“Espero que mi padre no salga nunca de la cárcel”
Iosu Aristregui desconocía que el asesino de su madre en 2002 estaba ahora en semilibertad. Salió en su busca tras conocer que había apuñalado a otra mujer en Vitoria
En la ceja izquierda lleva tatuada la palabra Odio. En la ceja derecha tiene grabado Amor. Amor y Odio en la cara de Iosu Aristregui. Es el espejo que refleja el sufrimiento padecido por parte paterna y el afecto materno. “Me tocó vivir entre el daño que nos causaba el padre y el cariño que recibíamos de mi madre”, cuenta. Cuando él tenía 14 años y su hermano Gaizka no había cumplido los 10, el padre de ambos, ...
En la ceja izquierda lleva tatuada la palabra Odio. En la ceja derecha tiene grabado Amor. Amor y Odio en la cara de Iosu Aristregui. Es el espejo que refleja el sufrimiento padecido por parte paterna y el afecto materno. “Me tocó vivir entre el daño que nos causaba el padre y el cariño que recibíamos de mi madre”, cuenta. Cuando él tenía 14 años y su hermano Gaizka no había cumplido los 10, el padre de ambos, Jesús Gil Peláez, mató a su esposa, Alicia Aristregui, en una parada de autobús de Villava (Navarra). Era el 9 de abril de 2002. “Fue el último día que vi a esa persona”, dice Iosu, que se refiere así al asesino, condenado a 22 años de cárcel y del que no supo nada hasta que agredió a otra mujer durante un permiso penitenciario.
El pasado 17 de octubre, Gil Peláez apuñaló en un barrio de Vitoria a una mujer en presencia de su hija de solo 12 años, y se dio a la fuga. La dejó gravemente herida. La hipótesis inicial apunta a que fue una nueva agresión machista a la que era su pareja sentimental actual, un extremo que este periódico no ha podido confirmar oficialmente. Su esposa, a la que mató hace 18 años, le había denunciado hasta en 20 ocasiones por violencia de género.
La mañana primaveral de 2002 en la que fue asesinada, Alicia Aristregui dejó a sus hijos en el colegio y mientras paseaba con una amiga (nunca iba sola), fue asaltada de repente por su marido. La mujer corrió pidiendo auxilio, pero él la agarró del pelo, la apuñaló en el corazón y le dio cuatro navajazos más. Él tenía entonces 40 años y ella 37.
Alicia Aristregui sufrió un calvario permanente en su matrimonio, que duró 16 años. “Le pegaba, la maltrataba, era horroroso. A nosotros también nos daba palizas”, rememora Iosu, que asegura que no recuerda ni en qué trabajaba su padre. Su madre solía limpiar en unos cines y una carnicería. Le había denunciado hasta 20 veces entre enero y abril de 2002 por violencia machista, estaba en trámites de separación y vivía protegida por su familia. Tras el crimen, uno de los hermanos de la víctima denunció públicamente las vejaciones que padecía esta y lamentó la inacción de la justicia contra el marido, que se saltó la orden de alejamiento para agredirla. Gil Peláez fue declarado culpable de asesinato con alevosía y ensañamiento por el jurado popular que le juzgó en julio de 2003. Le cayeron 22 años de cárcel que estaba cumpliendo en Zaballa (Álava).
En julio pasado accedió al régimen de tercer grado. “No sabía que tenía permisos para salir de la cárcel y me ha extrañado saber que andaba por la calle, no lo entiendo”, dice ahora su hijo mayor. Estando en semilibertad, el condenado atacó a la mujer del barrio vitoriano de Salburua, donde el preso vivía acogido por una ONG. En el vecindario siguen conmocionados por lo que ocurrió el día de la agresión a su nueva víctima. “Hubo gritos y ruido ese día en el segundo piso”, relata uno de los vecinos a través del interfono. La víctima ya herida y su hija consiguieron llegar hasta la parada del autobús, donde fue auxiliada por varios viandantes. En cuanto Iosu Aristregui supo que “este individuo” —evita llamarle padre— quiso arruinar la vida de otra familia y que se había dado a la fuga, no dudó en salir con su hermano en su búsqueda. “La policía nos avisó de que podía estar escondido cerca de Pamplona y que tomáramos precauciones porque podía atacarnos. Cogimos el coche y lo buscamos por Villava y Burlada [localidades vecinas de Pamplona], pero no dimos con él. No salimos para cogerle y vengarnos, sino para evitar que atacara de nuevo a nuestra familia, porque podía ir armado. Sé lo peligrosa que es esta persona”.
Iosu Aristregui colgó en su cuenta de Facebook una foto con el siguiente mensaje: “Este individuo es mi padre y ha vuelto a acuchillar este finde en Vitoria a otra mujer. Se cree que el cobarde está por Pamplona y se le está buscando. Si alguien lo ve, que avise”. Él era el primer interesado en que atraparan al agresor. Y añadió otro comentario en las redes: “Desde aquí mando un gran apoyo a la mujer acuchillada y a su hija, que sé de primera mano el daño que hace esta persona estando en tu vida”.
Una operación policial dio con Gil Peláez en un garaje de un polígono industrial de Burlada, propiedad de su familia. Tras detenerle, un juzgado de Vitoria ha ordenado su ingreso en prisión. “Espero que no salga nunca más de ahí”, afirma su hijo. Asegura que consiguió años atrás quitarse de encima “el odio, la rabia y la sed de venganza” que no le dejaban vivir. Al quedarse huérfanos de madre, los hermanos recibieron ayuda psicológica y fueron acogidos por dos tías maternas hasta que se independizaron. Nunca en todo este tiempo Gil Peláez ha intentado ponerse en contacto con sus hijos: “No nos ha escrito ni una carta. Nunca tuvimos la tentación de ir a la cárcel para pedirle explicaciones. Ahora no siento nada por él. Si algún día me lo encuentro, lo ignoraré”.
“Es una excepción, pero este tipo de situaciones deben dar lugar a la reflexión y al estudio del caso con el fin de corregir las disfunciones que se hayan podido dar”, afirma José Francisco Cobo, presidente de la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Navarra, el juez que impuso la condena de 22 años a Gil Peláez. A Iosu Aristregui también le inquieta que no se haya corregido el carácter violento de su progenitor, algo que, dice, arrastra desde la niñez. “El abuelo era malo, malo. Daba palizas a sus hijos. Mi padre ha hecho con nosotros lo que hacía su padre con él”.
En 2015, el Ayuntamiento de Huarte rindió un homenaje a su vecina Alicia Aristregui y puso a una plaza el nombre de la mujer asesinada. “Fue una iniciativa del Departamento de Igualdad a favor de la concienciación social sobre la igualdad de género y contra la violencia machista”, apunta la impulsora de aquel gesto, la edil Lourdes Lizarraga, quien reconoce que la muerte de Alicia “sigue doliendo mucho en Huarte” y supuso “un antes y un después”.
Iosu también quiere rendirle un homenaje a su madre. Estas próximas navidades, lo tiene ya decidido, va a tatuarse su nombre en un lateral de la cabeza rapada y lo envolverá con un rosario cuya cruz colgará del moflete de su cara. Debajo del ojo donde se lee “Amor”.