Miedo y pederastia en los jesuitas de Vigo: “Durante las confesiones me abrazaba, como si fuéramos novios”
Ocho víctimas denuncian a ocho religiosos de la orden en Pontevedra, entre los que se encuentra su padre espiritual, por abusar de ellos durante 20 años mientras les obligaban a confesar sus pecados
Hace más de medio siglo, en el Colegio Apóstol Santiago de Vigo, de la orden de los jesuitas, el padre Modesto Vázquez González era el responsable de guiar a los pequeños hacia la fe del Señor. Lo hacía a través de su cargo como padre espiritual, que ejerció entre 1954 y 1963. Pero en realidad, más que hacia la fe, que casi todas sus víctimas acabaron perdiendo, guiaba a los niños hacia sus brazos. Los encerraba en su despacho y, con la excusa de confesarlos, abusaba de ellos, según relatan varios exalumnos del centro. Juan Julio Alfaya es uno de ellos: “Durante las confesiones me abrazaba, me...
Hace más de medio siglo, en el Colegio Apóstol Santiago de Vigo, de la orden de los jesuitas, el padre Modesto Vázquez González era el responsable de guiar a los pequeños hacia la fe del Señor. Lo hacía a través de su cargo como padre espiritual, que ejerció entre 1954 y 1963. Pero en realidad, más que hacia la fe, que casi todas sus víctimas acabaron perdiendo, guiaba a los niños hacia sus brazos. Los encerraba en su despacho y, con la excusa de confesarlos, abusaba de ellos, según relatan varios exalumnos del centro. Juan Julio Alfaya es uno de ellos: “Durante las confesiones me abrazaba, me arrimaba la cara, como si fuéramos novios. Me decía que me quería mucho”, narra. El padre Vázquez González no es el único acusado. En total, ocho víctimas han relatado a EL PAÍS que sufrieron abusos sexuales en este colegio a manos de ocho jesuitas. El modus operandi, describen, era siempre el mismo: confesiones forzadas y “toqueteos”. Los chicos tenían entre seis y 14 años, y los testimonios se extienden desde la década de los cincuenta hasta la de los setenta.
Para Alfaya, de 78 años, lo peor de aquellas agresiones en el despacho de Vázquez González fue la confusión posterior. “Durante los primeros cursos que pasé allí se portó muy bien conmigo. Pero un día, en 1957, a mis 13 años, en su oficina, me pidió que me desabrochase el cinturón, me bajó la bragueta y me empezó a meter la mano por el culo. Yo me asusté, y me escapé, salí corriendo del cuarto. Llegué a clase totalmente confuso”. A Alfaya, todo aquello le conmocionó. “Era mi mejor amigo. Ese fue mi grave problema. No me llegó a violar, ni yo le di tiempo a que pasara a tocarme los genitales. Me escapé antes, pero el daño afectivo fue enorme. Era un niño falto de cariño, con una familia disfuncional, con problemas en los estudios. Y él se preocupaba por mí”, cuenta. “Tuve muchísimos problemas luego con mi sexualidad. Además, te crea, si eres creyente, problemas con tu relación con Dios. Si un sacerdote es el representante de Dios, ¿cómo me puede hacer esto?”, subraya.
El relato de Alfaya, junto al de otra víctima, están recogidos en el informe de 251 casos de pederastia inéditos cometidos por el clero español que este diario entregó al Papa y a la Conferencia Episcopal Española en diciembre de 2021. A raíz de la publicación de dicha investigación periodística, cuatro víctimas más escribieron a EL PAÍS para denunciar que también habían sufrido abusos a manos del padre Vázquez González. En total, los jesuitas hacen frente a 104 acusaciones. La orden fue la primera en abrir en 2018 una investigación interna, e hizo públicos los resultados a comienzos del año pasado: 71 acusados de pederastia y 81 víctimas. La orden, tras ser contactada por este periódico, confirma estar investigando todos estos casos. Una portavoz explica que, en los referentes a su centro de Vigo, están en contacto con al menos una de las víctimas, Juan Julio Alfaya. Él, por su parte, admite: “Han sido muy atentos y respetuosos. Me ha hecho mucho bien ser escuchado y creído. Se están portando como corresponde a una orden basada en el mensaje y la vida de Cristo. Han cambiado mucho desde 1957″.
