Demasiadas incertidumbres para un ambiente tan tóxico

En los próximos meses se tendrán que tomar medidas de gobernanza mundial que requieren una visión capaz de propiciar mecanismos de cooperación en lugar de una competencia basada en egoísmos nacionalistas

Donald Trump, el viernes en la Casa Blanca.Zuma / SplashNews.com (GTRES)

La pandemia se ha convertido en el gran catalizador de todas las inquietudes. Representa aquello que los expertos en prospectiva definen como un factor disruptivo: una amenaza imprevista de gran impacto social y económico que evoluciona de forma imprevisible. Ahora mismo, son tantas las incógnitas sobre el virus que es imposible hacer pronósticos. No sabemos cómo será esta segunda oleada ni si va a haber una tercera. ...

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La pandemia se ha convertido en el gran catalizador de todas las inquietudes. Representa aquello que los expertos en prospectiva definen como un factor disruptivo: una amenaza imprevista de gran impacto social y económico que evoluciona de forma imprevisible. Ahora mismo, son tantas las incógnitas sobre el virus que es imposible hacer pronósticos. No sabemos cómo será esta segunda oleada ni si va a haber una tercera. Tampoco sabemos cuánto dura la inmunidad que genera en las personas que superan la infección. Ningún virólogo se atreve a vaticinar si el virus mutará y si lo hace, si será hacia formas más agresivas o más benignas. Ni siquiera sabemos cómo interactuará con la gripe estacional que está al caer.

Tampoco conocemos las reglas de su errática expansión. Mientras Europa sufre una intensa segunda ola que nadie esperaba tan pronto, África resiste con tasas de incidencia y mortalidad sorprendentemente bajas. El desastre que se temía no se ha verificado: con un 17% de la población, apenas reporta el 3,5% de los casos registrados. Nadie es capaz de predecir adónde viajará el virus ni cuánto tardaremos en disponer de una vacuna efectiva. Lo que sí podemos certificar es que allí donde se relajan las medidas de protección, las tasas de incidencia y mortalidad se disparan, como hemos visto en la Comunidad de Madrid.

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Sobre estas incógnitas se proyectan otras de carácter geoestratégico que hacen todavía más difícil la gestión de la incertidumbre. Las cosas pueden ir a mucho peor, por ejemplo, si Donald Trump, con su negacionismo prepotente, gana de nuevo las elecciones presidenciales de EE UU. En los próximos meses y años se tendrán que tomar medidas de gobernanza mundial que requieren una visión del mundo capaz de propiciar mecanismos de cooperación planetaria en lugar de una competencia basada en egoísmos nacionalistas. Harán falta liderazgos muy sólidos para afrontar desafíos como el reparto mundial de una posible vacuna o la emergencia climática.

También en Europa afrontamos nubarrones que agravan la incertidumbre, entre ellos, la posibilidad de que los fondos de la UE se bloqueen en el tramo final, lo que en nuestro caso sería una catástrofe social, pues toda la estrategia para superar la recesión provocada por la crisis sanitaria está basada en el refuerzo que representan esos fondos.

Y por si todos estos factores de inquietud no fueran suficientes, en nuestro caso hemos de añadir la existencia de un ecosistema político tóxico, de confrontación extrema, que no solo dificulta la gestión de la pandemia sino que erosiona un intangible de difícil reparación: la confianza en la capacidad de los gobernantes para tomar buenas decisiones. Si ya es grave que instituciones clave del país estén gobernadas por negacionistas camuflados, mucho más insoportable resulta comprobar que hay gobernantes capaces de tomar a sabiendas medidas inadecuadas porque tienen más interés en preservar sus intereses partidistas que la salud colectiva. Cuando el todo vale entra en política, la imprevisibilidad se vuelve sistémica y hace que las incertidumbres inevitables sean todavía más insoportables. Difícilmente se podrá hacer frente a los estragos de la pandemia sin sanear antes el ecosistema político.

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