Nuevo Madrid, nueva España, nueva Iberoamérica
El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, reivindica el liderazgo de los Ayuntamientos ante el encuentro de la Unión de Ciudades Capitales Iberoamericanas
Los historiadores han empleado ríos de tinta analizando lo que España y Europa aportaron al Nuevo Mundo a partir de aquel 12 de octubre de 1492 en el que Colón y sus compañeros arribaron por primera vez a América. La lengua, la administración, el cristianismo, la conservación de las lenguas precolombinas, el mestizaje de nuestras razas… Todos estos aspectos han sido objeto de profundos análisis, pero con frecuencia se pasa por alto cuál fue la primera tarea que Colón y los que continuaron su obra se impusieron a sí mismos. En efecto, antes que las minas y las misiones, antes de las catedrales ...
Los historiadores han empleado ríos de tinta analizando lo que España y Europa aportaron al Nuevo Mundo a partir de aquel 12 de octubre de 1492 en el que Colón y sus compañeros arribaron por primera vez a América. La lengua, la administración, el cristianismo, la conservación de las lenguas precolombinas, el mestizaje de nuestras razas… Todos estos aspectos han sido objeto de profundos análisis, pero con frecuencia se pasa por alto cuál fue la primera tarea que Colón y los que continuaron su obra se impusieron a sí mismos. En efecto, antes que las minas y las misiones, antes de las catedrales y las cátedras, España levantó y fundó en América ciudades. El municipio español, heredero a su vez del municipio romano, fue la base administrativa, la piedra angular burocrática en la que se cimentó la obra de España en América.
Más de 500 años han transcurrido desde que fue construido el primer asentamiento del Nuevo Mundo. Se llamó Navidad y apenas era un campamento construido a toda prisa con la madera que pudo rescatarse del naufragio de la Santa María, la única de las naves españolas que no regresó a Europa en el primer viaje de Colón. Cuando el Almirante volvió en 1494 comprobó que el fuerte había sido destruido y decidió la fundación de la primera ciudad propiamente dicha, Isabela, de la que incluso conocemos el nombre del primer alcalde, Antonio de Torres.
Siglos después, en un mundo que dista de aquel tanto como un planeta de otro, alcaldes y representantes de las 29 ciudades que componen la Unión de Ciudades Capitales Iberoamericanas (UCCI) se reúnen en Madrid a partir de hoy para actualizar un vínculo de cooperación y ayuda mutua que, tras mostrarse decisivo en la lucha contra la pandemia en los meses pasados, aspira también a serlo ahora en el momento de la recuperación.
Tengo la convicción de que las administraciones municipales somos clave en la configuración del mundo globalizado del futuro y de que nuestro peso específico va a ir en aumento a medida que avance este siglo. Esta certeza no ha hecho más que profundizarse en estos dos intensos años que llevo al frente de la gestión de la segunda urbe de la Unión Europea. En este sentido considero que la labor en este periodo de la UCCI, una organización que engloba a núcleos urbanos que suman 100 millones de personas entre Europa y América, es un ejemplo privilegiado de hasta qué punto las ciudades pueden asumir el liderazgo en la solución de los más acuciantes problemas de los ciudadanos, especialmente en situaciones límite como las que hemos vivido a escala global desde marzo de 2020.
La Iberoesfera constituye una trama de vínculos espirituales y materiales insoslayable. Nuestra cercanía a todos los niveles nos permite hablar con rigor de familia de pueblos, pero, al mismo tiempo, no podemos ignorar roces, desencuentros entre nuestras respectivas naciones. Las ciudades son el ámbito privilegiado en el que estas distancias pueden acortarse, el espacio en el que constatar que lo que no pueden hacer de manera conjunta dos Gobiernos, sí pueden llevarlo a cabo dos Ayuntamientos.
La Asamblea General de la UCCI que comienza hoy en Madrid encara sus trabajos convencida de que las ciudades somos las administraciones más cercanas al ciudadano y de que representamos a la perfección el espíritu iberoamericano de cooperación, esfuerzo, ayuda mutua, y vocación de excelencia. Es nuestra responsabilidad moral y política materializar estas cercanías, encarnar esta comunión histórica, cultural y lingüística. Insisto: está al alcance de nuestra mano lograr lo que queda fuera del alcance de nuestros Gobiernos. De nosotros debe llegar el impulso de salida porque no hay nada más parecido a un ciudadano que su ciudad.
Herramientas como la UCCI están llamadas a ejercer un papel central en la tarea que se nos avecina ahora: diseñar iniciativas y planes concretos para fortalecer nuestros vínculos y mejorar las condiciones de vida de nuestros ciudadanos. En este sentido, considero un acierto que la estrategia 2021-2024 de la UCCI contemple que el 50% del presupuesto se destine a Proyectos de Cooperación Técnica: no hay otro camino; hemos sido laboratorios de procesos de transformación, lo mejor del ser humano se ha proyectado en sus acciones locales de ayuda y cooperación. Ahora debemos estar a la altura en este complejo contexto creado por la pandemia.
Una última reflexión. Es casi una constante en nuestra centenaria historia común iberoamericana que los cambios sustanciales, los golpes de timón que han experimentado nuestras naciones, se hayan fraguado en el corazón de sus capitales. A lo largo de siglos, países enteros han seguido la senda que su principal núcleo urbano abría. Con humildad, pero con determinación, Madrid aspira hoy a encarnar en sí misma los rasgos definitorios de una nueva ciudad ―empuje, ambición, apertura, vibración, acogida― con la esperanza de que se contagien en sucesivas hondas concéntricas, primero al resto de España, después al conjunto de naciones libres y hermanas que componen Hispanoamérica.