles, la familia de Silvia, Javi y sus dos hijos era una más, casi idílica. Ella, celadora; él, trabajador de una fábrica; los hijos, estudiantes “excelentes”, según declaró la alcaldesa del municipio cántabro. Vivían en una urbanización llamada Paraíso, pero esa una tarde se convirtió en un infierno.
La iglesia a la que la familia iba con regularidad, en el centro de Castro Urdiales (32.000 habitantes), continúa con su rutina de misas a primera hora de la mañana y última de la tarde. Un pequeño templete decorado con un llamativo mural en el que Jesucristo aparece rodeado de pescadores, como muestra de la personalidad costera de esta localidad limítrofe con el País Vasco. “En estos tiempos hace falta unión, como hemos visto estos días”, desliza el cura en su homilía, tal vez en referencia a la agitación que ha vivido la tranquila localidad desde que se produjo el crimen.
En los bares, la gente interrumpe sus conversaciones cuando las noticias hablan del asesinato. En uno de ellos, una mujer llora cuando ve la imagen de Silvia en pantalla. La conocía. No quiere hablar de ello, el dolor y la perplejidad son, todavía, demasiado abrumadores. El matrimonio era oriundo de Bizkaia, donde ambos trabajaban, pero habían escogido la localidad cántabra desde hacía años, como hacen muchos vascos, en busca del acceso a la vivienda más económico que ofrece la zona. Hace 10 años adoptaron a sus hijos J. y E., nacidos en Rusia. Eran hermanos y no quisieron separarlos.
El colegio de los niños, concertado y religioso, se encuentra en una urbanización en la parte alta de Castro Urdiales. A las ocho de la mañana del día siguiente del estallido de la noticia, los coches van desfilando para dejar a los pequeños en la escuela. Entran escalonadamente, primero los de los cursos inferiores y después los de secundaria, donde estudiaban los hijos de Silvia. Este viernes deberían haber celebrado la fiesta de carnaval, pero los festejos han quedado suspendidos. “Una profesora les dijo que no se iba a celebrar porque la mamá de unos compañeros había fallecido”, apunta la madre de una alumna, que ahora, cuenta, trata de buscar las respuestas a todas las preguntas que ella le hace sobre lo ocurrido. “El primer día, había un silencio total cuando esperábamos la salida de los niños”, recuerda esta mujer. La semana que viene es festiva, también por las celebraciones del carnaval, que el Ayuntamiento suspendió en cuando se supo la noticia. “Les va a venir bien para desconectar y digerir lo sucedido a los niños”, reflexiona esta madre.
Los únicos que saben cómo era la intimidad de la familia son sus propios integrantes, el resto solo pueden ayudar a componer el retrato y en eso se vuelcan ahora las pesquisas. El hijo mayor, de 15 años, y el único que puede responder penalmente por este homicidio, ha destapado un relato de maltrato, insultos y aislamiento. Así ha justificado el ataque de furia que desencadenó el crimen. Según su versión, esa tarde su madre enfureció por sus notas en una asignatura. En su declaración ante la fiscalía de menores apuntó algunos detalles que han dado pie a que la investigación se abra en otras direcciones. El adolescente aseguró que había hablado de esta situación en el colegio, que sus amigos vieron los hematomas y que los vecinos los oían gritar. Todo esto deberá ser comprobado.
El entorno familiar y los allegados lo niegan. Entre sus conocidos más o menos cercanos se ha creado una burbuja de protección en torno a una familia que se ha visto envuelta en una pesadilla. “Era una mujer sonriente y discreta, he hecho con ella varias excursiones con la parroquia, siempre iban los cuatro juntos, es todo un drama imposible de explicar”, cuenta Celia, una compañera de catequesis que la conocía desde hace un par de años. “Era excelente y generosa, no faltaban a misa ni un domingo”, señala Marian, otra miembro del mismo grupo. “Lo que se está diciendo hace mucho daño y lo que ha contado él [el hijo mayor ante la fiscalía] no es así”, zanja una amiga de Silvia entre lágrimas, que prefiere no decir su nombre. “La familia está machacada”, sentencia el párroco de la iglesia a la que acudía el matrimonio con sus hijos antes de decir que no va a hablar más del tema. “Los abuelos se desvivían por esos niños”, apunta un vecino de la urbanización como único apunte.
