Europa vislumbra el fin de la pesadilla
Los planes para levantar las restricciones antes del verano y los avances en la vacunación abren la esperanza de un fin de crisis más cercano, pero nadie se atreve a cantar victoria
El estruendo de los taladros rompe el silencio a ambas orillas del puente sobre el Lauter, el riachuelo que marca la frontera entre Francia y Alemania. Dominik y Tobias Ehl construyen con sus manos una casa en la orilla alemana, a unos metros del río y de la frontera entre Scheibenhardt y Scheibenhard: la parte alemana y la francesa del pueblo. Hoy los hermanos Ehl se sienten confiados.
“Las cosas volverán a ser normales, eso esperamos”, dice el mayor, Dominik, de 27 años. “Pero necesitamos fiestas, lugares donde podamos vernos todos”, apunta Tobias, de 26. Un año y dos meses después de...
El estruendo de los taladros rompe el silencio a ambas orillas del puente sobre el Lauter, el riachuelo que marca la frontera entre Francia y Alemania. Dominik y Tobias Ehl construyen con sus manos una casa en la orilla alemana, a unos metros del río y de la frontera entre Scheibenhardt y Scheibenhard: la parte alemana y la francesa del pueblo. Hoy los hermanos Ehl se sienten confiados.
“Las cosas volverán a ser normales, eso esperamos”, dice el mayor, Dominik, de 27 años. “Pero necesitamos fiestas, lugares donde podamos vernos todos”, apunta Tobias, de 26. Un año y dos meses después de que la pandemia paralizase el mundo, los vecinos de Scheibenhard y de Scheibenhardt —oficialmente dos municipios, uno francés y otro alemán; en realidad un solo pueblo separado el río— tienen por fin esperanzas de reencontrarse sin restricciones con los de la otra orilla. Como el resto de los europeos.
Uno tras otro, como piezas de dominó, varios gobiernos han anunciado en los últimos días planes para relajar las restricciones impuestas durante el invierno para combatir la tercera ola de la covid-19. En Países Bajos y en las zonas de Italia con menos incidencia del virus, las terrazas vuelven a abrir. Los alumnos regresan a las aulas en Francia. Por todo el continente se ha puesto en marcha la maquinaria para recobrar lo que se perdió en marzo de 2020 y no se ha acabado de recobrar: los bares y los restaurantes, la cultura y la educación, el comercio y el turismo.
“A partir del 19 de mayo, necesitamos reencontrar, aun siendo prudentes y responsables, nuestro arte de vivir a la francesa”, dijo esta semana el presidente francés, Emmanuel Macron, en una entrevista publicada por la prensa regional. El 19 de mayo es la etapa clave en un plan de desescalada progresiva que debe acabar con las restricciones a final de junio. Ese día, reabrirán en Francia las terrazas, los cines y teatros, y los museos. La canciller alemana, Angela Merkel, dijo en una rueda de prensa: “El objetivo primordial es devolver rápido a todas las personas sus derechos fundamentales”, pero precisó: “Entraremos en una fase de transición que no será fácil”.
En el límite de Scheibenhard y en Scheibenhardt, 814 y 690 habitantes, todavía queda una garita fronteriza vacía y una barrera metálica levantada, restos de otro tiempo. En los años noventa el tratado de Schengen suprimió los controles fronterizos dentro de la UE. Pero en marzo de 2020, cuando la pandemia golpeó Europa, las autoridades alemanas cerraron el puente con una valla.
Un año después, la valla física ha desaparecido, pero las barreras administrativas persisten. En pocos lugares el anhelo para recuperar el mundo anterior a la covid-19 es tan visible como aquí.
“Es un poco angustioso, la gente tiene miedo de hacer algo incorrecto y de recibir una multa”, cuenta Cornelia Coupaud, una alemana de 62 años que vive en el lado francés y cada día cruza la frontera a su lugar de trabajo, la pastelería situada a 60 metros del puente, en el lado alemán. “Yo me tengo que hacer una prueba de covid dos veces por semana para venir a trabajar”.
Alemania, al contrario que Francia, no ha presentado un plan detallado de desescalada, pero Merkel ha anunciado que se relajarán las normas para los vacunados. Sin embargo, incluso los países con más prisa contemplan dar marcha atrás si la pandemia empeora: la cautela es lógica. Hace un año, al final del primer confinamiento, algunos líderes cantaron victoria. Pero tras un verano relajado llegaron la ola del otoño y la del invierno. La lentitud en los primeros meses de la vacunación contribuyó al desánimo, agravado por la comparación con la veloz campaña de inmunización en Estados Unido o en Reino Unido, recién divorciado de la Unión Europea.
“Los líderes europeos no previeron la tercera ola: pensaron que la vacuna iba a permitir evitarla, o creyeron que no sometería a los hospitales a presión. Era falso”, dice desde Suiza el epidemiólogo Antoine Flahault, director del Instituto de Salud Global de la Universidad de Ginebra. “Ahora existe un pequeño riesgo de cuarta ola antes de que la vacunación pueda impedirla”.
La novedad respecto a hace un año es la vacuna. El nuevo mundo parece más cerca, pero nadie se atreve a cantar victoria por segunda vez.
