Primavera alemana a medio gas en Mallorca
Cientos de turistas descubren la tranquilidad de ‘otra isla’, sin ocio nocturno ni masificación por las restricciones
Un sol de justicia cae sobre el enorme arenal de la playa de Palma a las 12 del mediodía. Finales de marzo y 20 grados que se atenúan con la brisa marina. La torre de vigilancia de los socorristas frente al balneario ha sido tomada por un grupo de siete turistas alemanes que han colgado una hamaca granate de una punta a otra de los postes de madera que sujeta la estructura. Uno de ellos, con la piel al rojo vivo, está tumbado encima con una lata de cerveza en la mano mientras sus amigos se reparten sentados sobre varias toallas extendidas sobre la arena. Están descalzos, en pantalones cortos, ...
Un sol de justicia cae sobre el enorme arenal de la playa de Palma a las 12 del mediodía. Finales de marzo y 20 grados que se atenúan con la brisa marina. La torre de vigilancia de los socorristas frente al balneario ha sido tomada por un grupo de siete turistas alemanes que han colgado una hamaca granate de una punta a otra de los postes de madera que sujeta la estructura. Uno de ellos, con la piel al rojo vivo, está tumbado encima con una lata de cerveza en la mano mientras sus amigos se reparten sentados sobre varias toallas extendidas sobre la arena. Están descalzos, en pantalones cortos, con las piernas enrojecidas y con la música de fondo sonando en un móvil mientras hablan y beben cerveza.
Sasha, de 35 años y con la mascarilla de tela puesta, cuenta que vienen de distintas ciudades de Alemania (Frankfurt, Stuttgart, Hamburgo) y que algunos se han conocido aquí porque se alojan en el mismo hotel. “Voy a pasar una semana. Estoy sano, he traído mi prueba negativa”, cuenta lata de cerveza en mano. “Es todo muy tranquilo. En Alemania está todo cerrado, aquí podemos estar en la playa, en una terraza y cuando todo cierra nos vamos al hotel, ponemos música y nos quedamos allí”, interviene su amigo Anton.
Huir de los peores datos
Mallorca se ha convertido en el paraíso de quienes han optado por huir de las duras restricciones de Alemania, que estos días afronta los peores datos de incidencia de coronavirus de las últimas semanas. El pasado 14 de marzo el país sacó a las islas Baleares de la zona de riesgo por coronavirus, lo que reactivó la demanda interna de viajes y generó un incremento del número de vuelos hacia Mallorca por parte de los principales turoperadores. A pesar del llamamiento del Gobierno alemán a sus nacionales para no salir del país, son cientos los que han llegado a pasar sus vacaciones en la última semana a una isla con entre 3.000 y 4.000 plazas hoteleras operativas, que también está sometida a duras restricciones pese a que las cifras de nuevos casos sitúan al archipiélago como la segunda comunidad con menor incidencia, con una incidencia acumulada a 14 días de 50,5. En Mallorca, de 53,2. El interior de los restaurantes está cerrado desde el viernes, las terrazas recogen a las cinco de la tarde, el comercio no esencial cierra a las ocho y el toque de queda se mantiene a las diez de la noche.
“Para nosotros lo mejor es que hemos alquilado un coche para recorrer la isla e ir al norte, que no lo conocíamos. Nos ha sorprendido la tranquilidad, la otra cara de Mallorca”, cuenta Johan, refrendado por su amigo Allan, para quien estas no son unas vacaciones de fiesta. “Son de beber un poco, conducir por la isla ahora que hay muy poca gente. Si has estado aquí antes nunca lo has visto igual y no lo verás así más. Todo es para ti”. El grupo cree que se tendrán que hacer una prueba a su regreso a Alemania “porque es lo que quiere miss Merkel”, un test quizás en el aeropuerto, dicen. Tienen la intención de seguir tomando el sol y comer en una terraza “antes de que cierren” a las cinco para disfrutar del día.