Los hechos están más o menos claros, las pruebas recabadas durante casi dos días en la escena del crimen coinciden con el relato del mayor de los hijos, de 15 años, el único que es imputable. Ahora, los investigadores tratan de rellenar los huecos de ese relato. El miércoles por la tarde, la mujer se encuentra con los dos niños en casa y es agredida con un cuchillo. El hijo mayor asegura que su madre le pega durante una fuerte bronca y que él reacciona. Según su versión, su hermano pequeño solo lo ayuda en el ataque. Después bajan el cuerpo al coche, que está en el garaje. Uno de los porqués que quedan por responder es el motivo de que desnudaran y maniataran a la madre antes de dejarla en el asiento de atrás. Tiran toda la ropa al contenedor que hay en la calle. Los chicos arrancan el coche, pero ninguno sabe conducir, por lo que se empotran contra el muro del garaje y deciden huir a pie. Llevan una mochila con algo de ropa, un poco de dinero y el móvil de Silvia.
A las ocho menos 10 de la tarde van a merendar a una pastelería que hay al lado de la parroquia a la que acudían cada domingo con sus padres. La dependienta, Alicia, lo recuerda bien porque faltaban 10 minutos para el cierre. “Te lo tengo que poner para llevar, chiqui”, le dijo al hermano mayor. Pidieron un colacao, un capuchino y dos palmeras de coco. Como solo le quedaba una de ese tipo, les dio otra que era mitad de coco y mitad de chocolate. Y salieron del establecimiento. El teléfono de la madre no dejaba de sonar. Era su abuela, cuya casa no está lejos de la suya. Ellos se lo cogen y le dicen que le ha pasado algo a su madre y que están secuestrados. Los abuelos alertan al padre y a la Guardia Civil, que acude a la casa sobre las nueve de la noche, y los agentes descubren el cuerpo de Silvia. Comienza entonces una búsqueda de los niños que se prolonga cinco horas. Es la propia abuela la que conduce de madrugada a los agentes a un parque con vistas al mar al que ella había llevado antes a sus nietos. Habían escogido otro lugar que les resultaba familiar para refugiarse.
Por la experiencia de casos anteriores, aunque se logre llegar al motivo que desencadenó la furia homicida, esto no llega a satisfacer la búsqueda del porqué. Nadie entiende todavía qué impulsó a José Rabadán a aniquilar a toda su familia a sus 16 años una noche en su casa en Murcia en el año 2000. Tampoco es satisfactoria la explicación que dio V., de 17 años, para acabar con la vida de su padre y su madrastra a tiros en una finca de Toledo en 2020. Dijo que lo hizo porque no lo dejaban viajar a Francia con su madre.
Ana Isabel Gutiérrez es psicóloga forense de la asociación Clara Campoamor. Hace unos años también trabajó en la agencia de adopción Interadop y estaba encargada de la evaluación de los padres cuyos hijos iban a venir de Rusia. “Según los elementos que conozco, la planificación brilla por su ausencia en este crimen y un adolescente de 15 años ya tiene la capacidad de preparación. Sobre la motivación que él ha explicado, los especialistas analizarán ahora el impacto que podría haber tenido ese hipotético maltrato para establecer conclusiones de cara al proceso judicial y también a su posterior tratamiento terapéutico”, explica.
Las pesquisas avanzan ahora por dos vías: “Por un lado, se está llevando a cabo la investigación policial como en cualquier crimen, se han recogido muestras en la escena y se va a comprobar el relato del menor. Por otro, está la investigación de lo que él ha declarado, para lo que se entrevistará a todo su entorno”. Según defendió el jueves la alcaldesa del municipio, Susana Herrán, los niños no eran “en absoluto conflictivos”, sino “académicamente excelentes”. Además, el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, apuntó también que no existía ninguna denuncia referente a esta familia. “Para establecer cómo es la realidad de un entorno familiar y social usamos la multifuente, es decir, consultar lo mismo a muchos actores para sacar conclusiones, porque lo que unos definen como normal para otros no lo es”, detalla.
En este momento, según la experiencia de la psicóloga forense, comienza también el trabajo psicológico en el centro de reforma en el que ha ingresado el adolescente para que procese lo que ha hecho. El juez ha dictado una medida de internamiento de seis meses y el pequeño está bajo tutela pública. El primero ha pedido ver a su hermano menor y este, poder ir a misa este domingo, según El Diario Montañés. En la justicia de menores de España, se entiende que todos los penados son “potencialmente recuperables”, y en eso es en lo que se trabajará, mediante terapia, con estos adolescentes. “Integrar lo que han hecho será lo más difícil, porque no se puede borrar la mente de las personas. El trabajo de los psicólogos será orientarlos hacia el futuro”, especifica. Un futuro que ahora se antoja muy oscuro y en el que es posible que nunca se acaben de responder todos los porqués.