Vivir en un circo sin público y bajo la amenaza del virus
El Circo Universal lleva dos semanas recluido en Vilanova i la Geltrú (Barcelona), sin poder actuar y a la espera de que se levanten las restricciones contra la pandemia
Naves de mayoristas, hipermercados y almacenes de material para el hogar iluminan la avenida de la Terrosa, en Vilanova i la Geltrú (Barcelona). A última hora de la tarde, la carretera y los aparcamientos de estos comercios son un hervidero de vecinos montados en sus coches que apuran el tiempo antes del toque de queda por la pandemia del coronavirus. Al otro lado de la avenida, en un paisaje anodino de extrarradio, unas luces llaman la atención. Es el Gran Circo Universal, con destellos intermitentes de colores que coronan su carpa y los rótulos de las taquillas, encendidos como si todo estuv...
Naves de mayoristas, hipermercados y almacenes de material para el hogar iluminan la avenida de la Terrosa, en Vilanova i la Geltrú (Barcelona). A última hora de la tarde, la carretera y los aparcamientos de estos comercios son un hervidero de vecinos montados en sus coches que apuran el tiempo antes del toque de queda por la pandemia del coronavirus. Al otro lado de la avenida, en un paisaje anodino de extrarradio, unas luces llaman la atención. Es el Gran Circo Universal, con destellos intermitentes de colores que coronan su carpa y los rótulos de las taquillas, encendidos como si todo estuviera listo para abrir. Dentro de su perímetro viven 20 personas, aisladas en sus caravanas a la espera de que vuelva el público.
El Circo Universal tenía que actuar en Vilanova a partir del 24 de octubre. Las restricciones sanitarias aplicadas en Cataluña dejaron a sus 30 vehículos, familias y personal varados en el descampado donde debía inaugurarse la función. Los espectáculos públicos están suspendidos en la comunidad autónoma, sean conciertos, teatro o los cines. Las dos semanas que el Universal lleva aparcado en este municipio de la costa del Garraf son poco comparadas con los más de tres meses que estuvieron encerrados en Mungia, en el País Vasco, durante el primer confinamiento. Entonces, como ahora, y pese a la ausencia de espectadores, los propietarios, la familia Burkhart, continúan encendiendo la iluminación exterior entre las seis de la tarde y las dos de la mañana. “En el circo, lo último que se apaga son las luces. Es una señal de esperanza”, dice Loredana Marton, una de las propietarias.
De 42 años, acróbata retirada, Marton es la esposa de Fredi Burkhart, hijo del fundador. Confían que en que la alerta actual se levante a principios de diciembre y puedan levantar el telón en Vilanova para las fiestas navideñas. Poco antes de estallar la crisis sanitaria, los Burkhart empleaban a cuarenta personas; ahora son la mitad. El Universal ha actuado por toda España y Europa. De los 34 municipios en los que pueden actuar en un año normal, este año han pasado a solo 6 debido a los meses de confinamiento y a las limitaciones en acontecimientos como fiestas mayores.
Loredana y Fredi se conocieron porque ambos eran hijos del circo. En el hogar de los padres de Loredana, en un pueblo de L’Alguer, en Italia, se hablaba catalán. Era un lugar apartado del trasiego urbano y la madre se enamoró del payaso de un circo, su padre. El coronavirus, añade Marton, también ha cambiado el repertorio de los payasos, porque ahora no pueden realizar números de proximidad con alguien del público. Los Burkhart subrayan con orgullo que la familia está vinculada al espectáculo circense desde 1925. Franz Burkhart, el patriarca, nació en Graz, Austria, y se trasladó a España en 1978 para trabajar como domador de animales. Su especialidad eran los tigres, apunta su nuera, por eso en el exterior de su caravana hay pintado un tigre blanco. En 1984 fundó el Circo Universal. Muchos ornamentos de las instalaciones actuales son de aquella época, como si los Burkhart quisieran preservar lo que Marton describe como “el orgullo de unos domadores de tigres que crearon un imperio”.
En la caravana del jefe del clan hay una pantalla de televisión gigante con un programa del corazón sintonizado. Frente a él se sientan Joanes Burkhart, el hijo de Loredana, de 21 años, y su novia, la portuguesa Ariana González, de 24. Él es lo que se conoce como el hombre bandera, el que realiza acrobacias en una barra vertical; ella luce su talento en las anillas olímpicas. La inactividad, dicen, está pasando factura a su cuerpo: Joanes asegura haberse engordado diez kilos sin la rutina de las actuaciones y el ejercicio que requiere el montaje y desmontaje de las instalaciones. Al margen de esto, y del ahogo económico, su vida, apuntan, no ha cambiado tanto, porque la comunidad circense ya tiende a estar recluida. Incluso los que estudian, los menores, lo hacen por costumbre a distancia.
“La disciplina circense es como la de los chinos. Aquí la instrucción es que nadie va al pueblo, nadie sale más allá de las vallas del circo excepto cuando hay que ir a comprar. Una vez por semana va un miembro de cada familia a comprar”, afirma Marton. “Esto es como un pequeño pueblo. Si uno diera positivo de la covid-19, el resto nos contagiaríamos. Y no hemos tenido ni un positivo”. Su rutina es levantarse por la mañana, hacer los turnos de ensayos y por la noche, a las nueve, ya están todos en sus caravanas.
De mil a doscientos espectadores
Los miembros de esta comunidad tienen mil orígenes pero muchas cosas en común: una lengua franca, el italiano; o que no conciben la vida sin ser nómadas, y una suerte de determinismo que les ata para siempre a este negocio. A Marton le hubiera gustado que su hijo estudiara informática. Las proyecciones audiovisuales del espectáculo son de Joanes, como también lo son los hologramas de animales que aparecen durante la función –los espectáculos circenses con animales están prohibidos en once comunidades autónomas. Él, como sus padres, no se plantea otra realidad que no sea dedicarse al circo. Le gustaría establecer uno fijo en Cunit (Tarragona), y encontrar la manera de atraer al público como antes. “Hace diez años, con facilidad podíamos tener mil espectadores. Ahora, si llegamos a doscientos, es un éxito”, admite su madre.
2020 es un año perdido para el Circo Universal, dice Marton. Las pocas funciones que han representado desde el verano han tenido que ser, además, con un aforo reducido, primero al 50% y ahora al 30%. Si 2021 continúa igual, cerrarán el circo hasta que puedan trabajar con mayor normalidad. “En España somos cincuenta circos. Cuando acabe todo esto, puede que solo queden diez”. Marton critica que el mundo del espectáculo no pueda abrir. No tiene constancia de que haya habido ni un solo brote de la covid-19 en un circo. ¿Por qué ellos tienen que estar vacíos y los centros comerciales que les rodean están abiertos? Joanes Burkhart explica que los artistas se olvidan de los problemas cuando actúan. “Ahora los problemas siempre están ahí”, apostilla, taciturno, el hombre bandera del Circo Universal.
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