“Hay señales que muestran que el virus es más fuerte cuando hace frío”

El epidemiólogo Martin Blachier sostiene que si se quiere parar la ola hay que adoptar medidas más duras

París -
El epidemiólogo francés Martin Blachier

Desde que llegó el otoño, el francés Martin Blachier, 35 años, se ha visto obligado a revisar todos los modelos matemáticos que, como epidemiólogo y miembro de una consultora médica, Public Health Expertise, maneja para analizar la evolución del coronavirus. Nada es seguro, dice en París, salvo que el virus se ha disparado en toda Europa, que hay un factor “estacional” con el que no se había contado antes y que se requieren nuevas medidas, y más duras, para detener la nueva ola.

Pregunta. ¿Cómo hemos llegado hasta esta nueva ola?

Respuesta. No previmos lo que está p...

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Desde que llegó el otoño, el francés Martin Blachier, 35 años, se ha visto obligado a revisar todos los modelos matemáticos que, como epidemiólogo y miembro de una consultora médica, Public Health Expertise, maneja para analizar la evolución del coronavirus. Nada es seguro, dice en París, salvo que el virus se ha disparado en toda Europa, que hay un factor “estacional” con el que no se había contado antes y que se requieren nuevas medidas, y más duras, para detener la nueva ola.

Pregunta. ¿Cómo hemos llegado hasta esta nueva ola?

Respuesta. No previmos lo que está pasando ahora. Nuestros modelos matemáticos no tenían en cuenta la estacionalidad del virus, no creíamos en ella puesto que hubo oleadas epidémicas en verano. Pensábamos que el virus llegaría a una especie de meseta con las medidas adoptadas, las mascarillas, los bares cerrados. Y de pronto, el virus estalla, en toda Europa, incluso en zonas donde no estaba, y es cinco o seis veces más fuerte que dos semanas atrás. Hemos revisado todos los factores y esto encaja con la curva de temperaturas: cayeron bruscamente a finales de septiembre y, dos-tres días después, el virus remontaba. No podemos explicar lo que está pasando sin un factor drástico de estacionalidad en el momento en que cambian las temperaturas.

P. ¿Se debe a que el virus es más virulento con el frío o a que vivimos más en interiores?

R. No sabemos nada. Lo que vemos son las curvas, y hacemos hipótesis. Una es, efectivamente, el modo de vida, con la gente encerrada, las ventanas cerradas. Dicho lo cual, hay señales que muestran que el virus es más fuerte cuando hace frío: (los brotes) en mataderos, en partidos de hockey, estudios sobre los aerosoles que serían más importantes en ambientes fríos… Y las defensas inmunitarias son menos fuertes en invierno. Hay una multitud de hipótesis que van en el mismo sentido.

P. ¿Es esta segunda oleada más uniforme en Europa?

R. Observamos una homogeneización completa en todo el territorio europeo desde el 1 de octubre. Antes, teníamos situaciones diferentes porque pequeños cambios de comportamiento podían impactar en las contaminaciones. Ahora, todo el mundo está igual. En todas partes se dice que es una catástrofe, cada uno por motivos diferentes. Los españoles tienen la impresión de no haber sido jamás desconfinados. Los italianos padecen síndrome postraumático, han conocido el infierno y esperaban librarse de la segunda ola por su conducta. Bélgica es el peor país de Europa. La mitad de Reino Unido está confinado. Irlanda está confinada. Y Alemania empieza a pensar que en dos semanas estarán peor que en Francia. Ningún país se siente seguro.

P. ¿Hemos aprendido de otros países?

R. La idea de controlar la epidemia con las medidas barrera que conocemos es una ilusión. Este invierno, no vamos a salir de esto solo con mascarillas, distancia social y planchas de plexiglás. Hay consideraciones económicas y decisiones como sociedad, más que las mediditas del verano. La cuestión será ver cómo se confina, con cada parte de la sociedad, qué mantenemos, qué adaptamos. Y habrá que tomar decisiones duras, porque habrá que dirigirse a la población de 60-80 años, (…) lo que impacta de verdad en la mortalidad y el desbordamiento de los hospitales es lo que haces con esa población. Eso quiere decir limitar drásticamente las interacciones sociales; pueden salir, pasearse, hacer muchas cosas, pero las interacciones sociales deben ser cortas y en condiciones extremadamente seguras. Yo haría un plan para la población mayor hasta el final del invierno.

P. En Francia se dice que confinar solo a mayores es muy delicado. Y políticamente complicado, es una población que vota mucho.

R. Absolutamente. Todo el mundo, incluidos los asesores del Gobierno, están de acuerdo en decir que es una medida que funcionaría a nivel económico y sanitario. Pero políticamente, es muy complicado. Mientras esa población no acepte el principio, esas decisiones serían un suicidio político.

P. ¿Los colegios, deben cerrar?

R. No hay tema más controvertido que los colegios. Alrededor de la mitad de la literatura científica dice que los niños casi no contaminan, pero otros dicen que tienen un potencial de supercontaminadores. Yo me mantengo en la línea de que los niños son menos contaminadores, porque vemos muy raramente focos en las escuelas. Y con la proximidad que mantienen, si los niños fueran de verdad super contaminadores, en los colegios todo el mundo estaría contagiado. Ese es el argumento como epidemiólogo. Pero luego está el social: para mí, es inaceptable no enviar a los niños a clase para proteger a la gente de la tercera edad. Si hay algo que debe ser sagrado es que los niños vayan a clase, lo último que se hace, si no hay más remedio, es cerrar los colegios.


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