Sobre el padre Vázquez González, todas sus víctimas cuentan historias muy similares. Julio Martínez, exalumno del centro, recuerda: “Nos citaba en su despacho individualmente. Me sentaba en sus rodillas y me acariciaba las nalgas metiendo la mano por debajo del pantalón corto, mientras jadeaba ostentosamente”. Mientras abusaba de él, que en su caso ocurrió entre 1960 y 1961, cuando tenía entre 10 y 11 años, el religioso le preguntaba cosas como cuándo había sido su última confesión o sobre “actos impuros”. El acusado era amigo de su padre, pero Martínez nunca se lo contó. “Lo he hablado con mi hermano mayor y también le pasó, como a la inmensa mayoría de los chicos de ese colegio. Era vox populi entre los alumnos. Pero yo ni siquiera tenía conciencia de que fuera algo malo. Me acariciaba y yo pensaba: ‘Mira qué bien me trata el amigo de mi papá”, explica.
Vázquez González fue misionero en China, entre 1936 y 1953, según señala él mismo en un libro titulado Yo tuve 6.000 acusadores, publicado en 1955, en el que relata sus experiencias en el país asiático. Un sobrino suyo se hace eco de la obra en un blog, donde narra, con detalle, cómo su tío se ordenó sacerdote en Shanghái en 1941 o cómo acabó en la cárcel cuando los seguidores de Mao Zedong “conquistaron”, en 1949, la misión de Anking, donde el jesuita estaba destinado: “El 6 de enero de 1950 se denuncia a la policía que el Padre Modesto ha pegado a un niño y le ha roto la cabeza”, explica su sobrino. “El padre del supuesto agredido confiesa delante de los profesores que es una burda mentira, pero no sirve de nada porque el aparato está en marcha y el crimen difundido en los periódicos de Anking, de la provincia y de otras en rótulos grandes, recogiéndose firmas de condena. El padre Modesto se las verá ante 6.000 acusadores”, aparece en el texto.
El autor del blog describe a Vázquez González como “bajo, enjuto y casi transparente”. “Tenía un semblante recio y, en el decir y en el trato, la naturalidad infantil, quizás del prolongado trato con los niños; pesaba 42 kilos”, continúa. Dos años antes de la publicación de las memorias del jesuita, en 1953, había regresado a España, donde lo destinaron al Colegio Apóstol Santiago de Vigo, según confirma una portavoz de la Compañía de Jesús. Tiempo más tarde, volvió a ejercer como misionero y murió en Guatemala en 1969.
“En los jesuitas de Vigo hubo puras atrocidades”
Modesto Vázquez González no es el único pederasta acusado en el Santiago Apóstol de Vigo: Fernando R. denuncia que otros siete jesuitas también abusaron de menores cuando él estuvo en el centro. Este exalumno entró en el colegio en 1976, con seis años. Se encontró con un ambiente de rigidez, repleto de violencia. Era común que los maestros expulsaran a los niños de clase: “Pero en el pasillo, cuando te expulsaban, te venía una experiencia horrible, porque el padre Pedro Pablo Requejo iba por los pasillos pegando bofetadas a mano abierta a todos los niños con los que se topaba”, asegura. “Lo veíamos pegándole fuerte en la cabeza a un niño y a otro y a otro. Te entraba un gran terror mientras esperabas a que te tocara el turno para recibir la bofetada más grande de tu vida”, continúa.
Fernando cuenta que los bofetones eran solo una parte de los excesos cometidos por Requejo, fallecido en 2013. Lo peor ocurría a la hora de la confesión, que se hacía una vez a la semana y en el despacho del acusado. “Cerraba la puerta y se sentaba a mi lado. Se acercaba a mi cuerpo lo más posible y comenzaba con la confesión”, narra. Fernando dice que confesaba sus pecados, los de un niño de entre seis y ocho años, mientras el acusado le acariciaba la entrepierna. “Acercaba la mano a mis partes privadas y frotaba, mientras hablaba muy cerquita de mi cara y me daba besos en los labios”, continúa. Fernando asegura que en algunos casos le abría la cremallera y le tocaba dentro de la ropa interior. “Yo me sentía muy intimidado, pero también muy tranquilo porque pensaba que estaba hablando con el representante de Jesús en la Tierra”, admite. “Esta era una persona que normalmente iba repartiendo bofetadas y a mí me daba caricias”, explica.
