El enredo mental de Johnson: incapaz de explicar sus propias reglas de distanciamiento social
El primer ministro pide disculpas después de añadir más confusión a los ciudadanos
Boris Johnson es más de proclamar grandes ideas -a ser posible, con su correspondiente eslogan- que de entrar en el detalle. “Recuperemos el control”, “logremos ya el Brexit”, “quédense en casa”, “salvemos vidas”. Su habilidad política para ganar elecciones se ha convertido en su talón de Aquiles como gestor de una pandemia de final incierto, que ha alterado drásticamente la vida de los británicos. En la medianoche de este martes entran en vigo...
Boris Johnson es más de proclamar grandes ideas -a ser posible, con su correspondiente eslogan- que de entrar en el detalle. “Recuperemos el control”, “logremos ya el Brexit”, “quédense en casa”, “salvemos vidas”. Su habilidad política para ganar elecciones se ha convertido en su talón de Aquiles como gestor de una pandemia de final incierto, que ha alterado drásticamente la vida de los británicos. En la medianoche de este martes entran en vigor nuevas medidas de distanciamiento social en varias regiones del noreste de Inglaterra, donde la pandemia está demostrando mayor virulencia. Cerca de dos millones de ciudadanos, en zonas como Durham, Newcastle o Northumberland, sufrirán restricciones más severas que el resto del país. Se muestran confundidos, y los medios han pedido aclaraciones al primer ministro durante un acto de presentación de nuevas ayudas universitarias para adultos. “Según lo entiendo, se pueden reunir hasta seis personas en una casa o en un bar, pero no en la calle”, ha intentado explicar Johnson. Se podría decir que no ha dado ni una. En realidad, frente a la regla general que limita en todo el país a seis personas las reuniones en interiores o exteriores (y nunca más de dos núcleos familiares), se impone en estas zonas la prohibición de juntarse, tanto en domicilios como en restaurantes o pubs con personas que sean de distintos núcleos habitacionales. Las multas pueden llegar a los 7.000 euros, en una vuelta de tuerca legal a la que el Reino Unido no estaba acostumbrado.
“Mis disculpas. Me he enredado. En el noreste, las nuevas reglas suponen que no se pueden juntar con personas de viviendas diferentes en espacios interiores, lo que incluye pubs, restaurantes y sus propios hogares”, ha rectificado Johnson poco después en su cuenta de Twitter. “Eviten además juntarse con otros al aire libre”.
En otras circunstancias, los ciudadanos y sus propios compañeros del Partido Conservador habrían perdonado el traspié de Johnson, pero no en medio de una crisis sanitaria y económica como la actual, cuando la gestión del Gobierno ha sido una acumulación de retrasos, bandazos en las medidas impuestas y constantes intentos de esquivar la responsabilidad. La popularidad del primer ministro se encuentra hoy en sus horas más bajas. La de él, y la de miembros de su Gobierno que demuestran a diario una negligencia difícil de tolerar por los británicos. “No tengo una respuesta, pero seguro que la gente puede averiguarlo por sí misma”, decía a primera hora de la mañana en la BBC el secretario de Estado de Educación, Gillian Keegan, cuando le pedían las mismas aclaraciones que a Johnson.
“Que el primer ministro sea incapaz de entender sus propias normas es de una incompetencia grosera”, ha dicho la número dos del Partido Laborista, Angela Rayner. “Son restricciones que se van a imponer esta misma noche en amplias zonas del país. El Gobierno necesita ubicarse ya”.
La respuesta a la reciente batería de duras medidas de distanciamiento social, para intentar frenar una segunda ola del virus que ya ha alcanzado al Reino Unido, ha sido caótica. El toque de queda de las diez de la noche en bares y restaurantes provocó este fin de semana que las calles se llenaran de gente bebiendo, o que muchos se lanzaran a vaciar a esas horas las estanterías de alcohol de los supermercados de 24 horas. La aprobación de multas más elevadas, junto al reforzamiento de los poderes de la policía para imponerlas, ha revelado una verdad hasta ahora disimulada: el confinamiento de la primera ola funcionó porque las oficinas, las tiendas y los locales de hostelería cerraron a cal y canto, y no tanto porque los ciudadanos asumieran disciplinadamente las recomendaciones del Gobierno. De pedir amablemente la colaboración de todos a amenazar incluso con multar a quienes canten o bailen en un pub hay un salto que muchos británicos no están dispuestos a dar. Hasta el punto de que cerca de cincuenta diputados conservadores se han rebelado contra su propio Gobierno y amenazan con imponer el permiso previo del Parlamento a cualquier nueva medida de restricción que, hasta ahora, Downing Street podía imponer unilateralmente bajo los poderes extraordinarios de la Ley 2020 del Coronavirus. Johnson ha pedido a su equipo que negocie con los impulsores de este motín interno, que no ha dejado de crecer en la última semana y amenazaba con una humillante derrota parlamentaria, justo cuando el primer ministro vive un momento de clara debilidad política.
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