“Hay un mapache comiendo lasaña en mi patio. ¿Qué hago?”: los 20 años del servicio de información de Nueva York
El número 311 cumple dos décadas durante las cuales ha recopilado numerosas anécdotas y recibido consultas de lo más peregrinas
El servicio de información de la ciudad de Nueva York, el 311, acaba de cumplir dos décadas, durante las que se ha consolidado como una mezcla de Google y Wikipedia pese al advenimiento de asistentes virtuales como Alexa o Siri. A lo largo de este periodo, los neoyorquinos, y muchos visitantes de la Gran Manzana, han recurrido al 311 para exponer sus cuitas, quejarse, plantear la pregunta del millón o incluso explayarse, pues tiene algo también de diván virtual de psicoanalista, en una ciudad tan fascinante como desquiciada. En sus inicios por teléfono, hoy también por Internet y a través de l...
El servicio de información de la ciudad de Nueva York, el 311, acaba de cumplir dos décadas, durante las que se ha consolidado como una mezcla de Google y Wikipedia pese al advenimiento de asistentes virtuales como Alexa o Siri. A lo largo de este periodo, los neoyorquinos, y muchos visitantes de la Gran Manzana, han recurrido al 311 para exponer sus cuitas, quejarse, plantear la pregunta del millón o incluso explayarse, pues tiene algo también de diván virtual de psicoanalista, en una ciudad tan fascinante como desquiciada. En sus inicios por teléfono, hoy también por Internet y a través de las redes sociales, el 311 viene a ser la versión moderna de la Pitia, pero en interactivo.
Con motivo del aniversario, el alcalde de la ciudad, Eric Adams, ha compartido en un vídeo publicado en Twitter algunas de las cuestiones más peregrinas planteadas por los usuarios. La más chocante, la más friki de todas: “Hay un mapache comiendo lasaña en mi patio”, a lo que suponemos siguió la correspondiente explicación, por parte de los operadores del 311, sobre la gestión de tan peligrosa amenaza. Tampoco tiene precio esta otra duda: “¿Puedo incluir a mi perro como dependiente en la declaración de impuestos?”. Se ignoran las deducciones a que tuviera derecho el interesado, como también qué respuesta se le dio al neoyorquino que quería averiguar si Medicaid, el seguro de salud público para las rentas más bajas, cubría una intervención de su gato.
Lo más habitual, con todo, son consultas rutinarias para encontrar un especialista o un centro de vacunación, quejas sobre ruidos, interrupciones en el suministro de agua caliente o la recolección de basuras, los imponderables de una ciudad con 8,5 millones de habitantes y ciertas disfuncionalidades en sus servicios (la primera de todas, la del transporte público). Por eso los interlocutores preguntan por la frecuencia de trenes o autobuses, o por la caprichosa circulación de las líneas del metro, con sus inopinados cierres y saltos de estaciones. Los comunicantes normales, convencionales digamos, aspiran a conocer lugares de aparcamiento alternativos o la documentación necesaria para la declaración de impuestos, pero luego están los indolentes, los que no se molestan siquiera en googlear dónde encontrar la pizza más barata del barrio o quién ganó determinada edición del concurso de talentos American Idol, y lo hacen consultando al 311.
“Siempre digo que aquí en Nueva York tenemos 8,5 millones de habitantes y 35 millones de opiniones”, bromea Adams en el vídeo conmemorativo del 311, un servicio que ha recibido más de 525 millones de consultas, la mayoría normales, durante este periodo. Casi 27 millones al año, a repartir entre su abultada población: más de 3,5 cuestiones por vecino. El nombre oficial es Departamento de Información, Tecnología y Comunicaciones, pero todos lo conocen como el 311.
Otros ejemplos desopilantes: “¿Puede usted averiguar si mi novio está casado?”, preguntaba una, o un, habitante con la mosca detrás de la oreja. O este otro: “¿Hay alguna ley que limite cuántas veces puedes tirar de la cadena?”. Alguien con el susto en el cuerpo llamó para “informar de la presencia de un fantasma en la ventana”. También hay comunicantes insolidarios, incluso cascarrabias: “Quiero reportar a mi vecino porque saluda a todo el mundo en el bloque” (el alcalde replicó entre risas a este último mensaje, no se sabe si refiriéndose al interlocutor o al simpático vecino: “¡Este es un verdadero neoyorquino!”).
“¿Puede alguien rociar los árboles para que dejen de caerse las hojas?”, preguntó, en fin, un detractor del otoño, además de desconsiderado, porque el otoño es de lo más esplendoroso que hay en la ciudad. “¿Puede transferir mi llamada a un ufólogo?”, planteaba otro, aficionado a mirar por encima de las copas de los árboles, que ya se sabe que muchas veces no dejan ver el bosque, pero sí, al parecer, los ovnis. Los hay también en exceso susceptibles: “Me gustaría presentar una queja por ruido contra mi frigorífico”.
De todas las curiosidades recopiladas, la anécdota por antonomasia la protagonizó la madre del alcalde Michael Bloomberg, el multimillonario que rigió los destinos de la ciudad entre 2002 y 2013. Una operadora del servicio atendió a la mujer, que quería hablar con su hijo en una época en la que aún los móviles no eran de uso común. La telefonista transfirió la llamada a la sede del Ayuntamiento y un asesor del alcalde confirmó que, en efecto, la mujer era efectivamente quien decía ser, por lo que estableció conexión inmediata con el despacho del regidor.
Al igual que quienes piensan, y son muchos, que el pulso de una ciudad se encuentra en los mercados, o en los cementerios, o en la suma de ambos sitios, el rastro de curiosidades que ha dejado el 311 es sólo comparable al de los hallazgos de la oficina de objetos perdidos: nunca dejan de deparar sorpresas (y preguntas) sobre la naturaleza del género humano. A juzgar por el contenido de las llamadas, trabajar en el 311 debe de ser algo parecido a una fiesta. Pero a ver quién es el operador que responde sin inmutarse al vecino que preguntaba qué hacer con el mapache aficionado a la lasaña, o aquel otro que consultó “los pasos necesarios para hervir un pollo vivo”, por no citar al que denunció la presencia de una cabra atada al pasamanos de la escalera de su edificio. Suponemos que estos dos últimos casos fueron derivados ipso facto al servicio de bienestar animal. Que también existe, véase si no lo tiquismiquis que se han puesto algunos con eso de exterminar a las ratas, protagonistas también de muchas de las consultas. Entre otras, si hay algún modo ético de aniquilarlas o si, por mor del equilibrio ambiental, es preferible dejarlas campar a sus anchas. Como ahora.