En la muerte de Luis Feduchi
El psiquiatra y psicoanalista, conversador nato, lector infatigable, poeta inédito, fallece en Barcelona a los 89 años
Así se titulaba una necrológica con la que me di de bruces hace años, en una bisiesta revista de arquitectura. El sobresalto fue pasajero; me sabía vivo, así que efectivamente se trataba de mi abuelo, Luis Martínez-Feduchi, el que rescató su espurio apellido materno echando mano de un guion y volvió a darle juego en forma de icono madrileño. Hoy sin embargo me toca ser necrólogo de su hijo, mi tío, Luis Feduchi, psiquiatra y psicoanalista, conversador nato, lector infatigable, poeta inédito, fallecido en Barcelona el miércoles a los 89 años.
Un Feduchi prolífico como pocos, si bien priv...
Así se titulaba una necrológica con la que me di de bruces hace años, en una bisiesta revista de arquitectura. El sobresalto fue pasajero; me sabía vivo, así que efectivamente se trataba de mi abuelo, Luis Martínez-Feduchi, el que rescató su espurio apellido materno echando mano de un guion y volvió a darle juego en forma de icono madrileño. Hoy sin embargo me toca ser necrólogo de su hijo, mi tío, Luis Feduchi, psiquiatra y psicoanalista, conversador nato, lector infatigable, poeta inédito, fallecido en Barcelona el miércoles a los 89 años.
Un Feduchi prolífico como pocos, si bien privado, íntimo, discreto, pero de una afabilidad tan grande que su legado ha quedado recogido en páginas literarias y dedicatorias de inconmensurable vuelo, en sesiones privadas y en tertulias públicas, en conversaciones de bar, de salón, de cocina, hasta altas horas, en noches estrelladas, en insólitas anécdotas urbanas de El Viso de su niñez, de la Castellana de su gran amor, de la Barcelona de sus hijas, amigos, nietos y bisnietos, y en particular en esa esquina de Amigó, vía augusta donde las haya.
Oigo aún el motor de su Vespa, su alegre manera de chillar con sordina el nombre de uno al verle, su risa tantas veces acompañada por los hielos de su whisky, sus razonados argumentos y consideraciones profusas mientras fruncía su poblado ceño y gesticulaba con sus manos, esas manos tan entrañables de persona capaz de empatizar con quien se le pusiese por delante.
Como terapeuta debió de ser inusual por no decir único y, sin embargo, no por ello heterodoxo, al contrario. Lo que uno podía atisbar de su labor, ya fuese en una conversación con o sobre adolescentes —daba igual, era su fuerte— o en un consejo, no dejaba lugar a duda: sabía de lo que hablaba. El trato era admirable por respetuoso, pero también por cercano, increíblemente cercano.
Para todos los que lo tuvimos cerca durante la adolescencia, emergía como excepción, creo. No cuadraba con la idea que teníamos de los adultos, y mientras uno lo pensaba, sin uno darse cuenta, se había erigido ya, y a la vez, en tu fan y en tu mentor. Con los años uno percibía que además esa actitud suya no era puntual, ni fingida; era ya una condición que se otorgaba de por vida. De por vida.
Volviendo a la estela del nombre, para mí, portador como él del nombre de su padre, de mi abuelo, llamarme como él ha sido en vida algo fácil y ligero, un orgullo, un lujo, y solo ahora un duelo.
Luis Feduchi es arquitecto, y sobrino del fallecido Luis Feduchi.