“En los jesuitas de Vigo hubo puras atrocidades”, sostiene. Y reconoce: “A mí me causaron bastantes traumas porque era muy tímido. Aún tengo un trauma sexual. Tengo 54 años y nunca he podido expresarme sexualmente”. Fernando asegura que durante los años en los que él estuvo en el colegio había otros jesuitas que tocaban a niños. Entre ellos, el hermano Rivera —”era un tocón”— y el padre Fuentes. Este último abusó de Fernando varias veces, según denuncia. “Aún recuerdo su aliento”, admite. Fernando confiesa que a raíz de esas experiencias hoy día no aguanta que un hombre le hable muy de cerca. Tan solo oler el aliento de otro hombre, dice, lo traslada a esas confesiones con el padre Fuentes.
Fernando también denuncia al hermano Vizarro, que era, según él, “un salvaje”. “Este señor era un animal que te agarraba por las patillas y te tiraba hacia arriba hasta que te arrancaba el pelo. Algunas veces hasta te hacía sangrar”, recuerda. Relata que en otras ocasiones el acusado le pegaba puños en la cabeza. Además de la “violencia corporal”, Fernando narra que el hermano Vizarro tenía en su oficina revistas pornográficas que le mostraba a los menores.
Otro jesuita señalado por Fernando es el padre Labat, a quien describe como “un cura muy dulce”, pero también “el peor abusador”. Una descripción que avala otro exalumno del centro que ha escrito a EL PAÍS para denunciar los abusos que sufrió a manos de este jesuita. El niño tenía entonces entre 12 y 14 años, a mediados de los años setenta. El padre Labat lo forzaba a confesarse en su despacho: “Me preguntaba si me masturbaba. Cuando le decía que sí, gritaba: ‘¡Eso es un pecado!’. Y me metía mano”, narra. El acusado fue su tutor durante tres años y recuerda que las confesiones ocurrían al menos una vez a la semana. “Estoy seguro de que lo sufrimos todos los de mi clase. Lo comentábamos entre nosotros”, señala.
“Fíjate lo que es el miedo al poder de los jesuitas”
Fernando también denuncia al jesuita a cargo de la enfermería del centro, cuyo nombre no recuerda. Dice que abusó de él y de su hermano pequeño, quien por entonces tenía entre ocho y nueve años. A diferencia de Fernando, su hermano menor sí lo contó en casa cuando ocurrió. “Mi padre intentó montar un lío, pero en el colegio le dijeron que se callara, que los jesuitas tenían mucho poder y lo podían arruinar”, cuenta Fernando. Ante esa amenaza, el padre de Fernando decidió callarse. Ahora, con 87 años, su padre confiesa que siempre supo que en ese centro había abusos sexuales y físicos y que sus tres hijos lo padecieron. Aun así, no los sacó del colegio: “En aquellos años que un niño fuera jesuita era un prestigio, y más para mi padre, que era un hombre que vino de la nada”, admite Fernando. “Fíjate lo que es el miedo al poder de los jesuitas”.
Respecto a los jesuitas acusados por Fernando, la orden dice no tener constancia de que ninguno de ellos hubiese abusado de menores y asegura no haber encontrado, después de haber investigado, denuncias previas contra ellos. Pero Fernando no los olvida. Cuando le contó a su padre que iba a sacarlo todo a la luz, éste le pidió que no lo hiciera. El paso de los años no ha borrado el miedo de su padre a aquella amenaza que la orden le hizo hace casi 50 años. Fernando, por su parte, ha conseguido desprenderse del terror al que fue sometido en los jesuitas de Vigo y ha decidido contar lo que allí ocurrió. “A mí no me importa, yo sé que es verdad”, subraya.
Si conoce algún caso de abusos sexuales que no haya visto la luz, escríbanos con su denuncia a abusos@elpais.es.