El ensayista Dominique Moïsi, autor de La geopolítica de las emociones, describe por teléfono el estado de ánimo de los europeos: “Está el miedo, el miedo al futuro. La cólera también, especialmente en mi país, Francia. Y una ausencia de confianza en uno mismo. El mundo va más rápido y nosotros más bien ralentizamos”.
Un gran momento de libertad
Al mismo tiempo, según Moïsi, “hay un apetito por la vida, por la libertad, por la sociabilidad”. “Hay ganas de contacto y de fraternidad: hemos vivido demasiado tiempo replegados”, afirma. “Es posible esperar un momento de alegría y libertad como sucedió al terminar la fase más dura de la Revolución francesa y la caída de Robespierre, o al día siguiente de la Primera Guerra Mundial o de la Segunda”.
Europa duda entre la esperanza y la desazón. Scheibenhardt, que es un concentrado de Europa encajonado entre la Alsacia francesa y el Palatinado alemán, también. En el salón de una casa a orillas del río, un portugués, un manchego y un francés hacen tertulia en alemán ante una botella de vino blanco alsaciano. Parece un chiste, pero no. Es Europa.
Ejerce de anfitrión el francés, Francis Joerger. Durante 30 años, Joerger fue alcalde del Scheibenhard francés. En junio, después de las últimas municipales, lo dejó. “Algo se ha roto, está claro”, observa el alcalde jubilado al recapitular la historia de esta pandemia. Hace un año él batalló para que se derribase la valla en el puente. Ahora la valla no está, pero él evita cruzar al otro lado. Ve la exigencia de un test negativo como otro obstáculo. Prefiere esperar al final de las restricciones.
Martin Silva, un portugués que vive en Francia y trabaja en una empresa de material eléctrico en la ciudad alemana de Karlsruhe, ha puesto en marcha una iniciativa para hacer test gratuitos para franceses y alemanes: cada sábado de 9.00 a 11.00 a un lado de la frontera. Es una ocasión para verse, para hacer vida social. “Los dos municipios ya no hacen nada juntos, no hay fiestas ni celebraciones”, dice Silva, de 44 años. “La idea era que hubiese un lugar para encontrarnos las personas del Scheibenhardt alemán y del Scheibenhard”.
Uno de los tertulianos de Joerger es su vecino José Ángel González Serrano, de Tarazona de la Mancha, que llegó hace ocho años a Alemania en plena crisis económica española, aprendió alemán, trabaja en una planta cárnica en Karlsruhe y ha fundado una familia y construido una casa en Scheibenhard.
“En verano se casa mi hermana y yo no sé si podré ir”, lamenta González Serrano. “Dependerá de la vacuna, de si de un momento a otro decretan otro estado de alarma. Al trabajar en el sector de la carne, en una planta donde hay 1.300 trabajadores de 55 países distintos, si vamos a un país considerado zona de riesgo, una vez regresamos nos arriesgamos con quedarnos dos semanas en cuarentena sin trabajar ni cobrar, y recibimos un expediente laboral”.
Hay un deseo de verse, de moverse, de celebrar a las dos orillas del Lauter, y en todo Europa. El neuropsiquiatra Boris Cyrulnik dice, en una conversación con EL PAÍS, que en esta pandemia le ha sorprendido la importancia del contacto humano, del tacto, para los adultos. “Habrá un repunte de los apegos: cuando los niños regresaron a la escuela presencial estaban locos de alegría”, afirma. “Y apuesto a que también habrá un repunte de los apegos entre los adultos: sentiremos el placer de darse la mano, de darse un abrazo”, dice usando la palabra española.
Los planes de desescalada, sin embargo, dibujan una sociedad a dos velocidades: más libertad de movimiento y de acceso a locales con público para quienes certifiquen que han sido vacunados o se han sometido a un test; más meses de restricciones para quienes carezcan de los certificados adecuados.
En Francia, Macron ha anunciado que el llamado pass sanitaire, o pase sanitario, empezará a exigirse el 9 de junio para acceder a un recinto donde haya concentraciones masivas. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha declarado que los turistas estadounidenses que demuestren estar vacunados podrán visitar Europa este verano.
“El certificado es la mala solución para un problema real”, analiza la especialista en geografía política Luiza Bialasiewicz, profesora de gobernanza europea en la Universidad de Ámsterdam. “Estamos por detrás de Estados Unidos y de Reino Unido en la vacunación, pero la solución no es liberalizar los viajes antes de vacunar. La solución es vacunar”. Entre otros problemas que puede suscitar el certificado, Bialasiewicz señala el acceso desigual a las vacunas —y a los test, gratuitos solo en algunos países― que permitirán obtener el certificado, la protección de la privacidad y también la posibilidad que se permitan los viajes antes de que la pandemia esté bajo control.
“Hay que prestar mucha atención a la historia de la India, que cantó victoria hace solo unas semanas y se han visto azotados por una ola espantosa”, avisa el epidemiólogo Flahault. “Demasiadas veces, en esta pandemia, hemos considerado que lo que ocurría en el extranjero no sucedería en Europa”.