Sobre infiernos y paraísos fiscales
En una democracia de calidad, el debate público debería ser algo más que una guerra de metáforas
Todas las batalles políticas comienzan y acaban en el lenguaje, pero pocas veces puede observarse con tanta claridad como en la batalla sobre el impuesto de patrimonio la importancia de las palabras. “Andaluces, bienvenidos al paraíso”. Así saludó en Twitter Isabel Díaz Ayuso el anuncio del presidente de Andalucía, Juan Manuel Moreno Bonilla, de ...
Todas las batalles políticas comienzan y acaban en el lenguaje, pero pocas veces puede observarse con tanta claridad como en la batalla sobre el impuesto de patrimonio la importancia de las palabras. “Andaluces, bienvenidos al paraíso”. Así saludó en Twitter Isabel Díaz Ayuso el anuncio del presidente de Andalucía, Juan Manuel Moreno Bonilla, de suprimir el impuesto de patrimonio mientras invitaba a los empresarios catalanes a huir del “infierno fiscal” en que viven. En realidad, este impuesto solo lo paga una exigua minoría de ciudadanos, los más acaudalados, y dentro de ellos, los que no pueden hacer elusión fiscal. Pero lo que buscan los dirigentes del PP con este discurso tan estridente no es abrir un debate racional sobre cuál es el mejor modelo fiscal para la actual coyuntura, sino reforzar un imaginario colectivo en el que el pago de impuestos sea percibido como una opresión que atenta contra la libertad e impide la prosperidad. Lo que busca es crear una narrativa contraria a la progresividad fiscal y propicia a las rebajas de impuestos.
Quien consigue imponer el marco conceptual tiene la batalla política ganada porque, como explicó en La mente de los justos (2012) Jonathan Haidt, experto en psicología social de la Universidad de Nueva York, el mensaje político tiene mayor capacidad de penetración cuando coincide con un marco previo, y eso se consigue mejor con metáforas e imágenes que incidan sobre la parte emocional de nuestro juicio. Cuando se establece como de “sentido común” una determinada narrativa, es muy difícil rebatirla con argumentos o datos porque, según Haidt, “el razonamiento moral es ante todo una búsqueda a posteriori de razones para justificar las ideas que ya se tienen”.
George Lakoff, en su muy citada obra No pienses en un elefante, cita precisamente el ejemplo del discurso sobre los impuestos del Partido Republicano de Estados Unidos para ilustrar sobre la importancia de los marcos mentales en el debate público. Al referirse una y otra vez a la “presión fiscal” como algo insoportable y abogar por medidas de “alivio fiscal” para devolver la prosperidad al país, los republicanos lograron imponer una narrativa dominante que los demócratas no pudieron contrarrestar. Si en lugar de utilizar términos como “presión” o “alivio” fiscal se hablara de “contribución”, “cuota” o “participación”, el marco mental sería muy diferente.
Al utilizar la metáfora del paraíso o el infierno fiscal, lo que pretenden los dirigentes del PP es generar una reacción emocional de adhesión a sus postulados y de rechazo a la política fiscal del Gobierno. Sacar el debate público del terreno racional. Frente a la fuerza de las metáforas, de poco sirve recordar que la recaudación fiscal apenas representa en España el 39% del PIB, muy lejos del 46% de media de la UE y más lejos aún de lo que recaudan países como Bélgica o Suecia (50%), Francia o Finlandia (52%) o la muy envidiada Dinamarca (54%).
Tampoco sirve el argumento de que si la corresponsabilidad fiscal se convierte en irresponsabilidad fiscal, la solidaridad interterritorial del Estado de las Autonomías se viene abajo. O que la principal víctima de una política de demonización de los impuestos es el Estado de Bienestar, porque sin una recaudación fiscal suficiente no puede haber servicios públicos de calidad. Que el reverso de los paraísos fiscales son las colas del hambre. Algunos expertos sostienen que la única forma de combatir una metáfora es con otra que tenga la misma fuerza. Por ejemplo, la de que un paraíso fiscal para los ricos solo puede ser un infierno social para los pobres. Pero en una democracia de calidad, el debate público debería ser algo más que una guerra de metáforas.