Con una hilera de establecimientos cerrados en el paseo, el bar restaurante Zur Krone aparece como un oasis en medio del desierto. La terraza está llena, es un local mítico entre el turismo alemán. Cervezas frías, vasos de sangría, desayunos tardíos y comidas tempraneras. “Ahora mismo me siento más seguro aquí que en Alemania, quien ha venido se ha tenido que hacer un test y los controles son duros”, cuenta Timo mientras bebe una copa de sangría con rodaja de naranja en el canto del vaso. De 28 años, ha venido solo desde Grimmen, en el nordeste del país, para pasar seis días de asueto y no le supone ningún inconveniente que haya restricciones en la isla. Sabe que hay que llevar la mascarilla y que los bares cierran a las cinco, “una buena medida para prevenir infecciones”. “El resto del día aprovecho para hacer deporte, relajarme en la terraza del hotel o leer”.
Pagar gastos
La terraza de siete mesas del Zur Krone, con vistas a una playa vacía, está llena de parejas de alemanes. En un rincón hay dos amigas autóctonas —las únicas— que charlan sobre temas de trabajo. El propietario del local encadena un viaje a la barra detrás de otro, bandeja y jarras de cerveza en mano. Christian Lafourcade está esperanzado porque desde el lunes pasado su negocio ha repuntado con la llegada de los alemanes y la apertura de dos hoteles en los alrededores. “En esta zona el turismo mueve el 90% de los negocios. Soy muy positivo porque apunta que el verano será mejor, esta semana he incrementado un 20% el volumen de negocio”. Lleva abierto desde mayo, con periodos en los que solo ha servido comida para llevar y con ganancias que apenas le han servido para pagar los gastos. “Si Dios quiere podremos hacer una temporada regular”, añade.
Lo cierto es que solo el 11% de la planta hotelera de la playa de Palma está abierta y el paseo es una sucesión de persianas bajadas, de sillas sobre mesas apiladas dentro de locales vacíos. Mantienen la actividad algunas tiendas de ropa, de alquiler de coches y de bicicletas que sobreviven en una avenida que cuesta reconocer por lo silencioso y tranquilo del ambiente. Pero el Bikini Beach también presenta una terraza animada. July, de 22 años, explica mientras bebe café que ha venido a pasar un mes para visitar a su padre, que reside en Mallorca todo el año. “En Alemania es muy diferente, todo está cerrado en nuestra ciudad. Aquí podemos pasear, estar en la calle, hace calor”. Llegó de Bonn junto a su novio y se sienten “seguros” porque han tenido que hacerse una PCR para viajar.
En la acera de enfrente, Arturo afirma que de momento “solo hay trabajo el fin de semana” en la tienda de bicicletas de alquiler que regenta. Solo hay un par de negocios como el suyo abiertos en la zona y con poco trasiego de gente. Espera que en las próximas semanas “se anime un poco todo” con la apertura de un par de hoteles de los alrededores y confía en poder mantener el negocio abierto hasta el verano.
532 vuelos de aeropuertos germanos
En las mesas del restaurante Bikini Beach, en el paseo marítimo Playa de Palma, Heidi y su marido acaban de sentarse. “Estamos aprovechando para relajarnos, para hacer jogging, leer y pasear”, cuenta. El matrimonio empieza a estar bronceado y pretende estarlo todavía más después de tomar dos cervezas en la terraza, en manga corta y a pleno sol. Llegaron el martes de Düsseldorf para pasar seis días y han encontrado muchas menos restricciones que en su país. “Me parece normal llevar mascarilla y que todo cierre pronto, lo comprendemos”, apunta Heidi, “el mundo entero ha dejado de ser normal”.
Los vuelos entre Alemania y Mallorca han caído a la mitad esta Semana Santa con respecto a la última antes de la pandemia, la de 2019. Del 26 de marzo al 5 de abril hay programados 532 vuelos entre el aeropuerto de Palma y distintas ciudades alemanas, lo que supone una caída del 51% con respecto a la Semana Santa de 2019. Este sábado llegaron 40 vuelos procedentes del país germano.